LA MUERTE DE DILAN CRUZ: PREPÁRENSE PARA EL ESPECTÁCULO. Por Óscar Humberto Gómez Gómez. *

ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ (Fotografía: Nylse Blackburn Moreno).

 

El antagonista de Condorito, el simpático pajarraco creado por el talento del artista chileno Pepo, es un personaje detestado porque hace exhibición del peor defecto que puede tener el efímero ser humano en su fugaz paso por esta tierra: el insoportable defecto de la petulancia.
Aquel engreído personaje se llama Pepe Cortisona.

El agente de policía del Esmad que disparó contra el joven estudiante Dilan Cruz —en los instantes en que este corría, luego de haber devuelto, hacia el escuadrón que avanzaba, la bomba lacrimógena que este les acababa de arrojar a los manifestantes de los que él formaba parte—, le ha otorgado poder, para el ejercicio de su derecho de defensa, a un personaje que desde hace rato convirtió el ejercicio de la hermosa profesión de la abogacía en el pretexto para destilar el veneno de su odio en contra de sus semejantes, cuando estos tienen la osadía, para él inaceptable, de pensar distinto a como él piensa.

Me parece estar oyéndolo en una larga entrevista radial en la que se atrevió a confrontarlo un colega suyo, también costeño como él, quien hablaba desde Cartagena. El émulo de Pepe Cortisona le respondió su atrevimiento burlándose, con chocante arrogancia, del hecho de que, según él, aquel otro abogado no era conocido más allá de las murallas cartageneras mientras que él -el émulo de Cortisona- sí era famoso en toda Colombia.

Hay que tener en la vida mucho cuidado con el espejismo mundano de la fama. Y hay que diferenciar la fama del jurista con el espíritu vitrinero y pantallero de quienes solo acuden a los micrófonos a hablar de sí mismos y, peor aún, si además se dedican a denigrar, con total desconsideración y manifiesto irrespeto, de personas que no tienen la oportunidad siquiera de controvertirlos en el mismo escenario.

Bastante han cambiado los tiempos para mal. Por allá en los inicios de los años 80 —recordamos— los abogados entrevistados eran juristas que hablaban de derecho. Largos minutos duraban al aire respondiendo las preguntas de Pastor Vesga Ramírez en “Pase la tarde con Caracol”, o las de Héctor Gómez, o las de Mario H. Ortega Figueroa, o las de Gerardo Ramírez Rodríguez, en los noticieros de RCN, y Efraím Gómez Jerez seguramente recuerde sus extensos informes periodísticos acerca de las defensas que hacían los oradores del foro ante el jurado de conciencia.

Pero, a diferencia de lo que viene sucediendo ahora con este personaje —y con otros que también han hecho lo propio—, en aquella época se hablaba de ciencia penal, de doctrina, de jurisprudencia, de legislación comparada, de criminología, de criminalística, de sociología, de antropología, de psicología, de medicina legal, de historia, de filosofía, y los oyentes oían mencionar a las grandes luminarias de las ciencias penales, tanto de Colombia como del orbe, y, entonces, era frecuente oír de un Francesco Carrara, o de un Enrico Ferri, o de un Nicola Framarino de Malatesta, o de un Pietro Ellero, y se honraban los aportes de un Cesar Becaría, de un Luis Jiménez de Asúa o de un Carlos Fontán Balestra a esas disciplinas, sin dejar a un lado, por supuesto, a los juristas nuestros, como Agustín Gómez Prada, Antonio Vicente Arenas, Alfonso Reyes o Luis Carlos Pérez, los dos primeros oriundos de Santander.

Jamás se dio una exhibición tan penosa de arrogancia —a pesar incluso de la fogosidad propia de la juventud— como la que de manera permanente da hoy en día el patético émulo de Cortisona.

Ojalá esta vez se limite a hacer su trabajo y no pretenda convertir la muerte del joven Dilan Cruz en un nuevo espectáculo.

Si así no procede, y se dedica, más bien, a conseguir entrevistas —en lo que pareciera ser experto— para descalificar de “mamerto” a Dilan Cruz, o a todo aquel que no coincide con lo que él piensa, confiamos en que la Sala Disciplinaria del Consejo Superior de la Judicatura actuará, y de oficio, con severidad. Con la misma severidad con la que ha actuado en contra, pongamos por caso, de los abogados que se han atrevido a ejercer el derecho a la denuncia y al reproche contra los malos funcionarios judiciales —nombrados, dicho sea de paso, por la otra Sala de ese mismo Consejo Superior—. Abogados a quienes la susodicha Sala Disciplinaria ha sancionado, a pesar de que el propio Código Disciplinario del Abogado les permite a los profesionales de las ciencias jurídicas el pleno ejercicio de ese derecho, con una claridad que ya envidiaría el agua.

Y no es que yo esté a favor —valga la aclaración— de aquellos a quienes este personaje odia. La vida, maestra por excelencia, me ha enseñado, y con ejemplos concretos, que no hay nadie más arrogante que un comunista con poder. Es que, sencillamente, los petulantes de todos los pelambres son un fastidio para el espíritu, tanto como aquellas personas “ruidosas y agresivas” de las que el poema Desiderata nos aconseja que debemos alejarnos.

Preparémonos, pues, porque, a juzgar por los antecedentes de este antipático personaje, es altamente probable que ya esté montando de nuevo su lamentable y vergonzoso espectáculo, esto es, toda su sarta de insultos en contra de quienes no piensan como él y toda la carga de insufrible petulancia de la que suele hacer gala.

Ahora bien: si, como lo tememos, la familia de Dilan Cruz le otorga poder a alguno de los otros dos que se disputan con el émulo de Pepe Cortisona el puesto frente a las cámaras de la televisión, no va a haber telenovela alguna que a este proceso se le cuadre.

Amanecerá y veremos.

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  • Miembro del Colegio Nacional de Periodistas (CNP).
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