Tierra de cigarras (Novela.2000. Capítulo XXIII). Óscar Humberto Gómez Gómez

 

“Las campanas de mi pueblo” fue como tituló Julieta Álvarez su primer texto literario. Enseguida de este evocador título anotó entre paréntesis que aquel relato, íntimo y breve, en el que revelaba vivencias de infancia muy suyas que habían tenido como escenario los paisajes mágicos de su pueblecito natal, era una “composición”. Firmó al final de esta, pero tan solo con sus iniciales.

El que presentara la naturaleza de su primera producción literaria bajo ese nombre, el de una composición, afianzaba la evidencia de que su espíritu de escritora a la sombra se hallaba manifiestamente alimentado por los embestidas sin piedad de la morriña.

Y era que así se llamaban en esos tiempos los textos que en la asignatura de castellano debían redactar los escolares y los colegiales acerca de temas indicados por sus maestros o que los mismos alumnos escogían si se les daba la opción, siempre más apetecida, del tema libre. Era obvio, entonces, que Julieta evocaba con aquel precioso texto no solo cuanto allí describía, sino también su época de alumna de la pequeña escuela pueblerina donde había alcanzado a aprender de qué manera se escribían frases tales como “Mi mamá me mima” y “Amo a mi mamá”.

Después de aquella evocación de su lejano solar nativo a través del recuerdo del tilín y el talán campaneros de su iglesia, construyó varias composiciones más, todas a mano, todas con lápiz y todas en las hojas de su cuaderno confidente.

Nadie, sin embargo, habría de leerlas, excepto ella, sino hasta muchos años después, cuando una de sus hijas, ya adentrada en los peculiares intereses de la edad adulta, lo halló por casualidad mientras penetraba, linterna en mano, dentro de los ocultos secretos que escondía un viejo baúl de recuerdos familiares donde aspiraba encontrar aquella carta que la hacedora de sus días le había escrito a alguien, sumida en las profundidades de la depresión, luego de recibir la desalentadora noticia de que había perdido al segundo de sus progenitores, misiva que, finalmente, jamás había ido a poner en buzón de correo alguno.

Pero Julieta Álvarez no escribía únicamente composiciones literarias: también se engolfaba escribiendo poesías y liberando a través de sus versos todo el torrente sin dique de sus más nobles sentimientos y sus más apesadumbradas emociones.

Como parte de su quehacer poético, rasgueaba, con la afilada punta de su lápiz, acrósticos de singular delicadeza.

A quiénes se los dedicaba, o sobre quiénes los creaba era fácil saberlo, pues bastaba, al igual que con todo acróstico, leer en sentido vertical las letras versales con las que se iniciaba cada uno de los renglones. Por ello, fue sencillo conocer a quién se había referido al escribir aquellos versos de fantasía en los que evocaba, con impresionante dulzura, a la inolvidable camarada de infancia que un día septembrino de desdicha huyó de la escuela de la capital de su departamento donde estudiaba, acorralada por la disyuntiva de tener que escoger entre regresar a su casa para que la golpeara su desalmado padrastro o quedarse en el internado para que la golpeara su desalmada directora, y se fue corriendo por entre matorrales y cañadas, sin hacerle caso a la desesperada voz de su conciencia que le suplicaba que regresara a clases y tuviera paciencia mientras sobrepasaba algún día la mocedad de sus años y podía, ahí sí, abandonar el hogar e irse a vivir sola a otro lugar lo más distante posible. La encontraron sobre una de las anchurosas rocas del río, con el bello e inocente rostro infantil bañado en una mezcla de sangre y de lágrimas, y dedujeron sin esfuerzos que se había lanzado desde lo alto del risco para ver si así obtenía, por fin, la respuesta a su desgarrador interrogante acerca del por qué, si a su corta edad jamás le había hecho mal a nadie, tenía encima de sí tanta persecución y tanta injusticia.

Aquel acróstico decía:

Amiguita de mi calle iluminada,
Nana linda del gatito y la muñeca,
Invitada del columpio y la cometa,
Tesorito, retorná con traje de hada
A abrazarme en estas horas de tristeza.

 

 

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