La tarde va declinando
Y mi ciudad va de vuelta,
Van de regreso los hombres,
Las mujeres ya regresan,
Van rumbo hacia sus hogares,
Que a la distancia les quedan,
Y va cayendo ya el día
Y al oeste el sol se aleja,
Y el tiempo en mí se detiene
Porque la vida se frena
Cuando las cinco las marca
El gran reloj de la iglesia.
Ya salen de los colegios,
Ya abandonan las escuelas,
Las fábricas, los talleres,
Los almacenes, las tiendas,
Y a lo largo de la calle
Pasan carros, camionetas,
Y camperos, y autobuses,
Las motos y las busetas,
Y va mi gente de prisa
En pos de alcanzar las ruedas
Que la llevarán a casa
Porque la noche se acerca.
Ya llegó el atardecer
Y las nostalgias me llegan
Mientras a bordo del coche
Y oyendo canciones viejas
Allá en el aparcamiento
Me vienen ideas nuevas,
Sueños aún no soñados,
Y recuerdos que me dejan,
Y esperanzas que renacen,
Y victorias de otras épocas.
Mas no pienso en las derrotas,
Que al final son experiencias,
Ni en eso que me entristece,
Pienso en cosas que me alegran,
Y evoco a los que me quieren
E ignoro al que me golpea.
A través del parabrisas
Voy mirando hacia la puerta
De aquel terreno gigante
Donde el piso es solo tierra,
Aquel parqueadero inmenso
Donde los autos esperan
La llegada de sus dueños,
De sus dueñas la presencia,
Que se enciendan sus motores
Y que abandonen la espera
Y se lancen a las calles
A rodar con insistencia
Si lo permite el atasco
Y si el agente los deja.
Ya he llegado hasta la puerta
Y encuentro a la turbulencia,
Congestión de peatones
Que inunda toda la acera,
Que se opone a que yo salga
Y me una a la tremenda
Multitud que ruge y pita
Y que grita sin conciencia,
Pues todos quieren que el paso
El mundo entero les ceda,
Pero nadie ofrece el suyo,
Cada cual más acelera,
Y entonces es cuando entiendo
Que aquella gran turbulencia
De gente que sube y baja,
Que pisa duro la acera,
No piensa darme a mí el paso,
Me va a impedir que esté afuera,
Y entonces miro hacia el suelo
Y ahí parado a la vera
Me entretengo con la vista
De la feroz competencia.
Mas de pronto veo a una niña,
No es una niña pequeña,
Ella es ya una jovencita
Que camina airosa y fresca,
Que se remanga con gracia
Su buzo de azul turquesa
Y las perlas se le asoman
A su sonrisa de fiesta.
Observo su falda corta,
Su blusa larga y por fuera,
En fin, su traje que evoca
Un uniforme de escuela,
La delgadez de su mano,
De su rostro la belleza,
Su camisa y su chaleco,
Y sus zapatos de suela,
Y un reloj de colorines
Amarrado a su muñeca,
En la espalda, cual cascada,
Su rubia y gran cabellera
Y hasta el blancor de la vida
En el blanco de sus medias.
Veo, de pronto, que se inclina
Y por entre la gente aquella
Se dispone a agarrar algo,
Algo pequeño que repta,
Que ondula el cuerpo y avanza
A riesgo de su existencia
Aproximándose al borde
Peligroso de la acera.
Aguzo la vista y observo
Aquella mano traviesa
Que desafía las pisadas
De tacones y de suelas,
Y entonces por fin descubro,
Al fin ya caigo en la cuenta
De qué se propone esa niña
En medio de la indolencia:
Quiere salvar a un gusano,
A un gusanito de seda,
Que en gran peligro se halla
De que lo aplaste la gleba,
La ruidosa muchedumbre,
Sin inmutarse siquiera.
Y, entonces, aquella mano
De aquella chica tan bella,
Que se ha puesto de rodillas
En medio de la revuelta,
Se mete entre la maraña
De botas, suelas y piernas,
Y hay un momento en que temo
Que semejante tormenta
De gritos y de empujones
De aceleradas carreras
Ignore que está en el suelo
Y pueda pisarla a ella.
Y es que nadie se detiene,
La indolencia desconcierta,
Pero es, en fin, el progreso,
Que lo humano a un lado echa:
Ya no interesa la vida
Y ya la naturaleza
Es cuestión de qué me importa,
Aquí sálvese el que pueda.
Pero la niña se mete
Allá entre la turbulencia,
Entretanto desde el auto
Yo trato de no perderla,
Y alcanza al fin con sus manos
El cuerpecito que repta
Y en una escena preciosa,
En escena humana y tierna,
Agarra en vilo al gusano,
Lo levanta con presteza,
Y lo conduce hacia el pasto
Que crece allí entre materas,
Entre arbolitos y flores
Que colorean la existencia,
Y entonces he descubierto
Que hay allí naturaleza,
Que todo no es solo asfalto
Como creía que era,
Que incluso en el centro hay vida,
Que hay también de Dios presencia,
Aunque por ir tan de prisa
La gente no se dé cuenta.
Y aquella niña bonita,
Llevando el morral a cuestas,
Llevando a cuestas la vida,
Que en ella apenas comienza,
Hacia mí vuelve la vista
Y me toma por sorpresa,
Me sonríe y le sonrío,
Mas pronto de ella no queda
Sino, estampada en mi mente,
Su imagen de niña buena.
Pues esa niña bonita,
Llevando el morral a cuestas,
Llevando a cuestas la vida,
Que en ella apenas comienza,
Con la sonrisa en los labios
Feliz del sitio se aleja
Dejando al gusano a salvo
Y a mí con el alma abierta,
Con la alegría que siento
Al ver que sí hay gente buena,
Que hay todavía esperanza,
Que hay ternura en el planeta,
Que hay aún seres valiosos,
Que la bondad no está huérfana,
Que Dios todavía sonríe
cuando la Tierra contempla.
Sé que jamás en la vida
A ella volveré a verla,
Mas desde aquí, desde lejos,
Del fondo de mi conciencia,
Le envío mis bendiciones
A aquella niña tan bella;
Que la vida le sonría,
Que sea su suerte completa,
Y si ha de estar en peligro,
En riesgo que sobrevenga,
El gran Hacedor del Cielo,
Mi Dios, la ponga a cubierta.
Que la libre de acechanzas,
De la mezquina violencia,
La ponga a salvo de envidias
Y de maldades y penas,
Que la salve con su mano,
Poderosa, justa y buena,
Así como aquella tarde,
Un día de viernes cualquiera,
Allá ante una puerta grande
Y al frente de mi presencia
Ella salvó con su mano
Al gusanito de seda.