CIENCIA Y PODER.
Por Manuel Enrique Rey.
Mientras los vencedores de la primera guerra mundial comenzada hace 100 años (1914); al finalizar luego de cinco años de enfrentamientos y haber declarado el armisticio, los Aliados (Francia, Reino Unido y Estados Unidos, así como representantes de sus aliados durante la guerra) se reunieron en la Conferencia de Paz de París para acordar los términos de la paz con los derrotados: Alemania, el desaparecido Imperio austrohúngaro (entonces ya dividido en la República de Austria, Hungría y Checoslovaquia, así como perdidas territoriales a favor de Rumanía, Italia, y las nuevas Polonia y Yugoslavia), el decadente Imperio otomano y el Reino de Bulgaria. Los Aliados redactaron y firmaron tratados por cada una de las potencias vencidas; el Tratado de Versalles fue el que se le impuso a Alemania. La lucha pareciera haberse desarrollado para justificar la permanencia hegemónica de las potencias coloniales europeas.
Mientras tanto, al lado del cañón, el tanque y el barco de guerra, de los petardos fumíferos y los tubos lanzallamas, un nuevo poder se iría desarrollando desde mediados del siglo XIX, consistente en el descubrimiento por parte de los científicos, luego de penetrar los arcanos de la materia y de la energía, de las partículas y las fuerzas sub atómicas, y dentro de ellas, el electrón y el fotón como arquetipos de partícula y campo electromagnético, de cuyo dominio y utilización, la paz o la guerra los requeriría para su éxito.
Habían pasado apenas 25 años (1939), cuando retumbaron de nuevo los cañones en otra conflagración que por estar involucradas tantas potencias fue considerada otra vez guerra de carácter mundial, la segunda. En el interludio, mientras el comunismo parecía dejaría de ser amenaza para occidente, en las naciones se instauraba definitivamente la ideología liberal, y con ella felizmente la democracia.
Ya para entonces, conocida a cabalidad por los científicos, la enorme energía que mantenía unidas las partículas y las fuerzas sub atómicas, de su total dominio la ciencia produciría: la bomba atómica, los viajes a la luna, el dominio político y un nuevo poder imperialista y colonial, producido por temor hacia quien ostentaba la capacidad suficiente para producir energía a partir de la desintegración o fusión de los núcleos atómicos.
No alcanzó a despuntar el nuevo siglo, cuando repentinamente una nueva amenaza totalitaria afloró intempestivamente en el planeta, cuando se suponía que al globo no le quedaba otra alternativa para lograr la paz y el bienestar generalizado que la democracia liberal. Al emerger el caudillismo, resurge el socialismo aupado por viejos y descalificados genes fascistas, neo populistas. Para garantizar el continuismo en el nuevo poder dictatorial, ensañado principalmente en los países ricos en materias primas pero olvidados social y económicamente; de nuevo el átomo y su secuela generadora de guerra fruto del avance de la ciencia será la materia prima que se intercambiará para establecer el nuevo imperialismo, esta vez lamentablemente en trueque por democracia. Por el último y postrer grito del liberalismo. Ciencia y poder de nuevo confabulados con los totalitarismos. ¿Hasta cuándo?