En dónde estás, Señor, cuando yo, triste,
Inmerso en el dolor o el abandono,
Pregunto al corazón por qué el encono
Con el cual la ingratitud mi alma embiste.
En dónde estás, Señor, si el hombre insiste
En cultivar con odio como abono,
Si para dialogar no endulza el tono,
Si lo veo destruir cuanto aquí existe.
Aclárame, Señor, si en esos días
En que extraño las pasadas alegrías
Y a mi alma la conturba tanto dolo,
Aquella voz que escucho en mi conciencia,
Que me anima y me invita a la paciencia,
Eres tú, Señor, o yo hablo solo.