EL LINCHAMIENTO EN BOGOTÁ Y LA UTILIZACIÓN IRRESPONSABLE DEL WHATSAPP. Por Óscar Humberto Gómez Gómez.

 

Internet ha ido poniendo a disposición de la humanidad diversos medios para compartir información, alegrías, sueños y luchas, y hacer más llevadero el tortuoso paso por este mundo.

Pero, como siempre ocurre con toda invención o descubrimiento, el ser humano les da a los avances creados a su favor un uso totalmente diferente, y ni Internet en general, ni WhatsApp en particular, han sido la excepción.

Así, mientras unos tratamos de aprovechar estos valiosos recursos para irrigar poesía, música, historia, filosofía, deporte y cultura, o para que expresiones representativas de nuestro terruño natal lleguen al conocimiento o a la remembranza de paisanos nuestros que, por diversas circunstancias, viven en el exterior, o, en fin, para simplemente rememorar y afianzar los lazos de amistad, otros los han empleado para delatar toda la pestilente podredumbre de su bajeza moral, y se han dedicado, entonces, a diseminar el odio, a poner a circular la más grotesca vulgaridad, a expandir el irrespeto hacia el dolor de los más frágiles, a fomentar las mismas taras que nos han agobiado desde tiempos inmemoriales, tales como el racismo, la xenofobia, la misoginia o la injusticia, y, lo que es más grave, los están utilizando para echar a rodar falsedades y calumnias miserables contra personas inocentes que no tienen cómo asumir su defensa frente a semejante avalancha de desinformación e infamia.

Estábamos escribiendo por estos días la presente columna en razón a lo acontecido en la India, país donde, en una oleada de violencia, nueve (9) seres humanos, como usted o como yo, fueron linchados por una turbamulta enfurecida que se dejó llevar por falsas informaciones según las cuales se trataba de secuestradores de niños, cuando tuvo ocurrencia en Bogotá el atroz linchamiento de un colombiano humilde y anónimo acusado falsamente de lo mismo.

La muerte de un inocente constituye una bofetada contra toda la humanidad. La muerte de un inocente siempre agrede los más elementales sentimientos de humanismo y avergüenza al género humano poniéndolo a una altura incluso inferior a la de las bestias salvajes, que finalmente solo persiguen y matan a sus víctimas por hambre. Asesinar a alguien, bajo la cobardía que entraña la desproporción numérica de muchos contra uno solo, y hacerlo porque hubo algún irresponsable que se aventuró con temeridad y mala fe a sindicarlo públicamente de ser un secuestrador o un violador, cuando realmente no lo era, no puede pasar desapercibido para cualquier hombre o mujer con mediano sentido de la decencia y de la convicción íntima en la existencia de un Dios o de, al menos, una mediana dignidad en la naturaleza del hombre.

Hasta nosotros, por supuesto, han llegado, y desde hace tiempo, incluso desde antes de que WhatsApp existiera, esas cadenas cobardes que a mansalva ensucian honores y manchan dignidades, pero que ahora han comenzando a cobrar víctimas mortales.

Lamentablemente, hoy en día cualquier estúpido está habilitado para grabar videos con contenidos apenas propios de mentes enfermas y echarlos a rodar sin control alguno por el anchuroso mundo de la red. Y WhatsApp se ha convertido en el instrumento más idóneo para la rápida propagación de estas especies, y a nosotros, sus usuarios, se nos pretende convertir en idiotas útiles de estos seres insensibles e indeseables, que debieran ir a prisión por ser los autores intelectuales de estos horrendos crímenes contra la honra y la vida.

Pero si repudiable la conducta vil de quienes dan inicio a estas cadenas desvergonzadas, crueles, cobardes y asesinas, sí que resulta más condenable —y también se las tendrán que ver con la justicia humana o divina— aquellos que, de una buena vez, sin al menos un mínimo de averiguación acerca de la veracidad o falsedad de la grave información que han recibido, irresponsablemente se mandan de una vez a reenviarla, y a propagar así aquellas calumnias asquerosas, sin que la pobre víctima de estas pueda hacer nada para desmentir el infundio tejido en su contra.

Así sea con sacrificio de la brevedad, permítaseme relatar la experiencia que personalmente viví hace ya un tiempo.

Hace ya largos años, en efecto, cuando recién había aparecido el e-mail, me llegó a mi correo electrónico  una nota sobre un joven que aparecía fotografiado con su guitarra y de quien se decía que era un peligroso violador en serie. La nota la suscribía alguien que se presentaba como cabo del Ejército Nacional y aseveraba ser el investigador del caso. Allí se consignaban, además, sus números de celular y otros datos suyos con los que pretendía darle visos de autenticidad a aquella terrible acusación pública.

Lo primero que me llamó la atención fue el hecho obvio de que una investigación que debería estar adelantando la Fiscalía General de la Nación la estuviese asumiendo un suboficial del Ejército Nacional. Lo segundo, el bajo grado militar de aquel investigador castrense. Lo tercero, que tuviese la osadía de dar públicamente su nombre y su grado, cuando era obvio que, de no ser cierta su investidura de investigador del caso —cosa que, por demás, saltaba a la vista— sería inmediatamente ubicado y sobrevendrían contra él las correspondientes consecuencias a la luz de las normas disciplinarias. Lo cuarto, que no fuera la propia institución castrense la que emitiera un comunicado a la opinión pública, en el remoto caso de ser cierto aquello, esto es, que el Ejército Nacional hubiese asumido dicha investigación contra el supuesto violador en serie. Por ello, no solo me abstuve de reenviar aquel sospechoso correo, sino que además procedí a constatar la exactitud de cada uno de aquellos datos de identificación que suministraba el supuesto investigador.

Como era presumible, ninguno de los datos resultó cierto. Sencillamente, alguien quería desacreditar públicamente a aquel joven de la guitarra y había echado a rodar la infamia que había sido reenviada a mi correo.

Procedí, entonces, a responderle a quien me había remitido el mail narrándole lo que yo había hecho y cómo había quedado en claro que el contenido del mensaje era totalmente falso. El remitente me escribió agradeciéndome la información, me presentó excusas, me manifestó que a partir de ese momento tendría más cuidado con lo que le llegara a su correo, me anunció que de inmediato se estaría dirigiendo a quien se lo había remitido para hacerle la respectiva rectificación, me hizo saber que inmediatamente borraría aquel correo y me comunicó que esa misma conducta se la sugeriría a la persona que se lo había enviado para que esta no solo borrara el suyo, sino que también se lo sugiriera a su remitente, y así sucesivamente.

Mi remitente resultó ser un joven que, además de su oficio de taxista, componía canciones, especialmente baladas, una de las cuales llegó a ser profusamente difundida por Jorge Enrique Zafra, locutor insigne de la Emisora de la Policía Nacional en Bucaramanga y a quien yo bauticé, a su plena satisfacción, como El gendarme de la locución santandereana.

Pues bien: es URGENTE que todas las personas que están recibiendo videos, fotografías y mensajes a través de WhatsApp hagan lo mismo.

En todo caso, reproduzco a continuación el texto del artículo 222 del Código Penal de Colombia:

“ART. 222.— Injuria y calumnia indirectas. A las penas previstas en los artículos anteriores quedará sometido quien publicare, reprodujere, repitiere injuria o calumnia imputada por otro, o quien haga la imputación de modo impersonal o con las expresiones se dice, se asegura u otra semejante”.

Y también transcribo el texto del artículo 30 del Código Penal de Colombia:

“ART. 30.— Partícipes. Son partícipes el determinador y el cómplice.

Quien determine a otro a realizar la conducta antijurídica incurrirá en la pena prevista para la infracción.

(…)”.

Así que por el salvaje e injusto linchamiento ocurrido en Bogotá responderán, entonces, no solo los que golpearon al hombre hasta quitarle la vida, sino también los que echaron a rodar la falsa noticia y, por supuesto, los que la reenviaron a sus contactos y contribuyeron así a generar la reacción salvaje que terminó con el linchamiento de aquel inocente.

¡Que su sangre y las lágrimas de su familia también recaigan sobre ellos!

 

¡Gracias por compartirla!
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1 respuesta a EL LINCHAMIENTO EN BOGOTÁ Y LA UTILIZACIÓN IRRESPONSABLE DEL WHATSAPP. Por Óscar Humberto Gómez Gómez.

  1. Lucena Blackburn M. dijo:

    Es cierto; qué triste y dolorosa enseñanza; la humanidad está desbordada en los antivalores.

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