En el año 2010, el Gobierno Nacional anunció, con bombos y platillos —y no pocos redoblantes— la inminencia de una reforma a la justicia. Ya todos supimos en qué paró el escandaloso anuncio: hasta el secretario del Senado quiso aprovecharla para que le dieran fuero.
Hoy, cuatro años después, el mismo Gobierno Nacional, es decir, el de Juan Manuel Santos, ha vuelto a anunciar lo mismo.
Pues bien: en aquella oportunidad, nos dimos a la tarea de perder el tiempo —como solemos hacerlo siempre, porque para nuestro infortunio tenemos la incorregible manía de soñar con un país mejor— y nos pusimos en la majadería de formular algunas ideas acerca de los tópicos que, en nuestro sentir, y a la luz de nuestra experiencia en el foro por más de treinta años, debían ser abordados con toda decisión en aquella inminente, seria, exhaustiva y profunda (eso creíamos) reforma.
Amigos que nos honran con su estimación, o personas a quienes, simplemente, les interesa este tema —que, por cierto, deberían ser todas— nos han manifestado, otra vez, sus inquietudes acerca de cuál fue la suerte corrida por nuestras propuestas y sobre si en las reformas que de todos modos se hicieron, según repitió una vez y otra el entonces candidato a la reelección, tales asuntos se tuvieron en cuenta o no. Otras personas, que al parecer nunca se enteraron de nuestras reflexiones, quieren conocer ahora de qué aspectos se habló en aquella ocasión, con miras a empaparse del tema y poder, ahora sí, entrar en el debate que Juan Manuel Santos ha comenzado a reabrir, en medio del escepticismo general (o, al menos, del nuestro).
Partiendo de la base de que reforma a la justicia no ha habido, vamos a reproducir en este web site las ideas esbozadas entonces. Lo hacemos, porque mantenemos incólume la convicción de que una reforma a la justicia que sólo consulte el pensamiento y los intereses de las llamadas altas cortes —como, desgraciadamente, todo indica que volverá a suceder mientras la idea la lidere Juan Manuel Santos— no será más que otra nueva reforma inexorablemente condenada al fracaso.
Y es que —insistimos una vez más— no son las altas cortes, somos nosotros los abogados, específicamente los abogados litigantes (¡DESPIERTEN, DOCTORES!), quienes, por nuestro contacto diario con la realidad judicial colombiana a lo largo de los años, estamos en capacidad de señalar cuáles son los vicios y las lacras que agobian a nuestra Administración de Justicia —incluidos los que agobian a las altas cortes— y cuáles los remedios que deberían ser adoptados por el Estado en aras de superar tales deficiencias y poder aproximarnos al ideal, esquivo pero siempre actual, de contar en Colombia con una pronta y debida justicia.
No compartimos, de otro lado, la postura de quienes sostienen que la reforma a la justicia sólo debe tratar temas estructurales u organizacionales, y no los atinentes a institutos procesales consagrados en los códigos. Y es que en no pocas oportunidades son, precisamente, esos vacíos o regulaciones equívocas o infortunadas los que nutren el caos, la morosidad, la congestión y las palmarias injusticias que se evidencian dentro de la tarea judicial que cumple el Estado colombiano, fallas por las cuales la sociedad está reclamando a gritos una radical reforma a la justicia. Quienes en aquel entonces nos criticaron en este sentido argumentaron que algunas de nuestras inquietudes no tenían rango constitucional, sino “meramente” legal. Podrán tener razón en eso. Pero nosotros consideramos que una verdadera reforma a la justicia no debe limitarse a la Constitución, sino que debe extenderse a la ley, la cual en este asunto no es algo de poca monta. Nada lograremos, por ejemplo, suprimiendo la Comisión de Acusación de la Cámara de Representantes o el Consejo Superior de la Judicatura si, por otro lado, seguimos con ese vicio insoportable de inundar con montañas de fotocopias innecesarias los juzgados y tribunales haciendo ver denso y abrumador lo que, en el fondo, podría resultar sencillo. Solo incluyendo en la reforma tanto la Constitución como la ley —y desterrando a través de esta las malas prácticas judiciales y las ambigüedades legales que generan recursos, tutelas, decisiones contradictorias, injusticias, desgaste, morosidad, congestión y estrés— evitaremos que volvamos a llenarnos de principios superiores genéricos muy bellos, pero que en la realidad no se cumplen.
Posteriormente, nos referiremos a la expedición y entrada en vigencia de los nuevos códigos, de los que tanto habló el candidato Santos para contradecir a quienes hablaban del fracaso absoluto de su anunciada reforma. Solo anticipemos por ahora que, gracias a la improvisación con que se pusieron en vigencia tales códigos, estamos inmersos en el caos legislativo y jurisprudencial más grande en la historia reciente de Colombia y que en cuanto al área que ejercemos, esto es, en cuanto al derecho administrativo, estamos aplicando al tiempo en Colombia CINCO (5) códigos sobre los mismos temas.
Comenzaremos, pues, nuestros planteamientos abordando la primera reforma que espera con ansiedad el país: la reforma a la controvertida acción de tutela contra providencias judiciales y, de manera muy especial, la reforma a la acción de tutela contra las decisiones de las altas cortes.
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PRÓXIMA ENTRADA:
DE NUEVO, LA REFORMA A LA JUSTICIA (II).
TUTELA CONTRA PROVIDENCIAS DE LAS ALTAS CORTES.
¿PUEDE SER IMPARCIAL EL JUEZ CUANDO HACE DE JUEZ Y DE ACUSADO?
UN PREVARICATO CONFESO, REITERADO E IMPUNE: MAGISTRADOS DE LAS ALTAS CORTES ENEMIGOS DE LA TUTELA QUE NO SE DECLARAN IMPEDIDOS.
¿POR QUÉ ES TAN GRAVE QUE LA COMISIÓN DE ACUSACIÓN DE LA CÁMARA DE REPRESENTANTES NO FUNCIONE?
¿ES ADMISIBLE QUE EN UN ESTADO DE DERECHO HAYA INSTITUCIONES Y FUNCIONARIOS INTOCABLES?
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Gracias, respetado amigo, por tu valiosa ilustración, especialmente entendible para un ciudadano corriente como yo. Hemos sido víctimas en distintos grados y momentos, de alguna manera, todos los colombianos, de los atropellos y la impunidad de tanto facineroso de cuello blanco en uso de sus investiduras temporales o permanentes, pudiendo decirse que hasta hoy nuestra historia moderna y contemporánea la han escrito con todo su sesgo y plenipotencia los grandes potentados económicos y castas familiares. Para cambiar eso requerimos ilustración e interés, como el que has venido demostrando siempre. De nuevo gracias. L.E. F. O.