El sociólogo de la Universidad Nacional, profesor de la Universidad Industrial de Santander, columnista de Vanguardia Liberal y Miembro de Número de la Academia de Historia de Santander doctor Libardo León Guarín nos ha sorprendido gratamente con el gentil obsequio de su libro de poemas titulado Poesía para leer debajo de la mesa, editado por la División de Publicaciones UIS, y que recién acaba de aparecer en la escena literaria de esta tierra suya y mía.
Pero no solo nos ha sorprendido porque, aunque en alguno de sus versos confiesa que empezó a escribir poemas desde que era niño, en honor a la verdad no teníamos idea de que detrás del severo analista de nuestro acontecer político y social se escondiera nada más ni nada menos que un poeta: nos ha sorprendido también por la contagiosa sensibilidad de sus versos.
Y es que lo primero que le llama la atención al lector desprevenido que se adentra en la lectura de la obra de Libardo León Guarín es su sensibilidad, difícil de adivinar —la verdad sea dicha— detrás de su rostro serio y de su pluma inclemente, pero que emerge diáfana en los renglones de Ciclotimias:
“No gasté todas las lágrimas
De niño y, sin darme cuenta,
Las reservé para viejo“.
Aunque en este mismo poema, lanza una exhortación propia de su espíritu contestatario:
“Rebélate ciencia en mano
Contra el albur incierto“.
Como todo poeta que se respete, en “Regresos” nos conduce al inevitable viaje hacia la nostalgia:
“Regresó a la chacra de sus abuelos.
(…)
Hoy solo tierra arrasada.
Las montañas desde lejos.
(…)
Morriña de niño triste,
Por sentirse un poco viejo,
(…)
Quedarse era lo de menos.
(…)
Pero decidió partir,
Maldiciendo los recuerdos,
El sentimiento deshecho,
Dejando en la tierra seca,
La mitad de todo el vuelo“.
Y, en “Encuentros“, a los desencantos que suele dejar el Amor:
“Para qué razonar después.
El amor es compulsivo,
De momentos,
Mentiras que es eterno“.
O a la incertidumbre del desconcierto:
“Hoy más que ayer,
Mañana más que hoy.
Y pasado mañana
No sé qué haré sin ti“.
Los más variados ruegos se entremezclan en la oración que eleva con los versos de su poema “Sabiduría“:
“¡Señor de la Ciencia!
(…)
¡Sálvanos!
(…)
De los sexólogos con cartilla y catalejo,
(…)
De los maestros ignorantes,
(…)
De los presidentes esdrújulos,
(…)
Del pan integral,
De las flores de plástico,
De los jardines sin perfume,
(…)
De los burócratas sin corazón,
De los corazones de mármol,
De los cursos para amar,
De los muñecos de Disney,
De las playas de Miami,
De los coleccionistas de diplomas,
(…)
Del bambuco sin poesía,
Del jugo de remolacha,
De la fidelidad permanente,
De la infelicidad solitaria,
De las mujeres descerebradas,
(…)
De los machos que no lloran,
(…)
De quienes nunca oyeron hablar de Borges.
Hagamos un pacto: Sálvanos
De lo que dejaste mal hecho.
Y te regalaré flores con fragancia,
Un poema de Neruda,
(…)
Un obispo humilde,
(…)
No te regalaré sofrólogos,
Ni caníbales,
Ni sociólogos sexólogos,
Ni apacibles intrigantes, zalameros y basculantes,
(…)
Ni a Bush padre o hijo,
Ni a monseñores paisas,
Ni poluciones urbanas,
(…)
Ni solidaridades morales,
Ni magistrados con perinola,
(…)
Ni canciones a ciudades moribundas,
Ni un traje negro de pingüino,
(…)
Ni deshonestos honestos,
Ni un dictador a caballo,
(…)
Ni maestros imbéciles,
Ni al príncipe Carlos de Inglaterra,
(…)
Ni varones del cien por ciento
(…)
Ni coronas de espinas el viernes de tu muerte.
¡Seguro!”
Y se entremezclan también, en “Ciudad viral“, su espíritu ecológico con su conciencia social y su ternura:
“Cómo me duelen
Las rosas cuando se marchitan,
Los pájaros sin árboles,
Los antejardines de cemento,
Los desplazados silenciosos
(…)
Cómo me duelen
Los pobres absolutos,
Las ciudades sin oxígeno,
Sin luna lunera cascabelera,
Las tumbas sin flores,
O con flores de artificio,
El gas y el ruido de los exostos.
(…)
Ir por el jardín es un lamento:
El futuro sin futuro,
La humanidad sin aire,
Los niños sin agua,
Los parques sin árboles,
Las casas con rejas
(…)”.
En “Viaje de colores“, el poeta advierte:
“Me colgaré del arco iris
Cantando para no volver
Al país de los fantasmas”
Pero fueron los versos de su “Vacío sin querer volver” los que nos conmovieron hasta las honduras del alma porque, al igual que él, también nosotros volvimos al lugar de donde un día nos fuimos en el pleno vigor de nuestra juventud altiva y descubrimos, con sorpresa, que ya no quisiéramos retornar: él a su pueblo; nosotros al viejo barrio donde creíamos que seríamos capaces de conquistar el cielo con el multicolor papel de nuestros papalotes:
“No volveré jamás,
No deseo hacerlo.
Si vas por allá
Saluda a los vecinos de siempre
Si no se han ido,
Como nos fuimos muchos
Buscando el paraíso
Huyéndole al sin futuro.
Diles que no voy
Porque no resisto lo nuevo
(…)
Así se fueron
Sara y Hugo y Jairo,
Pilita, Luis y Esperanza,
Oscar y Rodrigo y Ángela,
Los viejos Fernando y Maruja,
Sin ser viejos.
Los de la esquina,
Los de la otra cuadra,
Los Buitrago, los Ariza,
Los Suárez y los Velásquez.
Aquellos que jugaron fútbol
Con los tres de la casa
Hasta entrada la noche.
(…)
Sí. Se fueron,
Pero si esperas ya vuelven,
Hastiados de la ciudad
(…)
Todos volverán algún día,
Pero yo no volveré jamás.
Ya lo hice dos veces
Y me destrozó la nostalgia.
(…)
No busques la cancha
Para jugar otra vez fútbol,
Pero patea la bola de trapo.
No encontrarás frondosos árboles,
En la plazuela vecina,
Ni la pila de San Diego,
Ni las fábricas de cigarros,
Ni la casa de la abuela
Atiborrada de palomas y viejeras,
Que para ella eran compañía.
Ni la tienda de don Pedro
El rebelde iconoclasta del pueblo.
También se fueron.
No faltes a la salida de los niños
En la escuelita de “Las Flores”,
La de Emma, maestra amada.
Mira la casa paterna,
Piénsalo si entras.
Te pueden atrapar los recuerdos
Con cordeles de ingenuidad
Para retenerte bien adentro.
Sin embargo averigua
Qué nos dejó el viento,
Por los amigos de mi padre,
Si aún están los naranjos,
(…)
Y el pomarroso del maromero,
La hamaca de la tolda,
La enredadera, las dalias, las rosas,
Las azucenas y las margaritas
En el patio de paredes blancas.
(…)
No puedo quebrar mi promesa
De derrotar la suerte,
Primero en el alma
Y después en todo el cuerpo“.
Con “Perdido en Diciembre“, nos evoca lo que fue el pasado de nuestra niñez lejana, justamente por estos días luminosos que otra vez se nos vinieron encima:
“Si vas a llegar Diciembre,
Tan extraño e insaciable,
Mejor que no vuelvas.
A mi edad no te creo
Que eres el mismo de antes,
El mejor de todo el año,
Con angelitos y cantos.
La noche de los regalos
Prefiero dormir profundo
O sin sueño soñar despierto.
(…)
No te acerques más Diciembre.
Y tú deja de correr
Que no te pierdes de nada
Si llegas tarde al festejo”
En “Delirios como sueños“, también aflora la tristeza de rememorar a los seres queridos que partieron antes:
“Anoche vi a la hermana ausente
Diciéndome adiós sin afanes,
Robándose el paisaje.
A sus veinte años.
(…)
Cómo quisiera creer
Que mis muertos están vivos
Esperándome en la playa,
Sin que nos separe el tiempo“.
Hermoso, expresivo y contundente es “Conversación“:
“No se puede vivir
Sin las palabras,
Sin la carta de amor,
Sin el recibo del agua,
Sin un libro abierto,
Sin el discurso en cascada,
Sin la voz del hijo ausente.
Con el festejo en silencio
(…)
Llora que una lágrima también es lenguaje,
(…)
Ya sabes que la prueba del amor está en la ausencia.
Y si el viento te quita las palabras,
Si nadie te escucha, habla solo y óyete.
(…)
Atrás quedó el placer de deslizar el esfero
Sobre la superficie blanca, de la hoja de papel
De pino añoso, oliendo a limpio“.
Y con “Viejo tronco voyerista” el saludo ecológico y social del poeta al viejo árbol ya decadente, mudo testigo del transcurrir ondulante de la vida:
“Que morirás este mes de Mayo
Me dice el leñador del parque.
Solitario y sabio de mil miradas
Te llevarás tus secretos de viejo cansado,
Disminuyes tu figura mes a mes,
Gajo por gajo cayéndose.
Para pasar ignorado sin que te mire la luna.
Después el fuego borrará complicidades,
Secretos, miradas y sospechas.
A pedazos avivarán las llamas,
Sin flores coloridas ni hojas verdes,
Sin lágrimas siquiera de leña verde,
Viejo tronco de camino viejo
Que aún silbas cuando pasa el viento“.
Estremecedores, los bellos versos de “Mascarada“, dedicados a la joven humilde que se marchará creyendo que alcanzará por fuera la gloria y la fortuna que no encontró en su tierra:
“No te fíes Alicia.
No es haciendo pompas de jabón,
Ni elevando cometas de mil colores
Como sales adelante.
Dura es la vida mientras dura.
Los banqueros no hacen pompas ni cometas,
Ni los papas son solo cantos gregorianos.
Cuídate de la zancadilla a tu zapatilla
Y del éxito en México.
Te quieren sorprender en tu inocencia,
Asaltar, manosear, robar, dopar,
E iluminarte el camino sin alumbrarlo.
Agárrate fuerte a la tabla en el mar de la vida,
Aférrate con amarras al mascarón de proa.
Abre tus ojos de princesa pobre
Y soñadora ingenua,
Que la vida no es un vacilón.
Cuídate siempre y arriesga lo mínimo,
Que hay médicos cambiando la muerte
Por el negocio de vivir.
(…)
Tampoco gastes todas las lágrimas
Ahora que estás niña.
Ahorra muchas para más tarde,
Cuando veas que tu país de maravillas
No existe ni lo dejarían existir.
Deja de creer
Que tu vestido es la bondad,
Que tu defensa es la tolerancia,
Que tu casa es la amistad,
Que tu libro es Don Quijote,
Que tu familia es el amparo,
Que la poesía no libera,
Que te salvarán los dioses
Si haces caridad.
Deja la mascarada y regresa.
¡Despierta!
Que la guerra volverá
Con nuevos muertos y más lisiados,
Y pobreza y hambre
Y desplazados y desarraigados,
Que no volverán a repetir el viaje.
Si no me crees,
Un día de estos,
Porque otros no existen,
El sol de la noche blanca noruega
Saldrá también aquí a media noche,
para convencerte“.
Vuelven la nostalgia y la ternura del rapsoda en los versos de “Sonámbulo“:
“Camino paso a paso, lento
Y cuento.
Cuento mientras camino
Paso a paso, violento,
Dejando pasar el tiempo.
Cuento tu vida
Cuento mi vida,
Soledad en compañía.
La vez del conejo blanco
Que me regalaron en Junio,
La del árbol frondoso
Que sembró mi padre.
La del canario azafrán
Que te regaló mi madre.
Cuento
Lo que contó mi amigo
De su amigo.
Lo de la viudez sombría
Y la partida triste.
Todo lo que cuento
Mientras camino lento
Tiene que ver con la vida
Que viene a paso violento.
Cuento cuentos
Dando brincos en el tiempo,
(…)
Cuento cantando
Las rondas de la niñez
En el espacio abierto:
Arroz con coco me quiero casar
Con una señorita de la capital.
Con esta sí, con esta no,
Con esta señorita me caso yo.
Porque en la vejez de asilo
Las rondas son cursis y tristes“.
“La vida es sueño”, escribió Calderón de la Barca. ¿O quizás “La vida es viaje”?:
“Viajar es más que trasladarse,
Más que pasar, correr sin rumbo.
Es sentir el camino, enajenarse,
Embelesarse, vivir cada recodo,
Cada flor del acantilado,
Cada noche de algodón desde lo alto,
Cada momento, cada personaje,
Cada piedra, cada vecino de asiento.
(…)
Viajando busqué la ciudad que no existe
La que no tiene humanos desechables
En las calles, ni polución, ni multitudes
(…)
Derrotarás el hastío viajando.
No te llenes de consumos,
De quincallería y frivolidades,
(…)
¡Marinero! le dije a la maestra
Cuando preguntó qué sería
Cuando grande“.
(Viajero soy)
Nació en junio el autor:
“Regresaría a los 15 Junios
Para salvarme de programar futuros”
(Gótico tardío)
En “Bagatelas“, la poesía le permite al profesional adusto sacar de adentro lo mejor de sí: su propio yo.
“Soñé que soñaba riendo.
Con alas de cóndor,
Nariz de payaso
y sexo de parra verde
Al pasar por El Vaticano.
(…)
Mis zapatos como los quise una vez
Cada uno de color diferente
(…)
Que los sueños son traiciones.
La felicidad es obra del tiempo,
Los dioses fugas de estrellas
Y la paz conflictos resueltos
(…)”.
Y en “Ratos felices“, el bardo describe esa percepción de libertad que es el fin último de todos los que vivimos forzosamente atados a la moderna esclavitud del vértigo:
“Con la agradable sensación
De estar perdiendo el tiempo“.
El libro tiene dos secciones: una, “A la vida vida” y otra “A la muerte muerte”. A esta, a la antítesis de la vida, a la reina proclamada de Colombia, le pide: “Vete para siempre“.
“¡Pasa, pasa!
Creí que no llegarías,
Si bien nunca te he llamado.
Bien lo sé desde siempre.
Cada hora que pasa me hieres
Y en la última me matarás,
Como dijo un poeta abatido,
Que tampoco quería esperarte.
Qué fuerte y áspera eres.
Ahora te siento en mi pupila roja,
En el oído interno,
En el cóndilo del fémur,
En el colon inflamado,
En el mosquito que no duerme,
En el cansancio vespertino,
En el temor a salir a la esquina.
(…)
Solo me duelen los años en la espalda,
En los codos, la tibia y el peroné.
Estoy bien para no ilusionarte
Pero sé que la tengo perdida,
Que podrías hacerme la trampa final
Que nos regaló la evolución.
¡Pasa, pasa!
No cubras mi cuerpo
Con el poder del miedo
(…)
Ya he llamado a mis amigos
Para despacharte en vilo,
Para que te lancen guijarros punzantes.
Mientras tanto hablemos de política
Del gendarme que nos manda,
De botones florecidos en el jardín,
Sin mencionarte, muerte,
Sin que te descubras, muerte.
Mi grito despertaría de sobresalto,
Al niño que duerme
y al león que llevo dentro.
(…)
Vete al caravasar hediondo
Si encuentras uno solitario,
Con los camellos ya muertos.
Que aún tengo aliento y me queda la palabra“.
(Vete para siempre)
La oscuridad de la noche no siempre está asociada a la fiesta, ni al amor, ni al sueño. Porque
“Hay noches que cuando llegan
Con ellas viene el hastío”
(Noches)
En “Desfile de ausencias“, le alcanza al poeta la temeridad para imaginarse su propio adiós postrero:
“Si muero pronto,
Que siempre parece ayer,
Prefiero que sea entre amantes,
Y sin mujeres de blanco.
(…)
La muerte es desfile de ausencias.
(…)
Que asistan sin temor al qué dirán,
Sin crisantemos compromisarios,
Sin lutos modales,
Sin lágrimas de celuloide,
Sin el gran teatro de la partida.
Con la presencia de mis amigos,
Con la compañía de mis hermanos,
Con las rosas rojas que siempre amé.
Con la música para el agua,
Con los juegos purificantes de artificio
Que Haendel orquestó
para festejos bien distintos.
Sin vigilias ni estertores.
(…)
Sin discursos ni proclamas,
Con serpentinas al viento
Sin la lluvia pertinaz
Y sin el desolado cortejo
Que abandonó a Mozart
En la fosa común.
(…)
Cierto y por fortuna
Solo se muere una vez.
Algo tenía que quedar bien hecho“.
Son muchos más poemas. Y dedicatorias que nos impactan. Como aquella a Armando Gómez Ortiz, de quien casi nadie supo nunca que integró con nosotros el Club de los Dinosaurios.
El poema de cierre es “Ventana“:
“Ya no gastaré más fuerzas
En detener el tiempo
(…)
Ni gastaré el tiempo
Deteniendo las sombras
Del país que me tocó vivir.
Que vengan otros
A desterrarlas,
Si son capaces
De construir el mundo
Que yo no pude.
(…)
Ya el amanecer se hizo tarde.
Ahora solo siento el placer
De deslizar mi esfero
Por la superficie blanca
Del papel limpio,
Frente a la ventana
Mientras alumbra el sol.
Porque Sófocles dijo
Que no hay tirano sin pueblo
Y en “Antígona”
La paz de los muertos
Es la única paz“.
¡Felicitaciones, Poeta!
Y que este sea el último solamente en el sentido de ser el más reciente.
[Mesa de las Tempestades, víspera del primer día de diciembre del dos mil quince].
Mi querido Li Le: parece que fueras dos sílabas, pero eres una hermosísima y completa frase.