No cabe ya duda alguna: estamos atravesando una época muy difícil, una de las épocas más duras en materia de primacía de los anti-valores y de menosprecio por los valores de los que hasta hace poco nos enorgullecíamos.
Una muestra de esa situación la pone en evidencia la importancia que se les ha venido dando a personajes de tercera cuyo único mérito real ha sido haberse propuesto sobresalir a base de generar escándalo poniéndose en contra de nuestras más bellas y respetadas tradiciones o haciendo mofa, de manera desvergonzada, de nuestros símbolos más sagrados y dignos.
Tradiciones como la conquista amorosa de la mujer por el hombre a punta de serenatas, esquelas perfumadas y versos románticos. Símbolos como la mujer, precisamente.
Así ha ocurrido, pongamos por caso, con una tal Kim no sé qué, cuyo único mérito fue el revolcarse ante una cámara de video con un supuesto novio y luego subir a la red la grabación. O con una supuesta “actriz (sic) porno”, desgraciadamente colombiana, cuyo único mérito ha sido protagonizar videos lamentables en los que ella es usada como una cosa por numerosos hombres, ninguno —dicho sea de paso— merecedor de respetabilidad alguna, mientras ella finge unos orgasmos más falsos que una moneda de icopor o que un billete de treinta y siete mil pesos.
En materia musical, ni hablar. Pareciera que radiodifusoras, público y revistas se hubiesen puesto de acuerdo para exaltar a musicastros y cantantuchos de mala muerte que, si fuésemos una sociedad de buen gusto, no serían aplaudidos por nadie, pero a quienes se les ha elevado al estrellato como si se trataran de verdaderos maestros de la música y el canto.
En fin, este pobre mundo está patas arriba.
A menos —y no lo creemos— que seamos nosotros los que estemos parados de cabeza y no sepamos apreciar a estas “celebridades”.
La pregunta obligada es: ¿vendrá un nuevo Renacimiento?
Que Santa Rita de Casia, patrona de las causas peliagudas, lo haga posible.