La primera vez que la oí fue para salir a bailar. La cantaba Pastor López. Corrían los años 70 y apenas andaba en nuestros años veinte, o sea en la plenitud de mis jóvenes años. Aún vivía en la casa grande y antigua ubicada en el centro de mi ciudad natal donde un día no celebré nuestro grado de bachiller y donde otra noche celebré mi grado de abogado, para apenas al año siguiente mudarme a otra casa y a otro barrio dejando atrás tantos y tantos recuerdos.
Cuando se la escuché a Albert Hammond descubrí su profundo romanticismo, que en verdad no había dimensionado mientras tiraba paso con la versión bailable.
Me gustaba cantarla acompañándome con la guitarra.
En los años 80, cuando ya graduado de abogado fundé la agrupación “Los Peor es Nada”, con instrumentos que compré en Ortizo, la incluí de inmediato en el repertorio. Sobra decir que era yo quien la cantaba.
A principios de un enero de aquellos años 80 era inminente un viaje por tierra que a bordo de nuestro automóvil emprenderíamos Nylse mi esposa y yo hacia Santa Marta. Antes del viaje estuvimos, no recuerdo por qué, en el almacén Gamas, que quedaba ubicado en el costado sur de la calle 36 entre carreras 21 y 22, y su gerente, Eduardo Gómez, me regaló un casete que el almacén había obsequiado a sus clientes en el diciembre que acababa de pasar. Ya en la carretera lo pusimos a sonar en el pasacintas y fue entonces que escuché la versión de los Hermanos Zuleta, Poncho y Emiliano. Sobra decir que la repetimos varias veces a lo largo del camino.
Hoy quiero compartir con mis visitantes esta hermosa canción mexicana, la misma que me hace viajar a través del tiempo a lugares y vivencias que me prodigaron inmensas alegrías y me trae a la memoria a personas que me brindaron su agradable compañía en años en los que aún no se asomaban las dificultades, los reveses y las decepciones que habrían de llegar a mi vida más tarde para perturbarme la fiesta.
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