Un Mundial con trasfondo de violencia. Por Óscar Humberto Gómez Gómez.

No se ha hecho una encuesta seria, exhaustiva y profunda para cuantificar a cuántos colombianos hoy en día no nos interesa el fútbol y, por consiguiente, ni nos va ni nos viene el Mundial de Brasil— sin que ello signifique que, de vez en cuando, no nos asomemos a observar el desarrollo de algún partido —pero es de suponerse que somos una ínfima minoría.
Entendíamos, en todo caso, que ese país era algo así como la meca del generalizado deporte, hoy convertido —por cierto— en un multimillonario negocio y en una fuente de violencia, corrupción, anestesia social y muerte. Por eso, nos han sorprendido las escenas de la violencia popular en la tierra de Pelé, más que contra el fútbol o contra el Mundial, contra el hecho de que, en un país lleno de problemas sociales, el Estado haya empleado los recursos públicos para financiar el certamen cuando lo que se suponía era que esos altísimos costos iba a asumirlos la empresa privada, haya exonerado a la FIFA de la carga impositiva —lo cual privó a la comunidad de cuantiosos recursos— y haya construido cuatro faraónicos estadios más de los ocho que se habían proyectado, para un total de doce monumentales escenarios que solo se utilizarán en unos cuantos partidos, mientras en las favelas el pueblo se muere de hambre, no hay educación, ni salud, ni vivienda, ni dignidad para la gente humilde, que es la inmensa mayoría del pueblo brasileño, tal y como lo denunció en su momento Monseñor Hélder Cámara, Arzobispo de Recife.
Dicen que, de no ganar Brasil la copa, sobrevendrán desórdenes que podrían salírseles de las manos a las autoridades.
Dicen también que se han detectado sobornos y corruptelas. No sabemos aún en qué sentido irían esos sobornos y corruptelas, pero uno cree entender que la denuncia apunta tanto a la elección de la sede por parte de la entidad que comanda el corrupto Blatter, como a asegurar resultados en los juegos, seguramente con el fin de que Brasil sea, como sea, el campeón, teniendo en cuenta que ya este título pareciera haberse vuelto una imperiosa necesidad política. El hecho de que en el primer partido que jugaba Brasil —contra el equipo nacional de Croacia— el árbitro japonés que lo dirigía haya pitado un penal en contra de Croacia que, según los entendidos, solo existió en su imaginación, y que lo haya hecho cuando Croacia le empataba al coloso del fútbol, anfitrión del evento y equipo obligado a ganar, según dicen, deja muchos interrogantes sobre la transparencia con la que se llevará a cabo el campeonato.
Ya veremos qué sucede. Por ahora, las protestas siguen, con pedreas, incendios, golpes, automotores volteados, fuertes piquetes de fuerza pública en las calles y no pocos heridos y arrestados. Es posible que, más allá de la inveterada pasión por el fútbol que siempre se ha respirado en Brasil, el pueblo haya empezado a cansarse de que le den pan y circo.

PELÉ SALUDA SIN SONREÍR.

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