[En memoria de László Majthényi]
Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis alemanes de Adolfo Hitler y los comunistas soviéticos de José Stalin no solo se disputaron Hungría. También se pelearon Polonia.
Vencidos los nazis, ambos países terminarían bajo el yugo estalinista.
Empero, la gente ignora —u olvida— (otros convenientemente se hacen los de la vista gorda) que Hitler y Stalin, y por ende la Alemania nazi y la Rusia comunista, fueron aliados y, en tal condición, estuvieron más cerca entre sí de lo que, dada la pregonada diferencia ideológica, pudiera parecer. Incluso en la propia Moscú alemanes nazis fueron recibidos con honores y, a renglón seguido, hitlerianos y estalinistas hicieron planes, se estrecharon las manos, posaron para la foto y brindaron con vodka.
En efecto, pocos días antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, Alemania y la Unión Soviética habían suscrito en Moscú un pacto por medio del cual acordaron, entre otras cosas, repartirse a Polonia y otros lugares de la geografía europea. Se llamó el Pacto Ribbentrop – Mólotov, por los apellidos de los ministros de relaciones exteriores que lo firmaron: el canciller nazi alemán Joachim von Ribbentrop (quien habría de ser juzgado, condenado y ejecutado en Núremberg) y el canciller comunista soviético Viacheslav Mólotov, cuyo apellido —dicho sea de paso— pronunciado “Molotov” en vez de “Mólotov”, le daría el nombre a cierto “coctel” que por estas tierras (y en otras latitudes menos cercanas a nosotros) se utilizó no precisamente para beber, como diríamos del coctel Margarita, o del Daiquirí, o del Martini, o del Manhattan, o del Capiriña o del Tom Collins.
Hersbruck es una ciudad que pertenece al área metropoliana de Núremberg, la ciudad alemana célebre por el famoso juicio contra los nazis.
Hasta 1945 funcionaba allí un campo de concentración nazi. El artista Vittore Bochetta estuvo prisionero en aquel lugar y en 1945 se fugó; posteriormente y en recuerdo de lo que fue su calvario como preso, esculpió la estatua “Sin nombres”. En ese mismo año, 1945, las tropas aliadas, específicamente las norteamericanas, se aproximaban a Hersbruck. Los nazis, entonces, trasladaron a los cautivos hacia el campo de concentración de Dachau.
Como era obvio, el triunfo de los ejércitos aliados en la Segunda Guerra Mundial trajo consigo el cierre de ese campo de concentración.
Pero como a veces las desdichas vienen entrelazadas, a la persecución por parte de los nazis habría de seguir la desatada por la Unión Soviética de Stalin.
Para el año 1950, Annemarie Kalytta contaba con 22 años. Su familia había escapado de Polonia, pero no huyendo de los nazis, sino de los rusos. Fugitivos, Annemarie y sus seres queridos llegaron a Hersbruck.
El destino iría a permitirle a la joven alemana conocer a otro fugitivo viudo que, también con su diezmada familia, se había establecido en Alemania huyendo igualmente de los rusos, pero no desde Polonia, sino desde Hungría. Era el Barón László Majthényi Tamássy.
Annemarie, nacida en 1928 en Polonia, pero de nacionalidad alemana, trabajaba para entonces, cinco años después del fin de la guerra, en un campo de fugitivos que se había creado en Hersbruck con el fin de albergar a los ahora perseguidos por los victoriosos y poderosos comunistas soviéticos.
László, con 34 años de edad, y Annemarie se conocieron allí en 1950, año en que el noble húngaro en desgracia huyó en tren de su país natal. Al año siguiente, 1951, se casaron.
En el nuevo hogar que László Majthényi formó con su segunda esposa se dieron cuatro hijas: Angelika, nacida en 1952; Rita, nacida en 1953; Stefan, nacida en 1954; e Inés, nacida en 1956.
Desgraciadamente, la señora Annemarie también habría de enfermar y su esposo volvería a quedar viudo.
Hacia el final del mismo año en que nació su última hija, Inés, el Barón László Majthényi vio cómo se esfumaban sus últimas esperanzas de que los comunistas soviéticos dejaran libre a Hungría: percibió, impotente, la indiferencia del mundo occidental ante los clamores de auxilio de Imre Nagy y de su Gobierno así como del pueblo húngaro opuesto a la dominación extranjera rusa y entendió que el problema que había desatado el presidente de Egipto Gamal Abdel Nasser con la nacionalización del Canal de Suez —también ese nefasto año— tenía ocupados a quienes habrían podido ayudarlos, los antiguos aliados occidentales en la Segunda Guerra Mundial, Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Después, con lágrimas de indignación, tristeza e impotencia, leyó las noticias y observó las imágenes terribles de los tanques rusos entrando desafiantes a Budapest y la espantosa mortandad de compatriotas suyos que tan heroica como inútilmente trataron de oponérseles con una desigualdad de fuerzas que abrumaba.
Entonces descubrió que definitivamente ya no podría regresar más a su tierra nativa porque Hungría no volvería a ser la misma y fue cuando decidió que había llegado el momento de probar suerte en América.
[CONTINUARÁ…]