Han empezado a decir que ahora, ya no sólo firmado el TLC (cosa que ocurrió hace años), no sólo ratificado por el Congreso de Colombia (cosa que también sucedió hace años), no sólo sancionada la ley ratificatoria por el presidente (cosa que en Colombia igualmente sucedió hace años), sino, además, ratificado por el Congreso de los Estados Unidos (cosa que acaba de suceder), y sancionada la ley ratificatoria por el presidente (cosa que en Estados Unidos sucederá en los próximos días), hay que empezar en Colombia a construir buenas carreteras, buenos aeropuertos, empresas competitivas, etcétera. En una palabra, que tenemos que “modernizarnos”, “industrializarnos”, “volvernos competitivos”.
Magnífica la idea.
Lo grave es que el otro país que firmó el tratado de libre comercio, es decir, Estados Unidos de América, ya tiene esas carreteras, y no “buenas”, sino excelentes; y ya tiene esos aeropuertos, y no “buenos”, sino excelentes; y ya tiene esas empresas, empresas gigantescas y modernas de cuya competitividad sobra hablar porque es evidente. Y, en fin, ya tiene ese “etcétera”, y lo tiene desde hace muchos años.
¿No era más lógico “modernizarnos” primero, “industrializarnos”primero, “volvernos competitivos” primero, y ahí sí pensar en firmar tratados de libre comercio con naciones modernizadas, industrializadas y competitivas?
Dicen que no, que lo correcto es firmar tales tratados de una vez porque eso “nos obliga” a acometer de inmediato esos objetivos, pues de lo contrario, si no hay nada que nos puye, seguimos en las mismas.
Como decían antiguamente, doctores tiene la Santa Madre Iglesia. Pero a alguien profano en esas materias como uno, la cosa no logra quedarle clara.
Pretender que el libre comercio se lleve a cabo en ambos sentidos en igualdad de condiciones, contando un país con vías de comunicación que permiten el ágil desplazamiento de sus mercaderías hacia los aeropuertos y puertos marítimos mientras el otro con lo que cuenta es con caminos de herradura, nos resulta tan absurdo como creer que así como los norteamericanos nos van a invadir con sus productos, nosotros también vamos a invadir con los nuestros, y en similar proporción, a los Estados Unidos.
Eso, hablando solamente de las vías de comunicación. Es decir, sin hablar de los niveles de productividad, de la calidad de las mercancías, de los subsidios y demás apoyos que se reciben del Estado y, en fin, de la abismal diferencia de las condiciones en que se desarrolla el proceso productivo y mercantil dentro de una nación y dentro de la otra.
En todo caso, uno supone que un Estado no se pone a firmar esa clase de tratados en forma aventurera e irresponsable, sino analizando de manera ponderada los pros y los contras que el tratado significará para su país. Ojalá el Estado colombiano haya firmado ese convenio luego de estudios muy serios y profundos acerca de sus implicaciones para la economía nacional y luego de determinar de qué manera iban a verse afectados los diferentes sectores y, por supuesto, el pueblo colombiano.
Llama la atención, sin embargo, el apresuramiento con que Colombia ratificó el tratado y lo parsimonioso que fue ese proceso en los Estados Unidos.
La gran pregunta es obvia: ¿Qué le traerá el TLC a Colombia?
Ya se habla de que arruinará el campo colombiano.
¿Será exagerada esa afirmación?
¿Nos habremos apresurado a dar un salto al vacío sin estar preparados para darlo?
¿La bonanza para unos colombianos se edificará sobre la miseria de otros?
¿Quiénes serán mayoría: los afortunados o los sin fortuna?
Amanecerá y veremos.
Hay algo que yo no tengo claro, y es qué pasaría si finalmente el TLC empezara a acabar con el país (léase “la industria colombiana”, incluyendo al campo, claro). ¿Podría Colombia “echarse para atrás”, o hay algún tipo de cláusula de permanencia con multa por cancelación anticipada, como sucede con nuestros ínclitos proveedores de servicios?
Desde tiempos inmemoriales rige en los tratados internacionales el principio PACTA SUNT SERVANDA (“Los pactos son para cumplirlos”). Así que Colombia, después de que firmó y ratificó el tratado, no puede incumplirlo, pues si lo hace él mismo contempla las consecuencias jurídicas que acarreará ese incumplimiento, tal y como sucede en el derecho contractual interno de los países. Lo que sí puede hacer cualquiera de las partes contratantes, a la luz del derecho internacional tanto público como privado, es DENUNCIAR el tratado. La DENUNCIA de un tratado internacional es un acto unilateral que un Estado toma en ejercicio de su soberanía, tal y como sucedió cuando en el año 2010 Bolivia denunció el TLC con México al considerar que el mismo contenía cláusulas incompatibles con la nueva Constitución boliviana. Desconocemos qué quedó consagrado al respecto en el TLC entre Estados Unidos y Colombia.