NOTA DEL PORTAL: En su última sesión ordinaria mensual, la Academia de Historia de Santander abordó el tema de la actual situación que registra el conocimiento de la Historia en nuestro país. A propósito de esto, el Dr. Manuel Enrique Rey, Ingeniero Químico de la Universidad Nacional de Colombia y Miembro Correspondiente de la Academia, nos envía la siguiente columna, que, obviamente, publicamos con el mayor de los gustos. Esta es su casa, Dr. Rey.
EL OLVIDO DE LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA
Por Manuel Enrique Rey
Estoy seguro de que bajo el liderazgo de su Presidente, el Doctor Miguel José Pinilla, la Academia de Historia de Santander retomará, como le corresponde, desde el augusto espacio sacro y natural, por quienes debatimos la historia como miembros honorarios, de número o correspondientes, la preocupante situación que viven actualmente los centros de formación educativa, desde el más elemental hasta el cimero universitario, que guarda relación con la absurda decisión gubernamental hace más de veinte años, consistente en eliminar del pensum oficial la cátedra de historia.
Y es que nada se logra para nuestro pretendido desarrollo colectivo con cumplir sólo algunas funciones y facetas, practicadas por quienes tenemos el privilegio de reunirnos periódica dialéctica y formativamente durante nuestra corta ontología en el magnánimo y venerable hogar que desde los griegos se llama academia, donde a diario se concita lo preclaro y ancestral de la racionalidad, buscando potenciar el acendrado amor a la Patria y a sus glorias, tratando de buscar con dicho apostolado la pretensión de acertar el legado dejado por el pretérito, si no se le apuesta a la irradiación del conocimiento, si no se consigue darle continuidad al proceso evolutivo histórico de nuestra especie, única sobre el planeta que ha demostrado tener la capacidad de evolucionar satisfactoriamente porque comprende, valora y transmite a sus descendientes, el magisterio de la verdad logrado siempre con capacidad filosófica y moral, indagando sin torcidos ni radicalismos las causas y las conclusiones dadas con sapiencia, al porqué, al cuándo, al cómo y al por quién.
Tuve la oportunidad de recapacitar sobre un prólogo dedicado a Roberto Botero Saldarriaga quién desarrolló la ardua labor de plasmar en varios libros la sublime veneración de personajes eximios de nuestra historia estableciendo sus hitos relevantes, comentado por el historiador Horacio Rodríguez quien dice: “El verdadero historiador sublima el arte para recrear con belleza las épocas pasadas y traer hasta el presente y aún proyectar hacia el porvenir, con sentido admonitorio, las cosas grandes o medianas que hicieron los hombres. Esas virtualidades se reúnen rara vez en una sola personalidad. Por eso la Academia, cuando la encuentra en uno de sus miembros, las reconoce, al llevarlo a decorar con su presencia perenne las galería de sus epónimos”. Yo añadiría: como puente histórico entre generaciones.
Fue parte del planteamiento expuesto por los académicos el pasado martes 17 de abril en las instalaciones de la solariega mansión presidencial, preocupados por el descuido en la enseñanza de la historia. Una labor que de paso sea dicha, debe enfrentarla no solamente el estamento oficial, paquidérmico y burócrata, sino rectores y profesores, alumnos y académicos. Fue lo establecido por los miembros de la Academia de Historia en Santander, que ojalá no se quede en tinta muerta, motivo parcial del exabrupto. Al menos podría lograrse, como lo afirma una importante revista, que nuestros educandos, padres de familia y profesores de historia cuando se les pregunte quién fue Nariño no duden entre si fue un prócer republicano o el líder de un frente fariano.
¡Qué calamidad!