LAS MUJERES EN LA FILOSOFÍA. Capítulo IX: MARÍA ZAMBRANO. Por Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro de la Academia de Historia de Santander y del Colegio Nacional de Periodistas Seccional Santander.

 

El lunes 24 de abril de 2017, GOOGLE homenajeaba a una mujer que aparecía en su caja de búsqueda sentada sobre el alféizar de una ventana, leyendo, mientras que atrás se observaban símbolos del cosmos y del pensamiento.

 

 

Pocos sabían, sin embargo, quién era la homenajeada. Se trataba de la filósofa española María Zambrano, discípula brillante de José Ortega y Gasset — de quien, sin embargo, habría de terminar distanciándose —.

GOOGLE exaltaba así el centenario de su nacimiento.

 

 

María Zambrano nace en 1904 en Vélez, Málaga (España).

Cuando principia a vivir la temprana década de sus 20 años —desde 1924 y hasta 1927— cursa estudios de Filosofía en la capital española. Después de eso, se va al exterior.

Empero, la Guerra Civil Española estalla (1936) y ella decide, entonces, retornar a su país natal y se pone del lado del bando republicano.

 

 

Derrotada la República, en 1939, María parte rumbo al exilio, tal y como lo harán numerosos intelectuales españoles. Se instala, finalmente, en México. Allí, en la Universidad de San Nicolás de Hidalgo, de Morelia, asume la cátedra de Filosofía.

 

 

Fue una prolífica escritora y utilizó también la poesía como medio para expresar su pensamiento filosófico. Entre sus obras, podemos citar las siguientes: Filosofía y poesía (1939), La confesión, género literario y método (1943), El pensamiento vivo de Séneca (1944), La agonía de Europa (1945), Hacia un saber sobre el alma (1950), El hombre y lo divino (1955), España, sueño y verdad (1965), El sueño creador (1965), La tumba de Antígona (1967), El nacimiento. Dos escritos autobiográficos (1981), De la Aurora (1986), Senderos (1986), Delirio y destino (1988) y Los sueños y el tiempo (1992).

Acerca de la Filosofía y la Poesía, escribió María Zambrano:

 

 

“Hoy poesía y pensamiento se nos aparecen como dos formas insuficientes; y se nos antojan dos mitades del hombre: el filósofo y el poeta. No se encuentra el hombre entero en la filosofía; no se encuentra la totalidad de lo humano en la poesía. En la poesía encontramos directamente al hombre concreto, individual. En la filosofía al hombre en su historia universal, en su querer ser…

Es en Platón donde encontramos entablada la lucha con todo su vigor, entre las dos formas de la palabra, resuelta triunfalmente para el logos del pensamiento filosófico, decidiéndose lo que pudiéramos llamar “la condenación de la poesía”…

Desde que el pensamiento consumó su “toma de poder”, la poesía se quedó a vivir en los arrabales, arisca y desgarrada diciendo a voz en grito todas las verdades inconvenientes; terriblemente indiscreta y en rebeldía…

“En el principio era el verbo”, el logos, la palabra creadora y ordenadora, que pone en movimiento y legisla. Con estas palabras, la más pura razón cristiana viene a engarzarse con la razón filosófica griega…

Diríase que el pensamiento no toma la cosa que ante sí tiene más que como pretexto y que su primitivo pasmo se ve enseguida negado y quién sabe si traicionado, por esta prisa de lanzarse a otras regiones, que le hacen romper su naciente éxtasis…

Y así vemos ya más claramente la condición de la filosofía: admiración, si, pasmo ante lo inmediato, para arrancarse violentamente de ello y lanzarse a otra cosa, a una cosa que hay que buscar y perseguir, que no se nos da, que no regala su presencia. Y aquí empieza ya el afanoso camino, el esfuerzo metódico por esta captura de algo que no tenemos, y necesitamos tener…

Algunos de los que sintieron su vida suspendida, su vista enredada en la hoja o en el agua, no pudieron pasar al segundo momento en que la violencia interior hace cerrar los ojos buscando otra hoja y otra agua más verdadera. No, no todos fueron por el camino de la verdad trabajosa y quedaron aferrados a lo presente e inmediato, a lo que regala su presencia y dona su figura, a lo que tiembla de tan cercano…

¿Cuál era esa diferente manera de ver ya la cosa…? ¿Cuál era este poseer dulce e inquieto que calma y no basta? Sabemos que se llamó poesía… Y desde entonces el mundo se dividiera, surcado por dos caminos. El camino de la filosofía, en el que el filósofo impulsado por el violento amor a lo que buscaba abandonó la superficie del mundo, la generosa inmediatez de la vida…

El otro camino es el del poeta. El poeta no renunciaba ni apenas buscaba, porque tenía. Tenía por lo pronto lo que ante sí, ante sus ojos, oídos y tacto, aparecía; tenía lo que miraba y escuchaba, lo que tocaba, pero también lo que aparecía en sus sueños, y sus propios fantasmas interiores, mezclados en tal forma con los otros, con los que vagaban fuera, que juntos formaban un mundo abierto donde todo era posible. Los límites se alteraban de tal modo que acababa por no haberlos. Los límites de lo que descubre el filósofo, en cambio, se van precisando y distinguiendo de tal manera que se ha formado ya un mundo con su orden y perspectiva…

El camino de la filosofía es el más claro, el más seguro; la filosofía ha vencido en el conocimiento pues que ha conquistado algo firme, algo tan verdadero, compacto e independiente que es absoluto, que en nada se apoya y todo viene a apoyarse en él…

Mas también es ostensible, que en los pasajes más decisivos (Platón en la República, el Banquete, Fedón) cuando aparece ya agotado el camino de la dialéctica y como un más allá de las razones, irrumpe el mito poético… El que dice que “la filosofía es una preparación para la muerte” abandona la filosofía al llegar a sus umbrales ypisándolos ya casi, hace poesía y burla. ¿Es que la verdad era otra? ¿Tocaba ya una verdad más allá de la filosofía, una verdad que solamente podía ser revelada por la belleza poética; una verdad que no puede ser demostrada sino sólo sugerida por ese más que expande el misterio de la belleza sobre las razones? …

En todo caso Sócrates con su misterioso “demonio” interior y su clara muerte, y Platón con su filosofía, parecen sugerir que un pensar puro, sin mezcla poética alguna, no había hecho sino empezar…

La poesía perseguía, entre tanto, la multiplicidad desdeñada, la menospreciada heterogeneidad. El poeta enamorado de las cosas se apega a ellas, a cada una de ellas y las sigue a través del laberinto del tiempo, del cambio, sin poder renunciar a nada…

¿Es que acaso al poeta no le importa la unidad? ¿Es que se queda pegado vagabundamente -inmoralmente- a la multiplicidad aparente, por desgana y pereza, por falta de ímpetu ascético para perseguir esa amadadel filósofo: la unidad? …

Hemos anotado en las líneas que anteceden, las divergencias del camino al dirigirse el filósofo hacia el ser oculto tras las apariencias, y al quedarse el poeta sumido en estas apariencias…

Quien ha alcanzado la unidad ha alcanzado también todas las cosas que son, pues en cuanto que son participan de ella o en cuanto que son, son unas…

Hay que salvarse de las apariencias, dice el filósofo, por la unidad, mientras el poeta se queda adherido a ellas, a las seductoras apariencias. ¿Cómo puede, si es hombre, vivir tan disperso?…

De no tener vuelo el poeta, no habría poesía, no habría palabra. Toda palabra requiere un alejamiento de la realidad a la que se refiere; toda palabra es también, una liberación de quien la dice… Quien habla, aunque sea de la más abigarrada multiplicidad, ya ha alcanzado una suerte de unidad…

Ya hemos mentado algo afín, muy afín de la poesía, pues que anduvieron mucho tiempo juntas, la música. Y en la música es donde más suavemente resplandece la unidad. Cada pieza de música es una unidad…

Así el poeta, en su poema crea una unidad con la palabra, esas palabras que tratan de apresar lo más tenue, lo más alado, lo más distinto de cada cosa, de cada instante…

Pero hay, por el pronto, una diferencia; así como el filósofo si alcanzara la unidad del ser, sería una unidad absoluta, sin mezcla de multiplicidad alguna, la unidad lograda del poeta en el poema es siempre incompleta; y el poeta lo sabe y ahí está su humildad: el conformarse con su frágil unidad lograda… de ahí ese espacio abierto que rodea a toda poesía…

El filósofo quiere lo uno, porque lo quiere todo… el poeta quiere una, cada una de las cosas sin restricción, sin abstracción ni renuncia alguna…

La cosa del poeta no es jamás la cosa conceptual del pensamiento, sino la cosa complejísima y real, la cosa fantasmagórica y soñada, la inventada, la que hubo y la que no habrá jamás. Quiere la realidad, pero la realidad poética no es sólo la que hay, la que es; sino la que no es; abarca el ser y el no ser…

El poeta no se afana para que de las cosas que hay, unas sean, y otras no lleguen a este privilegio, sino que trabaja para que todo lo que hay y lo que no hay, llegue a ser. El poeta no teme a la nada…

El poeta alcanza la unidad en el poema más pronto que el filósofo. La unidad de la poesía baja enseguida a encarnarse en el poema y por ello se consume aprisa… el logos de la poesía es de un consumo inmediato, cotidiano; desciende a diario sobre la vida… Mientras que el de la filosofía es inmóvil, no desciende y sólo es asequible a quien puede alcanzarlo por sus pasos…

“Todos los hombres tienen por naturaleza deseo de saber” dice Aristóteles al comienzo de su Metafísica…

La poesía no se planteó a sí misma, no se estableció a sí misma, no comenzó diciendo que todos los hombres necesitan de ella. Y es una y es distinta para cada uno…

Por eso la unidad a la que el poeta aspira está tan lejos de la unidad hacia la que se lanza el filósofo…

Y es porque el poeta no cree en la verdad, en esa verdad que presupone que hay cosas que son y cosas que no son… De ahí que frente a un hombre de pensamiento el poeta produzca la impresión primera de ser un escéptico. Mas, no es así: ningún poeta puede ser escéptico, ama la verdad, mas no la verdad excluyente, no la verdad imperativa, electora, seleccionadora de aquello que va a erigirse en dueño de todo lo demás…

La verdad filosófica era adquirida paso a paso esforzadamente, de tal manera que al arribar a ella se siente ser uno, uno mismo, quien la ha encontrado. ¡Soberbia de la filosofía! Y la unidad y la gracia que el poeta halla como fuente milagrosa en su camino, son regaladas, descubiertas de pronto y del todo, sin rutas preparatorias, sin pasos ni rodeos…

¿Cómo teniéndola (la verdad) no ha sido la filosofía el único camino del hombre desde la tierra, hasta ese alto cielo inmutable donde resplandecen las ideas? El camino sí se hizo, pero hay algo en el hombre que no es razón, ni ser, ni unidad, ni verdad -esa razón, ese ser, esa unidad, esa verdad”.

 

 

De su pluma poético-filosófica, traemos a colación “El agua ensimismada” y “La llama“:

 

El agua ensimismada

 

Para Edison Simons

 

El agua ensimismada
piensa o sueña?
El árbol que se inclina buscando sus raíces,
el horizonte,
ese fuego intocado,
¿se piensan o se sueñan?
El mármol fue ave alguna vez;
el oro, llama;
el cristal, aire o lágrima.
¿Lloran su perdido aliento?
¿Acaso son memoria de sí mismos
y detenidos se contemplan ya para siempre?
Si tú te miras, ¿qué queda?”

 

La llama

 

Asistida por mi alma antigua, por mi alma primera al fin recobrada, y por tanto tiempo perdida. Ella, la perdidiza, al fin volvió por mí. Y entonces comprendí que ella había sido la enamorada. Y yo había pasado por la vida tan sólo de paso, lejana de mí misma .Y de ella venían las palabras sin dueño que todos bebían sin dejarme apenas nada a cambio. Yo era la voz de esa antigua alma. Y ella, a medida que consumaba su amor, allá, donde yo no podía verla; me iba iniciando a través del dolor del abandono. Por eso nadie podía amarme mientras yo iba sabiendo del amor. Y yo misma tampoco amaba. Sólo una noche hasta el alba. Y allí quedé esperando. Me despertaba con la aurora, si es que había dormido. Y creía que ya había llegado, yo, ella, él… Salía el Sol y el día caía como una condena sobre mí. No, no todavía”.

 

 

 

España reacciona tardíamente y empieza a darle a María Zambrano el reconocimiento que merece como filósofa solo cuando ya es una venerable anciana, aquejada además por quebrantos de salud. Entre otras distinciones, en 1981 se le otorga el Premio Príncipe de Asturias y es nombrada Doctora Honoris Causa por la Universidad de Málaga. En 1988 el Ministerio de Cultura de España le confiere el Premio Miguel de Cervantes de Literatura.

El miércoles 6 de febrero de 1991, María Zambrano, la gran filósofa española del siglo XX, muere en Madrid.

Había expresado:

“Escribir es defender la soledad en la que vivo”.

 

 

[CONTINUARÁ]

 

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