“El viernes 26 de mayo de 1978 hacia las 6 de la tarde yo estaba parado, en medio de una multitud, en el andén sur del parque García Rovira, frente al llamado “Palacio amarillo”, sede de la Gobernación de Santander. Al balcón del edificio, que da sobre la calle 37, asomaron el Gobernador de Santander de entonces, arquitecto Alberto Montoya Puyana, su secretario de educación, abogado Alfonso Valdivieso Sarmiento, y el insigne compositor santandereano maestro José A. Morales, a quien la Gobernación iba a homenajear antes de que partiera hacia México. Abajo, sobre el andén, a mi lado, el director de la Banda del Departamento, el maestro Alfonso Guerrero, esperaba instrucciones junto a sus músicos, rigurosamente vestidos de uniforme. Entonces el jefe de protocolo, Luis Enrique Figueroa Rey, con su habitual atuendo campechano, tomó el micrófono, leyó el orden del día y en seguida se dirigió al maestro Guerrero con su voz y con el dedo índice de su mano derecha: “¡Toquen, Alfonso, toquen!”. Segundos después sonaban —como decían antes— “las notas marciales de nuestro Himno Nacional”.
Al presentar el tema “¡Viva la fiesta!”, Figueroa dijo que, dirigiendo ese tema durante un concierto, había muerto súbitamente su compositor, el maestro Luis María Carvajal; pero varios señores de edad comenzaron a gritarle desde el andén del parque: “¡ No, no, “Soñar en un jardín”, “Soñar en un jardín”!”. Al momento me di cuenta de que estaban rectificando al jefe de protocolo. Lo que querían aclarar, en efecto, era que Luis María Carvajal no había muerto dirigiendo “¡Viva la fiesta!”, sino otro tema suyo, “Soñar en un jardín” (La verdad sea dicha, en algunas fuentes lo que he leído es que solo se estaba preparando para iniciar el concierto).
Cuando el acto finalizó, el maestro Morales salió a la calle y fue cuando pude verlo de cerca; mi mamá lo saludó y le dio la mano; él se la estrechó rápidamente, pero lo noté distraído, preguntaba por “Tomás, ¿dónde está Tomas?”. Se refería al sastre y músico Tomás Lerzundy, su amigo de juventud, aquel que tenía su casa y su taller en el costado norte del parque Bolívar, donde los caballeros que se preparaban para asistir a la fiesta del siguiente fin de semana en el Club del Comercio alquilaban el esmoquin. El reconocido artista vestía de estricto flux —como llamamos en Santander al traje de calle de los varones, es decir, vestido con saco y corbata—. No logro precisarlo bien en mi memoria, pero creo recordar que lucía chaleco y leontina.
Fue la primera vez que lo vi, y la única. Un poco menos de cuatro meses después, el maestro José A. Morales moría en Bogotá. Por coincidencia, también era viernes”. (EL CAMPESINO EMBEJUCAO. LA HISTORIA OCULTA).
NOTA DEL PORTAL: Hoy queremos rendir un modesto homenaje de admiración, respeto y afecto a la memoria del inmortal músico santandereano maestro José A. Morales trayendo a colación una de sus más emblemáticas canciones, el pasillo lento “Soberbia”. Aquí está, en las voces del dueto Garzón y Collazos, y con el acompañamiento del maestro Jaime Llano González en el órgano.
Después encontrarán el enlace de la entrada en la cual insertamos el discurso que pronunció el maestro Humberto Martínez Salcedo durante el sepelio del preclaro compositor.
¡Bienvenidos!
http://www.oscarhumbertogomez.com/?p=17472
Tan santandereano como EL BOLO CRIOLLO, o si no, diiiiigame lo contrario, mi estimado amigo.
El señor gerente de RCN San Gil, nuestro inmejorable amigo don Timoleón Rueda, nos envía un mensaje acerca de la polémica que existe sobre el hecho de que José A. Morales no es santandereano y nos sugiere investigar acerca del tema.
Ya lo hicimos, don Timoleón, desde mucho antes de publicar la entrada.
En efecto, luego de que siempre se tuvo como axioma el que José A. Morales nació en El Socorro, se empezó a poner en duda esa aseveración para sugerir que habría nacido en Tocaima o en Guaduas, o sea que el distinguido músico era cundinamarqués.
Ni corto ni perezoso, el diario El Espectador llegó a asegurar, sin rodeo alguno, sin siquiera insinuar que se trataba tan solo de una polémica aún no resuelta, que había nacido en Tocaima. Por supuesto, dada la amplia cobertura de ese matutino, la “noticia” se irrigó por todas partes y para los lectores que “tragan entero” —por infortunio la inmensa mayoría— quedó claro que Morales no era socorrano.
Más recientemente, el maestro caldense Jaime Rico Salazar, músico, escritor e historiador, en un hermoso y documentado libro publicado hace once años y titulado La canción colombiana, de manera concluyente anotó que Morales “definitivamente” no había nacido en El Socorro.
Empero, el maestro Rico, luego de esbozar sus argumentos —referidos, por un lado, a lo que le contó el compositor nariñense Raúl Rosero, entonces presidente de SAYCO, relato según el cual había ido personalmente a pagarle las regalías a un hermano del maestro Morales que vivía en Guaduas en la más extrema pobreza y quien le habría dicho que ambos, José y él, eran de esa población, y, de otro, a que la partida de bautizo había sido sentada en Tocaima unos meses después de su nacimiento— admite que “la verdad” solo la daría la cédula de ciudadanía laminada del compositor, que se hallaba en poder del maestro antioqueño Jaime Llano González (página 341).
Pues bien: el periodista, músico y trabajador de la cultura maestro Puno Ardila Amaya, actual Director Cultural de la Universidad Industrial de Santander e integrante de la simpática y talentosa agrupación “Los Muchos”, adelantó una sesuda y muy bien documentada investigación en torno a la vida de su ilustre coterráneo y leyó al aire, a través de la Emisora Cultural Luis Carlos Galán Sarmiento (100.7 FM), dentro del programa Álbum del Folclor Colombiano (antes: Álbum Musical de Colombia), conducido por Victor Suárez, el texto completo de la cédula de ciudadanía de José Alejandro Morales López (nombre completo de José A. Morales) y en ella dice, con claridad meridiana, que su lugar de nacimiento fue “El Socorro (Santander)”.
De esta manera, y siguiendo la indicación dada por el maestro Rico, el documento oficial por excelencia, vale decir, la cédula de ciudadanía de José A. Morales, ha puesto fin a la discusión.
Así que, mi muy estimado don Timoleón, el maestro José A. Morales nació en El Socorro y es, por lo tanto, santandereano; tan santandereano como usted y como yo, como el Cañón del Chicamocha, como los bocadillos de Vélez y Barbosa, como el yeso de Piedecuesta, como el café de Rionegro, como las obleas de Floridablanca, como las cocadas de Girón, como el cacao de San Vicente de Chucurí, como la piña de Lebrija, como las chicharras de Bucaramanga, como el parque El Gallineral de San Gil, como la Laguna de Ortices en García Rovira, como el petróleo de Barrancabermeja, como los patriotas de la Batalla del Pienta en Charalá o como nuestras exóticas hormigas culonas (no colonas, como dicen por ahí los despistados).
Por supuesto, estas disputas son normales cuando se trata de los hombres grandes. Porque si en lugar de haber sido el estupendo artista que fue, José A. Morales hubiera sido un hampón de siete suelas, se lo estarían peleando, sí, pero para decir que NO era de ninguna parte.