DON QUIJOTE ANTE LAS CIENCIAS DE LA SALUD MENTAL. Homenaje a Miguel de Cervantes Saavedra en el Día del Idioma Español. Por Óscar Humberto Gómez Gómez

 

“Sr. D. Luis López-Ballesteros y de Torres

Siendo yo un joven estudiante, el deseo de leer el inmortal “Don Quijote” en el original cervantino me llevó a aprender, sin maestros, la bella lengua castellana. Gracias a esta afición juvenil puedo ahora, ya en edad avanzada, comprobar el acierto de su versión española de mis obras, cuya lectura me produce siempre un vivo agrado por la correctísima interpretación de mi pensamiento y la elegancia del estilo. Me admira, sobre todo, cómo no siendo usted médico ni psiquiatra de profesión ha podido alcanzar tan absoluto y preciso dominio de una materia harto intrincada y a veces oscura.

Freud

Viena, 7 de Mayo de 1923”

 

Con esta carta, dirigida a su traductor, el controvertido psiquiatra austríaco Sigmund Freud, padre del Psicoanálisis, dejó para la posteridad no solo el motivo por el cual aprendió el idioma español, sino la duda irresoluta de si su famosa teoría y su difundido método diagnóstico y terapéutico acaso tuvieron raíces en su interés científico por el celebérrimo personaje de la literatura hispana.

 

 

Existe para algunos psicoanalistas una evidente relación entre Sigmund Freud y El Quijote. De hecho, el psicoanalista israelí Juan Pundik titula su libro Freud y el Quijote: el Psicoanálisis en lengua castellana (Buenos Aires, Argentina, 2016).

Se ha llegado, incluso, al extremo de indicar que el padre del psicoanálisis no fue Freud, sino Sancho Panza. Eso sugiere, por lo menos, el autor mexicano Carlos Chávez Macías en su libro Don Quijote, primer psicoanalizado de la historia: la probable influencia de Miguel de Cervantes en Sigmund Freud (Ciudad de México [D.F.], México, 2017).

“El Quijote -escribe Chávez Macías- se enferma al leer, según Cervantes, y sana al final de la vida, ¿por qué? Porque se lo ha contado todo a Sancho, quien funciona de sicoanalista. Las palabras leídas enfermaron, las palabras habladas sanaron. ¿Qué fue lo importante? La escucha, como es para los sicoanalistas. Las personas que van a consulta para que el sicoanalista les diga qué hacer no entienden que eso va en contra del sicoanálisis; lo importante es que uno hable y el otro sepa escuchar”.

En la misma dirección apunta Nayelly Yael González en un artículo titulado El padre del psicoanálisis es Sancho y no Freud (Ciudad de México [D.F.], México, 2009).

“El creador del psicoanálisis -recuerda la autora- nació en Austria en 1856, murió 83 años después en Londres. Freud, se convirtió en una notable influencia para importantes personajes como André Bretón, Luis Buñuel, Salvador Dalí y Alfred Hitchcock. Sin embargo, alguna vez nos hemos preguntado ¿quién o quienes fueron las más significativas influencias en Freud para llegar a la creación del psicoanálisis?
A la edad de 13 años, Freud comenzó una amistad con Eduard Silverstein, con quien años más tarde mantendría comunicación por correspondencia, en la que Freud utiliza un nombre clave para identificarse, Cipión, del Coloquio de los Perros de Cervantes, el escucha (el psicoanalista clásico). Mientras que a Silverstein lo denomina Berganza, el amigo (el paciente clásico).
No sólo en las cartas enviadas a su amigo Silverstein, Freud deja a la luz su gusto por la obra de Cervantes; también en las que escribía a su novia comenta lo mucho que le gusta El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, y la invita a la lectura de la obra.
Freud aprendió la lengua castellana para la lectura de Don Quijote, por lo que es de suponerse que tenía una especie de identificación con Cervantes. Sin embargo, la verdadera relación de la obra cervantina con el psicoanálisis es Sancho Panza.
La obra trata de un hombre cuya afición a las novelas de caballería lo volvieron loco, así que decidió armarse caballero andante e irse por el mundo. Para ello se hizo de un escudero, Sancho Panza. Después de encuentros y batallas, es derrotado por el Caballero de la Blanca Luna y devuelto a su casa, donde ya en el lecho de muerte admite haber vivido loco y estar muriendo cuerdo.
Para llegar a esta última aseveración, el Quijote ha tenido que pasar por un largo proceso de compresión del mundo real y el de la fantasía, es decir, ¿cuántas conversaciones mantiene don Quijote con Sancho? Durante la vida del Quijote como caballero andante, convierte a Sancho, más que en su escudero, en su amigo al cual le cuenta de lo que ve, lo que escucha, de su Dulcinea, de la libertad. Sancho, siendo el cuerdo, le dice que son molinos y no gigantes, que son ovejas y no un ejército; pero en la mayoría de las ocasiones Sancho únicamente escucha.
El psicoanálisis, también conocido como “la cura del habla”, se basa en la asociación libre, en que el paciente le comunica a su analista todo lo que se le ocurra, sus deseos, sueños, anhelos, fantasías, recuerdos, mientras articula el discurso. No hay preguntas del analista, el paciente habla de acuerdo con sus propios intereses, y el psicoanalista escucha e interviene cuando lo cree necesario.
Vemos una gran similitud entre lo que un psicoanalista hace y lo que hacía Sancho. Sin embargo, la mayor evidencia de que Sancho es el padre del psicoanálisis es el hecho de que el Quijote sana, gracias a las conversaciones con Sancho, como en el psicoanálisis. Es decir, Sancho fue psicoanalista del Quijote”.

 

Pero algunos hacen notar, con razón, que si ello fuera cierto, el padre del psicoanálisis sería, entonces, Cervantes, creador de ambos personajes. Otros, en cambio, se apartan de semejante conclusión advirtiendo que Sancho Panza no siempre se limita a escuchar a Don Quijote, sino que llega a contradecirlo en repetidas ocasiones.

 

Desde luego, más allá de este debate, e incluso del de la validez actual del psicoanálisis o si se encuentra científicamente revaluado, no es enteramente atinado pretender el abordaje psicológico de un hombre creado por la imaginación de un escritor. Ello ha hecho que algunos descarten de plano la pretensión de intentar un “diagnóstico” sobre la salud mental de Alonso Quijano, el buen vecino que se convierte en Don Quijote de la Mancha como resultado, dicen unos, de leerse todos los libros de caballerías publicados, o, más bien, dicen otros, de pretender entender la enrevesada redacción de los mismos. Sin embargo, y con la natural limitación de no estar abordando a un personaje real, sí resulta interesante una aproximación al laberinto mental de Don Quijote.

 

Aunque es de advertir que, en puridad de verdad, no faltan los psiquiatras que han arribado a la conclusión de que el personaje literario Don Quijote fue tomado de alguien real.

Así, los psiquiatras españoles Rosana Corral Márquez y Rafael Tabarés, Residente de Psiquiatría del Hospital Clínico Universitario de Valencia y Profesor Titular de la Unidad Docente de Psiquiatría y Psicología Médica del Departamento de Medicina de la Universidad de Valencia, respectivamente, en su ensayo Aproximación psicopatológica a El Quijote escriben lo siguiente:

“Nada nos permite deducir que el autor tuviera conocimientos médicos específicos para describir, de una forma tan fiel, lo que hoy podría definirse dentro de algunas categorías diagnósticas de las enfermedades mentales, ya que las nociones sobre la enfermedad mental eran entonces confusas y precarias. Autores como R. Salillas, (…) defienden que Cervantes conoció el famoso libro de Huarte de San Juan Examen de Ingenios, motivo por el cual el Don Quijote recibe el calificativo de “ingenioso”, que no “loco”. No obstante, la descripción psicopatológica del trastorno delirante en el protagonista sorprende por su agudeza y fidelidad a la realidad, y esto no parece resultar de la lectura de ningún tratado “psiquiátrico” de la época, ya que no existían como tal. En nuestra opinión, Cervantes debió de tomar el modelo para la locura de su personaje directamente de la realidad. Por tanto, Cervantes ocuparía un puesto de honor entre los autores de su época que dedicaron su interés a la descripción de la enfermedad mental y cabe calificarle como uno de los más finos observadores de la conducta humana en la historia”.

 

En efecto, Rafael Salillas publicó en 1905 el libro Un gran inspirador de Cervantes: el doctor Juan Huarte y su examen de ingenios. Además de él, don Miguel de Unamuno publicó, el mismo año 1905, Vida de don Quijote y Sancho, libro en el que también afirma la relación entre Cervantes y Huarte de San Juan. (Téngase en cuenta que el nombre completo del médico y filósofo español era Juan Huarte de San Juan. Su libro —el único que escribió en la vida y que lo catapultó a la fama— apareció publicado en 1575).

 

Martín de Riquer, Miembro de Número de la Real Academia Española y catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona, en su célebre y erudita Introducción a la lectura del Quijote (Barcelona, 1958), escribe que “(…) es oportuno recordar (…) que en tiempos de Cervantes, pero antes de publicarse el Quijote, se registran locuras de personas reales provocadas por la lectura de libros de caballerías. Entre las diversas anécdotas que se han recogido sobre este tema, la única que encaja perfectamente con la novela de Cervantes es la que se narra en ciertos cartapacios de don Gaspar Galcerán de Pinós, conde de Guimerá, que cuenta, en el año 1600, de un estudiante de Salamanca que, “en lugar de leer sus liciones, leía en un libro de caballerías, y como hallase en él que uno de aquellos famosos caballeros estaba en aprieto por unos villanos, levantóse de donde estaba, y empuñando un montante, comenzó a jugarlo por el aposento y esgrimir en el aire, y como lo sintiesen sus compañeros, acudieron a saber lo que era, y él respondió: -Déjenme vuestras mercedes, que leía esto y esto, y defiendo a este caballero: ¡qué lástima! ¡cuál le traían estos villanos”. Anécdota que, rememora, fue traída a colación por Marcelino Menéndez y Pelayo en su discurso Cultura literaria de Miguel de Cervantes y elaboración del Quijote, pronunciado en 1905 y “reimpreso en Estudios y discursos de crítica histórica y literaria, I, Edición Nacional de las Obras Completas de Menéndez Pelayo, Madrid, 1941; la anécdota del estudiante de Salamanca se refiere en la página 350”.

 

Lo cierto es que en el capítulo I del Quijote, Cervantes narra acerca de su protagonista, Alonso Quijano, que “se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio”. (Téngase presente que se decía “celebro”, hoy “cerebro”. Actualmente, “celebro” es un vocablo antiguo y popular. María MOLINER, Diccionario de uso del español. Ed. Gredos. Madrid).

 

 

Los doctores Corral y Tabarés señalan:

“Su diagnóstico es de monomanía o paranoia según las corrientes psiquiátricas vigentes en cada época, es decir, antes y después de la revolución kraepeliniana. Asimismo, todos elogian el valor de la novela como puntual historia clínica y el acierto de Cervantes en describir de forma tan fiel un cuadro clínico que recibiría su designación científica tres siglos después”. (loc. cit.).

El psiquiatra español Francisco Alonso Fernández en su libro El Quijote y su laberinto vital asegura que “El Quijote es una novela psicopatológica protagonizada por un enfermo mental”. “En esos momentos – dice- había un contexto psiquiátrico verdaderamente excepcional debido a varias razones. En primer lugar, existía una red de ocho hospitales psiquiátricos distribuidos por toda España, lo que constituye algo único en su época. De hecho, el primer centro psiquiátrico del mundo se creó en 1409 en Valencia y luego, entre el siglo XV y el XVI, se hicieron siete más en otras ciudades. Además, y esto es lo más importante, España era el único país donde se pensaba que el trastorno mental era una auténtica enfermedad, hasta cierto punto, un proceso del cerebro”.

Antes de El Quijote, otros autores habían tocado el tema de la locura: Erasmo de Rotterdam en Elogio de la locura, Ludovico Ariosto en Orlando furioso, e incluso el anónimo autor del Amadís de Gaula, héroe del género caballeresco reiteradamente mencionado en El Quijote.

 

 

Don Quijote podría ser un psicótico (concepto que no debe confundirse con el de psicópata), prueba de lo cual sería el haber confundido la venta donde supuestamente se armó caballero con un castillo, los molinos de viento con gigantes, los rebaños de ovejas y carneros con un ejército, y los odres de vino -a los que apuñaló produciendo el derrame del licor- también con gigantes. El psicótico pierde el contacto con la realidad. Aunque, en estricto sentido, Don Quijote no tiene alucinaciones, sino que interpreta erradamente la realidad, es decir, que tiene ilusiones.

En efecto, las ilusiones se diferencian de las alucinaciones en que en estas no existe estímulo externo alguno.

Ilusión. Interpretación errónea de ciertos elementos en una experiencia determinada, de tal forma que la experiencia no representa la situación objetiva, presente o recordada. (…) Distinta de alucinación, que confunde una construcción central con un objeto real, mientras que la ilusión sólo deforma la percepción”. (Howard WARREN, compilador. Diccionario de Psicología).

 

Pero, contrariamente a lo que suele creerse, el hecho de que una persona tenga alucinaciones no significa que esté mentalmente enfermo:

Alucinación. Interpretación anormal de las experiencias ideacionales como percepciones. [Sintomático algunas veces, pero no siempre, de desequilibrio mental. (…). En la ilusión hay una percepción errónea de los datos sensoriales presentes; en la alucinación el error de percepción va hasta el punto de suponer hechos presentes ante un sentido que no está recibiendo estimulación alguna; en la idea delirante (error de juicio más que de percepción sensorial) hay una interpretación equivocada del estado de cosas pero no de los hechos inmediatamente presentes al sentido]”. (WARREN, op. cit.).

 

Según el psicólogo argentino Eduardo Cosacov, “la psicosis es un “Trastorno de la personalidad caracterizado por la irrupción de ideaciones incoherentes (delirio) y/o perturbaciones perceptuales (alucinaciones, ilusiones). En las psicosis, a diferencia de las neurosis, no existe conciencia de enfermedad. Ello significa que el individuo no percibe que su propia persona está afectada y es parte del problema. Existen varios tipos de psicosis, y aunque la etiopatogenia de ellas aún es objeto de investigación , se supone un mayor compromiso de factores biológicos y talvez hereditarios, en su génesis. Esto es particularmente válido en la esquizofrenia, paradigma de las psicosis según Karl Jaspers”. (Cosacov. Diccionario de Términos Técnicos de la Psicología).

 

En la esquizofrenia se insiste “en los fenómenos de disociación, por ej. alucinaciones, ilusiones fantásticas y vida emotiva desorganizada, junto con una consistencia intelectual relativa” (Howard C. Warren, compilador. Diccionario de Psicología). La típica aparición temprana de este desorden, en el caso concreto de Alonso Quijano es de imposible apreciación porque el inmortal relato de su vida comienza cuando ya se aproxima a los cincuenta años.

 

Ello, por supuesto, sin perjuicio de la existencia de esquizofrenias tardías.

 

Acerca de la posibilidad de que la esquizofrenia no aparezca en edad temprana, el psiquiatra Manuel Martín Carrasco, en un artículo titulado La esquizofrenia tardía, escribe que “La esquizofrenia tardía es una categoría diagnóstica controvertida. Aunque se considera que la esquizofrenia es una enfermedad de la adolescencia tardía o el inicio de la madurez, una proporción no desdeñable de pacientes presentan la enfermedad por primera vez en la etapa final de la vida. Sin embargo, las incongruencias de los sistemas de nomenclatura y diagnóstico, unido a una tendencia a relacionar las psicosis tardías con factores orgánicos, han dado lugar a que existan dudas sobre la conexión de estos casos con la esquizofrenia”.

 

Ha de destacarse que cuando Alonso Quijano se convierte en Don Quijote ya frisa los cincuenta años y nada se conoce de sus antecedentes personales, salvo la precisión al final del libro de que era un buen hombre, razón por la que, precisamente, era conocido como Alonso Quijano el Bueno.

 

En todo caso, la enfermedad mental de Don Quijote -en el entendido de que la tuviera- revierte al final de la obra. Y revierte sin tratamiento científico alguno.

 

Según la psicóloga colombiana Natalia Consuegra Anaya, la psicosis “Con frecuencia se define por oposición al concepto de neurosis. En tal caso, lo más coherente sería  considerar que el enfermo psicótico no tiene conciencia de su enfermedad y/o no efectúa una crítica de ella, en tanto que el neurótico reconoce sus síntomas. Es la pérdida de juicio de la realidad (…). Los síntomas positivos (exceso o distorsión de las funciones normales) incluyen distorsiones o exageraciones del pensamiento inferencial (ideas delirantes), la percepción (alucinaciones), el lenguaje y la comunicación (lenguaje desorganizado) y la organización comportamental (comportamiento gravemente desorganizado o catatónico). Los síntomas negativos (disminución o pérdida de las funciones normales) constituyen una parte primordial de la morbilidad asociada con el trastorno, son difíciles de evaluar porque ocurren en un continuo de la normalidad, son inespecíficos y pueden ser debidos a diferentes factores”. (Diccionario de Psicología).

 

El trastorno psicótico es, en fin, una “Enfermedad mental que produce alteraciones en los procesos de la percepción, el pensamiento, el lenguaje, la afectividad y el conocimiento, de tal manera que el sujeto no acostumbra a ser consciente de su enfermedad, con grave deterioro de la evaluación de la realidad” (Enciclopedia de la Psicología. Ed. Océano, España).

 

Veamos a continuación el relato cervantino de los cuatro pasajes enunciados atrás. Comencemos, pues, por el primero de ellos:

 

 

 

” (…) pero, lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha, es que él anduvo todo aquel día, y, al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre; y que, mirando a todas partes por ver si descubriría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta, que fue como si viera una estrella que, no a los portales, sino a los alcázares de su redención le encaminaba. Diose priesa a caminar, y llegó a ella a tiempo que anochecía.
Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, destas que llaman del partido, las cuales iban a Sevilla con unos arrieros que en la venta aquella noche acertaron a hacer jornada; y como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego que vio la venta se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadiza y honda cava, con todos aquellos adherentes que semejantes castillos se pintan. Fuese llegando a la venta, que a él le parecía castillo, y a poco trecho della detuvo las riendas a Rocinante, esperando que algún enano se pusiese entre las almenas a dar señal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo. Pero como vio que se tardaban y que Rocinante se daba priesa por llegar a la caballeriza, se llegó a la puerta de la venta, y vio a las dos distraídas mozas que allí estaban, que a él le parecieron dos hermosas doncellas o dos graciosas damas que delante de la puerta del castillo se estaban solazando. En esto sucedió acaso que un porquero que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos (que, sin perdón, así se llaman) tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al instante se le representó a don Quijote lo que deseaba, que era que algún enano hacía señal de su venida, y así, con extraño contento llegó a la venta y a las damas, las cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte armado, y con lanza y adarga, llenas de miedo se iban a entrar en la venta; pero don Quijote, coligiendo por su huida su miedo, alzándose la visera de papelón y descubriendo su seco y polvoroso rostro, con gentil talante y voz reposada, les dijo:
-Non fuyan las vuestras mercedes, ni teman desaguisado alguno (…)”. (Capítulo II).

 

Veamos ahora el segundo:

 

 

“En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
-La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
-¿Qué gigantes? -dijo Sancho Panza.
-Aquéllos que allí ves -respondió su amo- de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
-Mire vuestra merced -respondió Sancho- que aquéllos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.
-Bien parece -respondió don Quijote- que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquéllos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en voces altas:
-Non fuyades, cobardes y viles criaturas; que un solo caballero es el que os acomete.
Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo:
-Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.
Y diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.
-¡Válame Dios! -dijo Sancho-. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?
-Calla, amigo Sancho -respondió don Quijote-; que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo, han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.
-Dios lo haga como puede -respondió Sancho Panza.
Y, ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba”. (Capítulo VIII).

 

Ahora leamos el tercero:

 

 

“En estos coloquios iban don Quijote y su escudero, cuando vio don Quijote que por el camino que iban venía hacia ellos una grande y espesa polvareda; y en viéndola, se volvió a Sancho y le dijo:
-Éste es el día ¡oh Sancho! en el cual se ha de ver el bien que me tiene guardado mi suerte; éste es el día, digo, en que se ha de mostrar, tanto como en otro alguno, el valor de mi brazo, y en el que tengo de hacer obras que queden escritas en el libro de la Fama por todos los venideros siglos. ¿Ves aquella polvareda que allí se levanta, Sancho? Pues toda es cuajada de un copiosísimo ejército que de diversas e innumerables gentes por allí viene marchando.
-A esa cuenta, dos deben de ser -dijo Sancho-; porque desta parte contraria se levanta asimesmo otra semejante polvareda.
Volvió a mirarlo don Quijote, y vio que así era la verdad; y, alegrándose sobremanera, pensó, sin duda alguna, que eran dos ejércitos que venían a embestirse y a encontrarse en mitad de aquella espaciosa llanura. Porque tenía a todas horas y momentos llena la fantasía de aquellas batallas, encantamentos, sucesos, desatinos, amores, desafíos, que en los libros de caballerías se cuentan, y todo cuanto hablaba, pensaba o hacía era encaminado a cosas semejantes; y la polvareda que había visto la levantaban dos grandes manadas de ovejas y carneros, que por aquel mesmo camino de dos diferentes partes venían, las cuales, con el polvo, no se echaron de ver hasta que llegaron cerca. Y con tanto ahínco afirmaba don Quijote que eran ejércitos, que Sancho lo vino a creer, y a decirle:
-Señor, pues ¿qué hemos de hacer nosotros?
-¿Qué? -dijo don Quijote-. Favorecer y ayudar a los menesterosos y desvalidos. Y has de saber, Sancho, que éste que viene por nuestra frente le conduce y guía el grande emperador Alifanfarón, señor de la grande isla Trapobana; este otro que a mis espaldas marcha es el de su enemigo el rey de los garamantas, Pentapolín del Arremangado Brazo, porque siempre entra en las batallas con el brazo derecho desnudo.
-Pues, ¿por qué se quieren tan mal estos dos señores? -preguntó Sancho.
-Quiérense mal -respondió don Quijote- porque este Alifanfarón es un furibundo pagano, y está enamorado de la hija de Pentapolín, que es una muy fermosa y, además, agraciada señora, y es cristiana, y su padre no se la quiere entregar al rey pagano si no deja primero la ley de su falso profeta Mahoma, y se vuelve a la suya.
-¡Para mis barbas! -dijo Sancho-, ¡si no hace muy bien Pentapolín, y que le tengo de ayudar en cuanto pudiere!
-En eso harás lo que debes, Sancho -dijo don Quijote-, porque para entrar en batallas semejantes no se requiere ser armado caballero.
-Bien se me alcanza eso -respondió Sancho-; pero ¿dónde pondremos a este asno, que estemos ciertos de hallarle después de pasada la refriega? Porque el entrar en ella en semejante caballería no creo que está en uso hasta agora.
-Así es verdad -dijo don Quijote-. Lo que puedes hacer dél es dejarle a sus aventuras, ora se pierda o no; porque serán tantos los caballos que tendremos después que salgamos vencedores, que aun corre peligro Rocinante no le trueque por otro. Pero estáme atento y mira; que te quiero dar cuenta de los caballeros más principales que en estos dos ejércitos vienen. Y para que mejor los veas y notes, retirémonos a aquel altillo que allí se hace, de donde se deben de descubrir los dos ejércitos.
Hiciéronlo ansí, y pusiéronse sobre una loma, desde la cual se vieran bien las dos manadas que a don Quijote se le hicieron ejércitos, si las nubes del polvo que levantaban no les turbara y cegara la vista; pero, con todo esto, viendo en su imaginación lo que no veía ni había, con voz levantada comenzó a decir:
-Aquel caballero que allí ves de las armas jaldes, que trae en el escudo un león coronado, rendido a los pies de una doncella, es el valeroso Laurcalco, señor de la Puente de Plata; el otro de las armas de las flores de oro, que trae en el escudo tres coronas de plata en campo azul, es el temido Micocolembo, gran duque de Quirocia; el otro de los miembros giganteos, que está a su derecha mano, es el nunca medroso Brandabarbarán de Boliche, señor de las tres Arabias, que viene armado de aquel cuero de serpiente, y tiene por escudo una puerta, que, según es fama, es una de las del templo que derribó Sansón, cuando con su muerte se vengó de sus enemigos. Pero vuelve los ojos a estotra parte, y verás delante y en la frente destotro ejército al siempre vencedor y jamás vencido Timonel de Carcajona, príncipe de la Nueva Vizcaya, que viene armado con las armas partidas a cuarteles, azules, verdes, blancas y amarillas, y trae en el escudo un gato de oro en campo leonado, con una letra que dice: Miau, que es el principio del nombre de su dama, que, según se dice, es la sin par Miulina, hija del duque Alfeñiquén del Algarbe; el otro, que carga y oprime los lomos de aquella poderosa alfana, que trae las armas como nieve blancas y el escudo blanco y sin empresa alguna, es un caballero novel, de nación francés, llamado Pierres Papín, señor de las baronías de Utrique; el otro, que bate las ijadas con los herrados carcaños a aquella pintada y ligera cebra y trae las armas de los veros azules, es el poderoso duque de Nerbia, Espartafilardo del Bosque, que trae por empresa en el escudo una esparraguera, con una letra en castellano que dice así: Rastrea mi suerte.
Y desta manera fue nombrando muchos caballeros del uno y del otro escuadrón, que él se imaginaba, y a todos les dio sus armas, colores, empresas y motes de improviso, llevado de la imaginación de su nunca vista locura, y, sin parar, prosiguió diciendo:
-A este escuadrón frontero forman y hacen gentes de diversas naciones: aquí están los que beben las dulces aguas del famoso Xanto; los montuosos que pisan los masílicos campos; los que criban el finísimo y menudo oro en la felice Arabia; los que gozan las famosas y frescas riberas del claro Termodonte; los que sangran por muchas y diversas vías al dorado Pactolo; y los númidas, dudosos en sus promesas; los persas, en arcos y flechas famosos; los partos, los medos, que pelean huyendo; los árabes, de mudables casas; los citas, tan crueles como blancos; los etíopes, de horadados labios, y otras infinitas naciones, cuyos rostros conozco y veo, aunque de los nombres no me acuerdo. En estotro escuadrón vienen los que beben las corrientes cristalinas del olivífero Betis; los que tersan y pulen sus rostros con el licor del siempre rico y dorado Tajo; los que gozan las provechosas aguas del divino Genil; los que pisan los tartesios campos, de pastos abundantes; los que se alegran en los elíseos jerezanos prados; los manchegos, ricos y coronados de rubias espigas; los de hierro vestidos, reliquias antiguas de la sangre goda; los que en Pisuerga se bañan, famoso por la mansedumbre de su corriente; los que su ganado apacientan en las extendidas dehesas del tortuoso Guadiana, celebrado por su escondido curso; los que tiemblan con el frío del silvoso Pirineo y con los blancos copos del levantado Apenino; finalmente, cuantos toda la Europa en sí contiene y encierra.
¡Válame Dios, y cuántas provincias dijo, cuantas naciones nombró, dándole a cada una, con maravillosa presteza, los atributos que le pertenecían, todo absorto y empapado en lo que había leído en sus libros mentirosos! Estaba Sancho Panza colgado de sus palabras, sin hablar ninguna, y de cuando en cuando volvía la cabeza a ver si veía los caballeros y gigantes que su amo nombraba; y como no descubría a ninguno, le dijo:
-Señor, encomiendo al diablo hombre, ni gigante, ni caballero de cuantos vuestra merced dice, que parece por todo esto; a lo menos, yo no los veo: quizá todo debe ser encantamento, como las fantasmas de anoche.
-¿Cómo dices eso? -respondió don Quijote-. ¿No oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los atambores?
-No oigo otra cosa -respondió Sancho- sino muchos balidos de ovejas y carneros.
Y así era la verdad, porque ya llegaban cerca los dos rebaños.
-El miedo que tienes -dijo don Quijote- te hace, Sancho, que ni veas ni oyas a derechas; porque uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son; y si es que tanto temes, retírate a una parte y déjame solo; que solo basto a dar la victoria a la parte a quien yo diere mi ayuda.
Y diciendo esto, puso las espuelas a Rocinante y, puesta la lanza en el ristre, bajó de la costezuela como un rayo.
Diole voces Sancho, diciéndole:
-Vuélvase vuestra merced, señor don Quijote; que voto a Dios que son carneros y ovejas las que va a embestir!. Vuélvase, ¡desdichado del padre que me engendró! ¿Qué locura es ésta? Mire que no hay gigante ni caballero alguno, ni gatos, ni armas, ni escudos partidos ni enteros, ni veros azules ni endiablados. ¿Qué es lo que hace, pecador soy yo a Dios ?
Ni por ésas volvió don Quijote; antes en altas voces iba diciendo:
-Ea, caballeros, los que seguís y militáis debajo de las banderas del valeroso emperador Pentapolín del Arremangado Brazo, seguidme todos: veréis cuán fácilmente le doy venganza de su enemigo Alifanfarón de la Trapobana.
Esto diciendo, se entró por medio del escuadrón de las ovejas, y comenzó de alanceallas, con tanto coraje y denuedo como si de veras alanceara a sus mortales enemigos. Los pastores y ganaderos que con la manada venían dábanle voces que no hiciese aquello; pero viendo que no aprovechaban, desciñéronse las hondas y comenzaron a saludalle los oídos con piedras como el puño. Don Quijote no se curaba de las piedras; antes, discurriendo a todas partes, decía:
-¿Adónde estás, soberbio Alifanfarón? Vente a mí; que un caballero solo soy, que desea, de solo a solo, probar tus fuerzas y quitarte la vida, en pena de la que das al valeroso Pentapolín Garamanta.
Llegó en esto una peladilla de arroyo y, dándole en un lado, le sepultó dos costillas en el cuerpo. Viéndose tan maltrecho, creyó, sin duda, que estaba muerto o malferido y, acordándose de su licor, sacó su alcuza, y púsosela a la boca, y comenzó a echar licor en el estómago; mas antes que acabase de envasar lo que a él le parecía que era bastante, llegó otra almendra y diole en la mano y en el alcuza, tan de lleno, que se la hizo pedazos, llevándole, de camino, tres o cuatro dientes y muelas de la boca, y machucándole malamente dos dedos de la mano. Tal fue el golpe primero; y tal el segundo, que le fue forzoso al pobre caballero dar consigo del caballo abajo. Llegáronse a él los pastores y creyeron que le habían muerto; y así, con mucha priesa recogieron su ganado, y cargaron de las reses muertas, que pasaban de siete, y sin averiguar otra cosa, se fueron.
Estábase todo este tiempo Sancho sobre la cuesta, mirando las locuras que su amo hacía, y arrancábase las barbas, maldiciendo la hora y el punto en que la fortuna se le había dado a conocer. Viéndole, pues, caído en el suelo, y que ya los pastores se habían ido, bajó de la cuesta y llegóse a él, y hallóle de muy mal arte, aunque no había perdido el sentido, y díjole:
-¿No le decía yo, señor don Quijote, que se volviese, que los que iba a acometer no eran ejércitos, sino manadas de carneros?
-Como eso puede desparecer y contrahacer aquel ladrón del sabio mi enemigo. Sábete, Sancho, que es muy fácil cosa a los tales hacernos parecer lo que quieren, y este maligno que me persigue, envidioso de la gloria que vio que yo había de alcanzar desta batalla, ha vuelto los escuadrones de enemigos en manadas de ovejas. Si no, haz una cosa, Sancho, por mi vida, porque te desengañes y veas ser verdad lo que te digo: sube en tu asno y síguelos bonitamente, y verás como, en alejándose de aquí algún poco, se vuelven en su ser primero, y, dejando de ser carneros, son hombres hechos y derechos, como yo te los pinté primero. Pero no vayas agora, que he menester tu favor y ayuda; llégate a mí y mira cuantas muelas y dientes me faltan; que me parece que no me ha quedado ninguno en la boca”. (Capítulo XVIII).

 

Y para finalizar, aquí está el cuarto:

 

 

“Poco más quedaba por leer de la novela, cuando del caramanchón donde reposaba don Quijote salió Sancho Panza todo alborotado, diciendo a voces:
-Acudid, señores, presto y socorred a mi señor, que anda envuelto en la más reñida y trabada batalla que mis ojos han visto. ¡Vive Dios, que ha dado una cuchillada al gigante enemigo de la señora princesa Micomicona, que le ha tajado la cabeza cercén a cercén, como si fuera un nabo!
-¿Qué decís, hermano? -dijo el Cura, dejando de leer lo que de la novela quedaba-. ¿Estáis en vos, Sancho? ¿Cómo diablos puede ser eso que decís, estando el gigante dos mil leguas de aquí?
En esto, oyeron un gran ruido en el aposento, y que don Quijote decía a voces:
-¡Tente, ladrón, malandrín, follón; que aquí te tengo, y no te ha de valer tu cimitarra!
Y parecía que daba grandes cuchilladas por las paredes. Y dijo Sancho:
-No tienen que pararse a escuchar, sino entren a despartir la pelea, o a ayudar a mi amo; aunque ya no será menester, porque, sin duda alguna, el gigante está ya muerto, y dando cuenta a Dios de su pasada y mala vida; que yo vi correr la sangre por el suelo, y la cabeza cortada y caída a un lado, que es tamaña como un gran cuero de vino.
-Que me maten -dijo a esta sazón el ventero- si don Quijote o don diablo no ha dado alguna cuchillada en alguno de los cueros de vino tinto que a su cabecera estaban llenos, y el vino derramado debe de ser lo que le parece sangre a este buen hombre.
Y con esto, entró en el aposento, y todos tras él, y hallaron a don Quijote en el más extraño traje del mundo. Estaba en camisa, la cual no era tan cumplida, que por delante le acabase de cubrir los muslos, y por detrás tenía seis dedos menos; las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello y no nada limpias; tenía en la cabeza un bonetillo colorado grasiento, que era del ventero; en el brazo izquierdo tenía revuelta la manta de la cama, con quien tenía ojeriza Sancho, y él se sabía bien el porqué; y en la derecha, desenvainada la espada, con la cual daba cuchilladas a todas partes, diciendo palabras como si verdaderamente estuviera peleando con algún gigante. Y es lo bueno que no tenía los ojos abiertos, porque estaba durmiendo y soñando que estaba en batalla con el gigante; que fue tan intensa la imaginación de la aventura que iba a fenecer, que le hizo soñar que ya había llegado al reino de Micomicón, y que ya estaba en la pelea con su enemigo; y había dado tantas cuchilladas en los cueros, creyendo que las daba en el gigante, que todo el aposento estaba lleno de vino. Lo cual visto por el ventero, tomó tanto enojo, que arremetió con don Quijote, y a puño cerrado le comenzó a dar tantos golpes, que si Cardenio y el cura no se le quitaran, él acabara la guerra del gigante; y, con todo aquello, no despertaba el pobre caballero, hasta que el barbero trujo un gran caldero de agua fría del pozo, y se le echó por todo el cuerpo de golpe, con lo cual despertó don Quijote; mas no con tanto acuerdo, que echase de ver de la manera que estaba. Dorotea, que vio cuán corta y sotilmente estaba vestido, no quiso entrar a ver la batalla de su ayudador y de su contrario.
Andaba Sancho buscando la cabeza del gigante por todo el suelo, y, como no la hallaba, dijo:
-Ya yo sé que todo lo desta casa es encantamento; que la otra vez, en este mesmo lugar donde ahora me hallo, me dieron muchos mojicones y porrazos, sin saber quién me los daba, y nunca pude ver a nadie; y ahora no parece por aquí esta cabeza que vi cortar por mis mismísimos ojos, y la sangre corría del cuerpo como de una fuente.
-¿Qué sangre ni qué fuente dices, enemigo de Dios y de sus santos? -dijo el ventero-. ¿No ves, ladrón, que la sangre y la fuente no es otra cosa que estos cueros que aquí están horadados y el vino tinto que nada en este aposento, que nadando vea yo el alma en los infiernos de quien los horadó?
-No sé nada -respondió Sancho-: sólo sé que vendré a ser tan desdichado, que, por no hallar esta cabeza, se me ha de deshacer mi condado como la sal en el agua.
Y estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo: tal le tenían las promesas que su amo le había hecho. El ventero se desesperaba de ver la flema del escudero y el maleficio del señor, y juraba que no había de ser como la vez pasada, que se le fueron sin pagar, y que ahora no le habían de valer los previlegios de su caballería para dejar de pagar lo uno y lo otro, aun hasta lo que pudiesen costar las botanas que se habían de echar a los rotos cueros.
Tenía el cura de las manos a don Quijote, el cual, creyendo que ya había acabado la aventura, y que se hallaba delante de la princesa Micomicona, se hincó de rodillas delante del cura, diciendo:
-Bien puede la vuestra grandeza, alta y famosa señora, vivir, de hoy más, segura que le pueda hacer mal esta mal nacida criatura; y yo también, de hoy más, soy quito de la palabra que os di, pues, con el ayuda del alto Dios y con el favor de aquella por quien yo vivo y respiro, tan bien la he cumplido.
-¿No lo dije yo? -dijo oyendo esto Sancho-. Sí que no estaba yo borracho: ¡mirad si tiene puesto ya en sal mi amo al gigante! ¡Ciertos son los toros: mi condado está de molde!
¿Quién no había de reír con los disparates de los dos, amo y mozo? Todos reían sino el ventero, que se daba a Satanás; pero, en fin, tanto hicieron el Barbero, Cardenio y el Cura, que con no poco trabajo, dieron con don Quijote en la cama, el cual se quedó dormido, con muestras de grandísimo cansancio. Dejáronle dormir, y saliéronse al portal de la venta a consolar a Sancho Panza de no haber hallado la cabeza del gigante; aunque más tuvieron que hacer en aplacar al ventero, que estaba desesperado por la repentina muerte de sus cueros. Y la ventera decía en voz y en grito:
-En mal punto y en hora menguada entró en mi casa este caballero andante, que nunca mis ojos le hubieran visto, que tan caro me cuesta. La vez pasada se fue con el costo de una noche, de cena, cama, paja y cebada, para él y para su escudero, y un rocín y un jumento, diciendo que era caballero aventurero (que mala ventura le dé Dios, a él y a cuantos aventureros hay en el mundo), y que por esto no estaba obligado a pagar nada, que así estaba escrito en los aranceles de la caballería andantesca; y ahora, por su respeto, vino estotro señor y me llevó mi cola, y hámela vuelto con más de dos cuartillos de daño, toda pelada, que no puede servir para lo que la quiere mi marido; y por fin y remate de todo, romperme mis cueros y derramarme mi vino, que derramada le vea yo su sangre. ¡Pues no se piense; que por los huesos de mi padre y por el siglo de mi madre, si no me lo han de pagar un cuarto sobre otro, o no me llamaría yo como me llamo, ni sería hija de quien soy!
Estas y otras razones tales decía la ventera con grande enojo, y ayudábala su buena criada Maritornes. La hija callaba, y de cuando en cuando se sonreía. El cura lo sosegó todo, prometiendo de satisfacerles su pérdida lo mejor que pudiese, así de los cueros como del vino, y principalmente del menoscabo de la cola, de quien tanta cuenta hacían. Dorotea consoló a Sancho Panza diciéndole que cada y cuando que pareciese haber sido verdad que su amo hubiese descabezado al gigante, le prometía, en viéndose pacífica en su reino, de darle el mejor condado que en él hubiese. Consolóse con esto Sancho, y aseguró a la princesa que tuviese por cierto que él había visto la cabeza del gigante, y que, por más señas, tenía una barba que le llegaba a la cintura; y que si no parecía, era porque todo cuanto en aquella casa pasaba era por vía de encantamento, como él lo había probado otra vez que había posado en ella. Dorotea dijo que así lo creía, y que no tuviese pena; que todo se haría bien y sucedería a pedir de boca”. (Capítulo XXXV).

 

 

Otro tópico importante en cuanto a la salud mental de Don Quijote son sus episodios de profunda tristeza.

 

 

El psiquiatra español Marino Pérez-Arbeláez, de la Universidad de Oviedo, en su obra Psicología del Quijote, observa sobre el particular:

 

“Respecto de la melancolía, se puede decir, sin más trámites, que el Quijote fue concebido precisamente desde y para la melancolía (García Gilbert, 1997). Fue concebido desde la melancolía de Cervantes, de acuerdo con toda una dialéctica existencial Cervantes-don Quijote (Arbizu, 1984). Como dice Cervantes en el Prólogo, muchas veces intentó escribirlo y otras tantas lo dejó, pensando lo que diría, «con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla», actitud que responde a la iconografía de la melancolía. Estando así, dice Cervantes que entró un amigo suyo y al verlo «tan imaginativo» le pregunta la causa, a la que responde con varias: lo que diría el vulgo después de tantos años en el «silencio del olvido» (en concreto, hace veinte que no publica un libro), los tantos años a cuestas (cerca de sesenta) y, en fin, una serie de méritos literarios que él mismo se atribuye. Por otro lado, revela también en el Prólogo que el primer fin de la obra es que «el melancólico se mueva a risa». De hecho, en su defensa de los libros de caballeros andantes, don Quijote termina por recomendar al canónigo que «lea estos libros, y verá cómo le destierran la melancolía que tuviere y le mejoran la condición, si acaso la tiene mala» (I, 50)”.

 

Aquí, como se observa, se da una identificación de Cervantes con Don Quijote, misma que, en lo que a nosotros respecta, no solo presentimos en el plano psicológico, sino que incluso atisbamos en el plano físico. Cervantes, por ejemplo, se describe a sí mismo como un hombre con tan solo “seis dientes” (Prólogo a su obra Novelas Ejemplares) y cuando Don Quijote le pregunta a Sancho Panza por qué lo ha llamado “El Caballero de la Triste Figura”, el escudero argumenta que ha sido porque tiene “la más mala figura” y que esta se debe: o al cansancio del combate que acaba de librar, o a “la falta de las muelas y dientes”. (Capítulo XIX).

 

Pero el doctor Pérez-Arbeláez complementa que “La melancolía parece estar en todos y en todo (y no sólo en Cervantes). Así, ‘triste y melancólico’ iba un pobre galeote encadenado (I, 22), ‘melancólica’ estaba la princesa Micomicona (I, 29), el mismo Rocinante parecía ‘melancólico y triste’ (I, 43), ‘melancólicos’ son algunos gobiernos (II, 13), el Guadiana ‘por doquiera que va muestra su tristeza y melancolía’ (II, 23), el son de algunas músicas es a veces ‘tristísimo y melancólico’ (II, 36) y, en fin, señales de agüero derraman ‘melancolía por el corazón’ (II, 58)”.

 

 

El psiquiatra Joaquín Sama sintetiza lo acaecido con un proyecto español en el que más de 600 psiquiatras dieron su opinión sobre la salud mental de Don Quijote. Relata el doctor Sama lo siguiente:

 

“Un amplio grupo de especialistas opina que no es factible llegar a un diagnóstico de certeza sobre un personaje de ficción, si para ello queremos basarnos en los criterios diagnósticos recogidos tanto en la Clasificación Mundial de Enfermedades (ICD-10), como en el DSM-V, manuales para el diagnóstico que, con las necesarias actualizaciones, utilizamos habitualmente los psiquiatras. El porcentaje de los que se manifiestan en este sentido es del 25,6 por ciento .

Quienes así se expresan, consideran que don Quijote no pertenece a la Psiquiatría, sino a la Literatura. La “locura” sería un decorado, un recurso técnico usado por Cervantes, cuyos objetivos son de orden literario. No procede, por tanto, hacer un diagnóstico que, además de innecesario, sería impreciso, al ser las “locuras” del Quijote recursos literarios utilizados por Cervantes con el fin de ridiculizar las novelas de caballerías, poniendo juntos a un loco y un cuerdo, que entablan un coloquio novelado entre locura y cordura.

Frente a estos dos grupos (el primer grupo es el que sostiene categóricamente que Don Quijote no está loco. N. del A.) que representan el 55,93 por cien de los encuestados, hay un 41,80 % de opiniones tipificando a don Quijote con distintas clases de diagnósticos psiquiátricos, y un 2,17 % más que le atribuyen algún tipo de alteración caracterológica, como sería mitomanía, o incluso insomnio crónico.

El 15,3 % de los psiquiatras consultados considera a don Quijote como un enajenado mental, es decir, que está fuera de la realidad, pero sin llegar a concretar la clase de patología que padece. Esta falta de concreción en el diagnóstico muy probablemente se deba a que el “paciente” estudiado no es un caso real, sino un personaje de ficción que Cervantes, en su actividad creativa, nos presenta con diversas conductas alejadas de lo normal, pero sin llegar a conformar un cuadro con el suficiente número de signos clínicos englobables dentro de alguna entidad nosológica concreta.

Un 7,4 % de los especialistas opina que don Quijote de la Mancha padecía Trastorno de ideas delirantes persistentes, cuadro clínico caracterizado por la presencia de un conjunto más o menos coherente de ideas delirantes en relación a un tema, siendo dichas ideas irrebatibles mediante la argumentación lógica. El paciente está plenamente convencido de la veracidad de ellas, a pesar del claro contenido patológico que tienen.

Para un 6,6 % de los consultados don Quijote sufría Trastorno afectivo bipolar, en base a que en determinados momentos mostraba una conducta desinhibida, con excesiva exaltación del ánimo, grandilocuencia, ideación megalomaniaca, e insomnio, entre otros signos clínicos, mientras que en otros momentos su actitud viraba al extremo opuesto, mostrándose cansado, con decaimiento del ánimo, pérdida de ilusión y algún otro signo de la esfera depresiva.

El porcentaje aproximado del 12 % restante, se reparte entre diversos tipos de diagnósticos, tales como Trastorno esquizoafectivo ( 3,3 %), Parafrenia ( 2,8 %), Delirio compartido, folie a deux (2,8 %), Esquizofrenia paranoide ( 1,9 % ), Síndrome de Ganser (1,1 %) y Trastorno esquizotípico de la personalidad ( 0,6 % )”. (SAMA, Joaquín. ¿Estaba loco Don Qujote? En: nuevatribuna.es)

 

 

Acerca de la enfermedad mental que padecía Don Quijote, hemos encontrado los siguientes conceptos:

El psiquiatra Antonio Hernández Morejón (1773 – 1836) la describe como una “monomanía” (A partir de la revolución kraepeliniana, del psiquiatra alemán Emil Kraepelin, la monomanía pasa a ser la actual paranoia).

 

 

El psiquiatra Ricardo Royo Villanova (1868 – 1943) la interpreta como “paranoia crónica o delirio sistematizado o parcial de tipo expansivo, forma megalómana y variedad filantrópica”.

 

 

El doctor José Goyanes Capdevila (1876 – 1964) habla de que en Don Quijote “la predisposición radica en su constitución biotípica; la patogénesis la hallamos en la represión continua del instinto, de la líbido; la plasmación o protoplástica, en la lectura de los libros de caballerías”.

 

 

Como se anotó atrás, Don Quijote pone en evidencia ilusiones, no alucinaciones. Entre otras, ilusiones visuales, como la de confundir una venta con un castillo, los molinos de viento con gigantes, los rebaños de ovejas y carneros con ejércitos y una bacinilla con el yelmo de Mambrino, e ilusiones auditivas, como se aprecia en el siguiente diálogo: Don Quijote: “¿No oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los atambores?” Sancho: “no oigo otra cosa sino muchos balidos de ovejas y carneros”.

 

Aunque, en realidad, los prenombrados psiquiatras españoles Corral Márquez y Tabarés refieren como alucinaciones visuales y táctiles las del capítulo VII de la primera parte cuando tras el “donoso escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo”, oyen a Don Quijote gritar en su aposento “¡aquí, aquí, valerosos caballeros!” y le encuentran “levantado de la cama, y proseguía en sus voces y en sus desatinos, dando cuchilladas y reveses a todas partes, estando tan despierto como si nunca hubiera dormido”.

 

También pone en evidencia Don Quijote un delirio de persecución: “(…) cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo, han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada”.

 

Se habla, igualmente, de un Trastorno psicótico compartido (Don Quijote – Sancho Panza), que forma parte del Trastorno de ideas delirantes inducidas. En el capítulo XVIII, en que el protagonista se altera con la visión de dos manadas de ovejas, “con tanto ahínco afirmaba don Quijote que eran ejércitos, que Sancho lo vino a creer, y a decirle: -Señor, pues, ¿qué hemos de hacer nosotros?” (Rosana Corral Márquez y Rafael Tabarés Seisdedos, ob. cit.).

 

En el libro, Cervantes mismo delinea la patología de su personaje definiéndolo como “un loco entreverado, con momentos de cordura, lúcido cuando no se le toca el tema de la caballería”. (Jaime GARCÍA MAFLA, Prólogo al Quijote, edición de Panamericana Editorial, Bogotá, 1998).

 

Finalmente, el médico neurólogo español Iván Iniesta, en su obra El Síndrome de Don Quijote, señala que “en 2008 propusimos el término síndrome de don Quijote para designar aquellas transformaciones neuropsicológicas y/o cambios de comportamiento asociados con la lectura de una obra literaria”.

Luego de rememorar el final cuerdo del personaje, el doctor Iniesta expresa:

“(…) Y tal vez sea este lúcido ejercicio de autocrítica y desdén manifestado hacia los libros de caballería, su ausencia de dogmatismo y el profundo humanismo destilado por cada capítulo de su historia, los que hagan del Quijote el mejor ejemplo de un posible síndrome de Don Quijote, en el sentido de transformar a sus lectores en mejores personas”.

 

 

Nos parece importante destacar que, como advierte el académico Jaime García Mafla, del Instituto Caro y Cuervo, de Colombia, en su prólogo a la edición de Panamericana Editorial, Don Quijote le hablaba a Sancho Panza en el español corriente de la época, mientras que a los demás, en sus ataques de locura, se les dirigía con un español de dos siglos atrás, es decir, un español arcaico (“Non fuyan” en vez de “No huyan”, por ejemplo).

 

Como queda dicho, la enfermedad mental de Don Quijote -repetimos: en el entendido de que la tuviera- revierte, de todas formas, al final de sus días. Y revierte, se insiste, sin tratamiento científico alguno.

 

El mismo Alonso Quijano lo precisa dirigiéndose al vecino a quien convirtió en su escudero: “Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído, de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo”. Y, ya en sus finales, ante la insistencia de Sancho Panza -y paradójicamente del bachiller Sansón Carrasco, el mismo vecino suyo que hasta se disfrazó de caballero a ver si así podía traerlo de nuevo a la cordura- para que retorne a sus andanzas, rechaza rotundamente semejante solicitud aduciendo que “Yo fui loco, y ya soy cuerdo; fuí don Quijote de la Mancha, y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno”.

De ahí el famoso epitafio que escribió para su tumba -y para la posteridad- el propio bachiller Sansón Carrasco:

“Yace aquí el hidalgo fuerte
que a tanto extremo llegó
de valiente, que se advierte
que la muerte no triunfó
de la vida con su muerte;
tuvo a todo el mundo en poco,
fue el espantajo y el coco
del mundo, en tal coyuntura
que acreditó su ventura
morir cuerdo y vivir loco”.

 

 

El que un trastorno psicótico revierta solo, sin tratamiento, no es exótico. Existe, en efecto, por ejemplo, el “trastorno psicótico breve” que consiste en una “alteración psicótica que dura más de un día y remite antes de un mes, que cursa con ideas delirantes, alucinaciones y lenguaje desorganizado” (Enciclopedia de la Psicología, Ed. Océano).

 

 

No obstante todo lo anterior, constituye una visión estrecha pretender abordar a Don Quijote solamente a la luz de su insania mental. El personaje rebasa por completo los linderos de la enfermedad psíquica y se inserta dentro del sueño, antiguo pero siempre vigente, de un mundo mejor, más libre, más honesto y más justo, un mundo donde el más fuerte no arrase con el más frágil y en el que también el desvalido tenga derecho a la esperanza. El personaje cervantino no es, pues, un mero loco al que han perturbado los enrevesados y extravagantes – pero tozudamente populares – libros de caballerías. Es, cuando menos además de eso, un soñador, un hombre bueno y transparente que desde su debilidad física se levanta contra las injusticias, contra los abusos, contra las tropelías, y cree que con el solo poder de su brazo y de su lanza pondrá en su sitio a quienes abusan de su posición dominante y avasallan a los más humildes.

Es, entonces, necesario advertir que, a pesar de la expresa calificación que Miguel de Cervantes Saavedra da, bien como narrador, o bien a través de su inmortal personaje, a aquella transformación del cazador aficionado que abandona la caza, y hasta los asuntos personales, para vestirse de caballero andante e irse aquella mañana de un caluroso viernes de julio a recorrer el mundo por donde lo lleve su raquítico caballo, hay psiquiatras que se atreven a afirmar que Don Quijote, definitivamente, no estaba loco.

Y es aquí donde cobra todo su valor la Psicología, disciplina que más allá de la enfermedad mental está llamada a abordar el alma humana. Y como disciplina que aborda el alma humana, en toda la plenitud de su complejidad, puede adentrarse en el pensamiento, en los ideales, en la representación que el personaje se hace de que es posible construir otra España más digna para todos, incluidos los excluidos, y por eso Don Quijote bien podría terminar no siendo el loco, el paciente psiquiátrico que deba ser tratado científicamente -seguramente con fármacos- , sino, sencillamente, el hombre capaz de sentir el dolor ajeno, la tristeza del otro, la incertidumbre de aquellos que no cuentan con lo que él cuenta.

Emerge, entonces, una pregunta cualitativamente distinta: ya no la de cuál enfermedad mental padece Don Quijote, sino si verdaderamente Don Quijote está loco o es, más bien, un idealista al que la sociedad de entonces no comprende, ni quiere comprender.

 

Resulta a este respecto bien elocuente que un considerable porcentaje de psiquiatras -conste que no de psicólogos- considere, desde su perspectiva científica, que definitivamente Don Quijote no estaba loco.

 

Así nos lo cuenta el psiquiatra español Joaquín Sama:

 

“Transcurridos más de 400 años desde que viera la luz la inmortal obra de D. Miguel de Cervantes “El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha”, un grupo compuesto por más de 600 psiquiatras residentes en España, participó en 2007 en un proyecto consistente en exponer sus respectivos criterios clínicos en relación a la existencia o no de algún tipo de patología mental en don Alonso Quijano, protagonista de tan singular novela.

Fruto de este trabajo bajo el título “En torno a los diagnósticos psiquiátricos de Don Quijote”, hoy tenemos recogidas las opiniones expresadas por este amplio elenco de profesionales, buenos conocedores del alma humana.

Buena parte de los expertos consultados, concretamente el 30,33 por ciento de ellos, opinó que el principal protagonista de la novela de Cervantes, el inmortal don Quijote de La Mancha, no es un enfermo mental.

Para muchos es un idealista, un ser dolido por el tedio, un excéntrico fuera de lo común, que actuaría como un loco para escapar de la aburrida y monótona vida que le ofrecía la pequeña población manchega donde nació; para otros, don Quijote sería un transgresor social, un luchador por las libertades y la justicia, políticamente incorrecto, que al final de sus días llega a sentir con pesimismo la derrota de los ideales. Todos tenemos dentro de nosotros algo de Quijotes y no por ello estamos alienados.

Para algunos, don Quijote es un humorista, alguien que ha tomado conciencia de su parte inútil y superflua, y se complace por ello. Para otros, don Quijote es un inconformista, el arquetipo del revolucionario anónimo que toma partido en solitario contra las injusticias sociales. Incluso podría tratarse de un mitómano, excéntrico y algo chiflado, a quien se le va la cordura en algunos momentos, pero conserva el sentido de la realidad en lo fundamental.

Hay quien ve en don Quijote una alegoría del romanticismo, un alegato de la trascendencia que tiene arriesgar la propia vida en defensa de unos ideales tan alejados de razones económicas cuando no hedonistas. Podría ser un hombre común que saca lo mejor de sí mismo tras determinadas lecturas y que se compromete a defender con tenacidad todo aquello en lo que cree.

Para otros, don Quijote sería un fanático en post de un ideal, a todas luces inalcanzable, que le hará sentir la infinita soledad del idealista. ¿Acaso es locura vivir de acuerdo a un ideal?

Desde mi punto de vista, cuando Cervantes escribe su genial novela Don Quijote de La Mancha, está narrando la biografía de un ser entrañable adornado por una cualidad que destaca sobre todas las demás: el altruismo.

En efecto. Don Quijote, tras renunciar a la paz hogareña, pone en riesgo su propia existencia en una lucha desigual contra supuestos y peligrosos enemigos, ofrece protección a su muy amada y sublimada Dulcinea, busca con ahínco deshacer entuertos y traer la justicia a este mundo, sin obtener a cambio una contrapartida cierta. ¿Acaso todo esto no es sino altruismo?

La Etología, esa ignorada ciencia que estudia el comportamiento, define la conducta altruista como aquella acción que busca mejorar las posibilidades de supervivencia de otros seres a pesar de la merma de las posibilidades de quien la ejerce. ¿Pretender mejorar las condiciones de vida de los demás, aún a riesgo de perder la propia, no es tal vez el mejor ejemplo de conducta altruista?

El altruismo, conducta que aporta estabilidad y eficiencia evolutivas, como se ha podido demostrar incluso con algoritmos matemáticos, se encuentra inscrito en nuestro código genético, existiendo tres tipos principales de altruismo: el recíproco, popularmente expresado en la conocida máxima “Hoy por ti, mañana por mí”; el consanguíneo, es decir, aquel que se siente hacia quienes comparten nuestros propios genes, y el manipulado: el que busca obtener ventajas evolutivas de un modo injusto, como sería, por ejemplo, fingir una afección médica para lograr la correspondiente prestación social.

Pues bien. ¿Qué tipo de altruismo motiva a nuestro héroe, el ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha? Sin duda, el recíproco en su expresión más genuina: deshaciendo entuertos pretende conseguir un mundo mejor, crear unas condiciones de vida que aumenten las posibilidades de supervivencia de los demás, empeño que momentáneamente merma sus propias posibilidades. En contrapartida espera alcanzar más adelante un reino y los favores de Dulcinea, es decir, la posibilidad de perpetuar sus propios genes. ¿No se cumple rigurosamente aquello de “Hoy por ti, mañana por mí”?

Que el altruismo sea una transacción no resta un ápice de mérito a nuestro héroe que, condicionado culturalmente, decide entregarse a ese comercio de favorecernos unos a otros, tan entroncado con la más pura tradición cristiana: “Amaos los unos a los otros”.

He ahí otro aspecto a destacar del Quijote, el condicionamiento cultural de su altruismo, cómo la lectura de novelas de caballerías condiciona de una determinada manera, congruente con el medio en el que vive, la forma de expresar ese impulso genético de favorecernos unos a otros. Tan intenso efecto le produce aquel tipo de lecturas, en boga por aquella época, que decide convertirse en un Caballero Andante más, como los héroes de sus novelas, para impartir justicia por los campos de Castilla, cual arrojado benefactor.

La emoción de sentirse héroe se hace tan intensa en él, que en ciertos momentos le lleva a perder el sentido de la realidad, que no el juicio. En los episodios de los molinos de viento o el rebaño de ovejas no tiene alucinaciones, sino falsas percepciones, ilusiones debidas a la intensa emotividad que pone en el empeño.

Don Quijote no es un enajenado mental, ni siquiera en sus momentos menos lúcidos, más disparatados: es, en todo caso, y solo en una parcela muy concreta de su personalidad, un fundamentalista, concepto tan de actualidad, que incluso llega a confundir la realidad exterior cautivado por los más nobles ideales”.  (SAMA, Joaquín, loc. cit.).

 

Por eso, no es cierta la tajante aseveración de los precitados psiquiatras españoles Rosana Corral Márquez y Rafael Tabarés cuando afirman que

“En definitiva, todos los médicos que han estudiado la obra de Cervantes coinciden en considerar a Don Quijote como un enfermo mental”. (loc. cit.).

 

 

De hecho, la enfermedad mental como tal, es decir, en general, como entidad patológica propia y distinta, por lo tanto, de la enfermedad física, ha llegado a ser negada.

Fue así como en el contexto del espíritu contestatario de los años 60, surgió la Antipsiquiatría. Se trata, en términos sencillos, de un “Movimiento que se opone a la psiquiatría tradicional y a la noción de enfermedad mental en que esta se apoya” (Pequeño Larousse Ilustrado, 2016).

El psiquiatra inglés David Cooper publica en 1967 su libro Psiquiatría y Antipsiquiatría, y con él se enfrenta al mundo científico bajo la perspectiva de que la enfermedad mental no es sino un concepto construido por el poder político para emplearlo como instrumento represivo contra quienes se atreven a desafiarlo. El psiquiatra húngaro Thomas Szasz, por su parte, publica las obras El mito de la enfermedad mental y La fabricación de la locura: un estudio comparativo de la inquisición con el movimiento de salud mental y en ellas cuestiona el empleo de la fuerza contra los pacientes, la hospitalización forzada y, sobre todo, el que el Estado utilice la psiquiatría como instrumento de dominación política, lo que conduce a que se le ubique dentro de la Antipsiquiatría, a lo que él se opone e incluso llega a criticar de manera enfática aquella corriente. En todo caso, la Antipsiquiatría despierta una fuerte oposición popular en contra de la Psiquiatría, la cual, debido a métodos como los electrochoques es percibida como represiva e irrespetuosa de la dignidad de las personas que son sometidas, contra su voluntad, a tales tratamientos. También se critica duramente el que se etiquete a las personas y se pone de presente lo funesto que ello resulta para el paciente etiquetado. Así mismo, se habla de que el paciente psiquiátrico termina siendo víctima de la exclusión social. Michel Foucault escribe que “Las definiciones de enfermedad y de demencia, y la clasificación de las demencias, fueron realizadas de modo tal de excluir de nuestra sociedad a ciertas personas”. El cuestionamiento es, incluso, llevado a la literatura a través de obras como Alguien voló sobre el nido del cuco, novela del escritor norteamericano Ken Kesey y que al ser llevada, a su vez, al cine en la película Atrapados sin salida, que hizo famoso al actor Jack Nicholson, consolida una actitud social de rechazo a la psiquiatría y específicamente a los manicomios.

 

Lo cierto es que descalificar como “loco” al disidente, al que piensa y actúa diferente, al que no se somete a los rígidos cánones impuestos por la sociedad, ha sido una estrategia política, particularmente de los regímenes totalitarios. No solo por los lados del sistema capitalista, como sostiene la Antipsiquiatría en los años 60, sino también dentro del sistema opuesto, el comunista, como queda visto con la brutal metodología empleada por el régimen estalinista en la Unión Soviética en contra de más de un “contrarrevolucionario”. Las primeras denuncias de semejantes métodos se referían a la dirigente comunista Mariya Spiridónova, quien luego de ser figura central de la Revolución cayó en desgracia ante los bolcheviques. La “Esquizofrenia lentamente progresiva” fue la entidad mental de la que se valió el psiquiatra ruso Andréi Snezhnevski como soporte de la que fue llamada “Psiquiatría represiva” en la Unión Soviética. Dicha “enfermedad” solo afectaría el comportamiento social del enfermo. Los “tratamientos” consistían en torturas con electrochoques, radiaciones, aislamiento en celda, trabajos forzados; administración de narcóticos, antipsicóticos e insulina; palizas y punciones lumbares. La Asociación Psiquiátrica Mundial reaccionó al conocer las denuncias que se hicieron públicas y la Unión Soviética terminó retirándose de ella.

En 1974 se fundó en Suiza el primer comité en contra del abuso político de la psiquiatría.

 

Pero el asunto es más viejo de lo que se piensa. Si bien la Antipsiquiatría nace en los 60, sus antecedentes se encuentran mucho antes. Y el uso del “loco” para enervar las posturas de los idealistas, los soñadores y los inconformes llega hasta los tiempos mismos de Cervantes. Los poderosos debilitan la imagen de su opositor o crítico recurriendo a lo que sea, incluido el descrédito social, y pocas cosas desacreditan más a quien expone unas ideas que el presentarlo como un personaje que está loco.

 

Aunque hay, desde luego, otros argumentos. El de que se trata de un “apóstata” o de un “hereje”, por ejemplo. En el mismo año 1600 en el que enloquece aquel estudiante de Salamanca lector infatigable de libros de caballerías -apenas cinco años antes de aquel 1605 en que Cervantes publica El Quijote- el Santo Oficio ha condenado al filósofo Giordano Bruno a morir quemado en la hoguera solamente por pensar distinto. Cervantes lo tenía que saber porque claramente se nota que era un hombre culto y porque, además, había vivido en Italia (el relato de “El curioso impertinente”, inserto dentro del Quijote, transcurre en Florencia).

Nada mejor, entonces, que poner a encarnar sus propios ideales de justicia en un loquito.

O sí: algo hay todavía mejor: que ese loquito sea gracioso, que haga reír al lector quien quiera que sea. Martín de Riquer hace saber que “Una serie de testimonios ciertos nos demuestra que la reacción casi unánime que provocó entre sus contemporáneos el Quijote fue la risa. Los españoles de 1605 se rieron a carcajadas leyendo las aventuras del Ingenioso Hidalgo y celebraron a Cervantes como autor gracioso y divertido” (loc. cit.).

Empero, no todo el Quijote es una sucesión de situaciones humorísticas: a través de su personaje, Cervantes expresa su pensamiento personal sobre temas muy serios, que para la época no era tan sencillo tocar en forma directa sin peligro de que sobreviniera la peligrosa represión de los poderosos: el tema de la propiedad privada y la añoranza de los tiempos en que no existía “aquello de tuyo y mío” (discurso de Don Quijote en medio de los cabreros, Capítulo XI),  el tema de la liberación femenina frente al imperio del machismo (discurso de la pastora Marcela, a punto de ser apedreada, en su defensa, Capítulo XIV) o el tema de las armas y las letras (Discurso, Capítulo XXXVIII), por ejemplo, no tienen nada de chistosos.

 

En fin, la enfermedad mental ciertamente existe; pero el hecho de que alguien sufra de alucinaciones y que, incluso, padezca de esquizofrenia o de cualquier otro cuadro clínico mental no significa que carezca de ideales, de sueños o de una verdadera conciencia social.

 

Después de la aparición de Don Quijote, surgió el vocablo “quijote”.

Pero dicha expresión no fue acuñada en sentido elogioso o admirativo, sino -todo lo contrario- en sentido peyorativo.  En una sociedad egoísta, es lógico que el salir en defensa del otro no se vea como ningún gesto altruista, sino apenas como el defecto de andarse metiendo en problemas que no le conciernen a quien lo hace, así lo haga persiguiendo un ideal de justicia, dado que dicho ideal se da por irrealizable.

Son bien elocuentes la definiciones que nos suministra la gran lingüista española doña María Moliner en su Diccionario de Uso del Español (Ed. Gredos, Madrid):

quijote m. Por alusión a Don Quijote de la Mancha, se aplica como nombre calificativo a la persona que está siempre dispuesta a intervenir en asuntos que no le atañen, en defensa de la justicia. Generalmente, no se emplea con sentido admirativo, y puede tenerlo despectivo”.

De ahí derivan vocablos como “quijotería” (despectivo, cualidad de quijote), “quijotesco“(que actúa con quijotería), “quijotil (propio de un quijote) y “quijotismo“”(desp.) m. Cualidad de quijote”.

Hay quienes piensan, sin embargo, que tomar la lucha de los tantos quijotes que hay en el mundo como una mera expresión de patología psíquica o como un mero defecto personal de algunos entrometidos constituye un gravísimo error conceptual que puede descalificar injustamente la grandeza de hombres y mujeres que no se resignan a abandonar sus esfuerzos en pro de la construcción de un mundo mejor y de una sociedad más justa.

Con todo, la triste realidad final es la de que Don Quijote termina muriendo en su casa, enfermo y extenuado, después de haber sido ridiculizado, apaleado, enjaulado y vencido.

 

 

EPÍLOGO:

 

En un lugar de Asia, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo vivía un hombre que predicaba la gran Revolución del Amor, que dizque todos éramos hermanos: terminó perseguido, arrestado, torturado, juzgado, condenado y, finalmente, crucificado.

 

 

Y en un lugar de América, de cuyo nombre tampoco quiero acordarme, no ha mucho tiempo vivía un hombre que pretendía que estas naciones fueran verdaderamente libres: también terminó aborrecido, desterrado dentro de la propia tierra que había libertado, y forzado a largarse, enfermo y en la ruina, a morir, a orillas del mar, en casa ajena y prestada, donde intentó en vano recuperar su salud auxiliado por un médico extranjero.

 

 

Fue allí, próximo a la tumba, donde este personaje pronunció, con tristeza y amargura, la que habría de convertirse en una de sus más desoladoras frases postreras: “Jesucristo, Don Quijote y yo hemos sido los tres más grandes majaderos de la historia“.

 

Mesa de las Tempestades, Área Metropolitana de Bucaramanga, martes 23 de abril de 2024, Día del Idioma Español.

 

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ILUSTRACIONES: (1) Don Quijote. Pablo Picasso. 1955.

(2) Sigmund Freud.

(3) Don Quijote. Salvador Dalí.

(4) Don Quijote. Salvador Dalí.

(5) Don Quijote llega a la venta. Gustave Doré.

(6) Molinos de Viento en La Mancha, España.

(7) Don Quijote leyendo novelas de caballerías. Gustave Doré.

(8) Don Quijote contra los cueros de vino. Anónimo.

(9) Don Quijote enjaulado. Gustave Doré.

(10) Cervantes  en la prisión imaginando el Quijote. Vicente Barreto. Madrid. 1877.

(11) Póster de la película Don Quijote cabalga de nuevo, protagonizada por Fernando Fernán Gómez  como Don Quijote y Mario Moreno Cantinflas como Sancho Panza.

(12) Antonio Hernández Morejón. Real Academia Nacional de Medicina de España.

(13) Ricardo Royo Villanova.

(14) José Goyanes Capdevila.

(15) Los actores españoles Fernando Rey como Don Quijote y Alfredo Landa como Sancho Panza en la miniserie de la televisión española El Quijote de Miguel de Cervantes.

(16) Los actores españoles Alfredo Landa como Sancho Panza y Fernando Rey como Don Quijote en la miniserie de la televisión española El Quijote de Miguel de Cervantes.

(17) Cervantes. Retrato atribuido a Juan de Jáuregui y Aguilar (1583 – 1641).

(18) Don Quijote en su lecho de muerte. Gustave Doré – Salvador Tusell.

(19) Cristo de San Juan de la Cruz. Salvador Dalí. 1951.

(20) Don Simón Bolívar, sueño para un desvelo. Antonio Frío. 1993.

 

ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ: Miembro de la Academia de Historia de Santander y del Colegio Nacional de Periodistas (CNP).

 

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