Por Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro Correspondiente de la Academia de Historia de Santander. [Fotografías antiguas: Quintilio Gavassa Mibelli. Cortesía del historiador Edmundo Gavassa Villamizar].
De acuerdo con la versión oficial, el 22 de diciembre de 1622 fue fundada Bucaramanga.
En realidad, como advertimos en nuestra Historia de Bucaramanga, “Tampoco fue una fundación como tal porque de lo que se trató fue del traslado de unos asentamientos indígenas a este lugar con el fin de reagruparlos y facilitar así, entre otras cosas, su catequización”. (p. 16, nota al pie).
Es decir, Bucaramanga no fue fundada como lo fueron Bogotá, Cali, Santa Marta, Cartagena, Pamplona o Girón.
El reagrupamiento indígena en Bucaramanga (lugar que ya para entonces se llamaba así, en lengua aborigen) es ordenado por el oidor Juan de Villabona y Zubiaurre, quien llega a esta comarca designado por la Real Audiencia para investigar las graves denuncias que llevan a Santa Fe los indios Gaspar de Guaca, Luis de Guaca y Miguel de Bucarica en contra de los encomenderos de Bucarica, entre ellos Juan de Velasco y Juan de Arteaga, por malos tratos y otras irregularidades.
La investigación no culmina en nada. “Sin embargo, algo sí queda claro para el oidor Villabona y es que los indios están viviendo en forma desperdigada y que eso le dificulta al cura doctrinero Miguel Trujillo el cumplimiento de su misión pastoral, razón por la cual hay niños que han muerto sin bautizo, adultos que han fallecido sin confesión, parejas que deben vivir en concubinato porque no hay cura que los case y feligreses que no tienen a dónde ir a misa. Entonces dispone que se establezca el pueblo de Bucaramanga (Orden de noviembre 4 de 1622).
En la orden, Villabona señala por cuáles grupos de aborígenes deberá estar conformado el nuevo pueblo, ordena que se le construya casa al cura doctrinero y determina los diversos aspectos de su organización. Inicialmente, en la misma orden, el oidor comisiona para tal efecto al Alcalde Mayor de Minas de Las Vetas, Montuosa y Río de Oro, Antonio de Guzmán, pero veinte días después (noviembre 24 de 1622) la comisión se la confiere a Andrés Páez de Sotomayor, a quien se le dan treinta (30) días para que la cumpla.
Dos días antes del vencimiento del plazo, el 22 de diciembre, se cumple la fundación”. (Historia…, p. 20).
“El acta de fundación fue hallada por el historiador Enrique Otero D’Costa en mayo de 1913 en los archivos coloniales que se guardaban en el piso tercero del Edificio Nacional de Santo Domingo, en Bogotá, sección Tierras de Santander, Tomo XLII, páginas 48 a 50, y publicada por primera vez en su libro Cronicón Solariego”. (Historia…, p. 16).
“El siguiente es el texto de dicha acta:
“En el sitio de Bucaramanga, en veinte y dos días del mes de diciembre de mil y seiscientos y veinte y dos años, yo, Miguel de Trujillo, Presbítero, Cura Doctrinero del Río del Oro y sus anexos, e yo, Andrés Páez de Sotomayor, Juez Poblador, certificamos, en cumplimiento de esta comisión despachada por el señor Juan de Villabona y Zubiaurre del Consejo de su Magestad, su Oidor más antiguo de la Real Audiencia de este Reino y Visitador General de las provincias de Tunja y Pamplona, y, por particular comisión, Visitador de los Reales de Minas de las Vetas, Montuosa, Suratá y Río del Oro: que hoy, dicho día, dije yo, el dicho Cura, misa en la iglesia de esta población, que para este efecto mandamos hacer, por estar acabada, con su Sacristía; y está cubierta con paxa, con muy buenas maderas, estantillos, varas y vigas; y tiene de largo ciento y diez pies y de ancho veinte y cinco; y está bien acabada y es copiosa para la jente que a ella acude a misa, demás de lo cual están acabados los bohíos de las parcialidades siguientes: de los lavadores de Cachagua, tres bohíos grandes para la jente que tienen. Item, los indios de Gerira, dos grandes para la jente que tienen. Item: otros dos buhíos grandes, los indios de la cuadrilla de mí, el dicho Andrés Páez, que son bastantes para ellos. Item, están armados y se están haciendo con mucha priesa, otros bohíos grandes y buenos para los indios de la Encomienda del Capitán Juan de Velasco, y en el interin que se acaban, viven en dos ranchos pequeños que están hechos en este sitio. Demás de lo cual, está hecha y acabada la casa de la morada de mí, el dicho cura. Y a estos indios se les repartieron resguardos en conformidad con la dicha comisión, en esta manera: a los lavadores de Cachagua, desde la loma que llaman de Chitota hasta una quebrada que llaman de Namota; a los indios de la Encomienda del Capitán Juan de Velasco, desde la dicha quebrada de Namota hasta la quebrada de Zapamanga, con un pedazo de tierra que cae junto al Río Suratá donde tienen unas labranzas de yucas y batatas; y a los indios de Gerira se les dió desde la quebrada de Bucaramanga hasta la quebrada que llaman de la Iglesia; a los indios de Andrés Páez se les dió desde la quebrada de Cuyamata hasta la quebrada que llaman de los Mulatos. Todos los cuales dichos resguardos, de susso declarados, es tierra buena, sana y útil para cualquier género de semillas como son: maíz, fríjoles, yucas, batatas, ahuyamas, plátanos y otras cosas, en la cual hay tierra bastante para año y vez. Y todo está en contorno de la dicha población. Y para que de ello conste, damos la presente firmada de nuestros nombres, en el dicho día, mes y año arriba dichos.- Miguel de Trujillo.- Andrés Páez de Sotomayor”. (…)”. (Historia…, p.p. 20 – 21).
Como advertimos en pie de página, “Algunos de los vocablos y expresiones tienen hoy otra ortografía o distinta redacción. Es el caso de “Magestad”, que hoy se escribe “Majestad”; “paxa”, que se escribe “paja”; “jente”, que se escribe “gente”; “buhíos”, que hoy en día sólo permite la escritura “bohíos”; “priesa”, que se escribe “prisa”; “interin”, que quedó “ínterin” y significa “entre tanto”; “demás”, en el contexto en que allí aparece, quedó “además”; “dió” perdió la tilde; “Cuyamata” pasó a llamarse “Cuyamita”; “susso declarados”, pasó a ser “susodichos”; “ahuyamas” hoy es sin “h”, es decir, se escribe “auyama” (Ver: Pequeño Larousse Ilustrado); “año y vez” pasó a ser “cosecha y atraviesa o mitaca”, que es la “segunda recolección anual”. (Historia…, p. 21). De igual manera, la expresión “e yo” equivale a la actual “y yo”.
Para cerrar esta entrada, a propósito del cumpleaños oficial de la ciudad, nos permitimos reproducir las palabras con las que cerramos nuestro libro (Historia…, p.p. 734 – 735):
“Así, cargada de ilusiones y encarando el futuro con optimismo, prosigue su marcha esta Bucaramanga de hoy, esta Señora Bucaramanga que ya no oye cigarras, porque las cigarras dejaron de ser su símbolo hace mucho y se perdieron por siempre con su ulular en las brumas del pasado remoto e irrepetible; que no huele sarrapios, porque los últimos que quedan los han ido cortando sin piedad para que sobre el suelo donde se mantenían en pie pueda seguir avanzando el progreso; que tampoco recuerda chorreras, burros, bobos, ni barriles, porque presume de contar con un acueducto que brinda el agua más pura del país; que ya no se alumbra con velas, farolas, antorchas o velones, porque se jacta de una gran electrificadora, que aunque recientemente vendida a empresarios paisas continúa llamándose de Santander; que se olvidó de personajes típicos como Mimimota, La Cucaracha, el General Farías o el Doctor Campbell; que ya no escucha a sus niños declamar en las “sesiones solemnes” de las escuelas, ni los ve jugar al trompo, ni los oye hablar del Juan Pagas, ni los escucha pedirles a sus padres la bendición, ni los observa yendo a Misa los domingos, ni los descubre jugando tángara; que ya no habla, en las amenas tertulias nocturnas frente a las casas, de las delicias ofrecidas por restaurantes que hasta hace poco inundaban con el aroma de sus viandas el aire de una ciudad todavía no contaminada, entre otras razones porque cada vez quedan en pie menos casas y cada vez hay menos gente dispuesta a conversar, amén de que la tertulia en los restaurantes ya no es posible pues es urgente desocupar la mesa; cuyos últimos emboladores se congregan a matar el tedio en el Parque Santander y a rememorar allí los tiempos dorados de su oficio, cuando los caballeros bumangueses, vestidos con flux y sombrero, aún se mandaban lustrar los zapatos en señal de una distinción en el vestir que hoy, bajo los agobios del calor, ya no le importa a nadie; que ya casi no sale a ver la llegada de la Vuelta a Colombia en Bicicleta ni se pega al oído el radio transistor para escuchar la transmisión del certamen que languidece; que ya no volvió a ver a Miguelito recogiendo por la puerta trasera de su bus de Transportes Palonegro a los chicos de las escuelas que, acicateados por el hambre y la sed, se gastaron a la hora del recreo las escasas y entristecidas monedas del pasaje; que ya no alquila cuentos de vaqueros en las tiendas de los barrios, ni monta en bicicleta, ni se sienta a deleitarse con el canto de los pájaros o a rasgar el tiple sobre la mecedora de madera y mimbre, porque ya no tiene tiempo ni para almorzar, mucho menos para perderlo en esas tonterías, las mismas tonterías que acaso la rescatarían del estrés y de la irritabilidad con los que cambió su rostro amable, el mismo que la convirtió hace algún tiempo en La ciudad más cordial de Colombia.
Al verla así, con sus calles siempre rotas, como si viviera permanentemente en obra negra; con ese gentío presuroso que pareciera asfixiar los últimos reductos de su alegría; con esa invasión inmisericorde de personas y conductas que hasta hace poco le eran completamente extrañas; con esas oleadas de ruido, de calor y de incertidumbre que por momentos amenazan con enloquecerla; con sus cerros tutelares desaparecidos bajo las fauces de las edificaciones sin alma, las mismas que dieron al traste con sus casas solariegas e impusieron la moda terrífica del condominio; con su pobreza sempiterna en el norte y con su estiramiento habitacional incesante en el sur, que amenaza fusionarla con Floridablanca en un abrazo del que ya se empieza a hablar, pero del que se ignora qué tan triunfal o derrotada saldrá cuando suceda; al verla así, digo, con toda su pequeñez y toda su grandeza, no puedo menos sino rememorar que de sus entrañas broté un día y a sus entrañas habré de volver.
Por eso, a ella le he dedicado este libro, escrito con la rústica sencillez del aprendiz, sobre el decurso, casi siempre duro y triste, de su propia historia. A ella tenía que estar dedicado, claro: A mi tierra, a mi Bucaramanga. Y con los únicos sentimientos posibles”.
¡Feliz cumpleaños, Bucaramanga!
* Derechos Reservados de Autor. 2002. El autor y compositor de la guabina “Hubo una ciudad” es miembro activo de la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia (SAYCO). Su utilización pública debe ser autorizada, de manera expresa y escrita, por SAYCO.