LAS MUJERES EN LA FILOSOFÍA. Capítulo VI: HIPARQUIA DE MARONEA. Por Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro de la Academia de Historia de Santander y del Colegio Nacional de Periodistas.

HIPARQUIA DE MARONEA. Lienzo del siglo I. Autor anónimo. Museo de los Baños. Roma, Italia.

 

Alejandro Magno, el hombre más poderoso del mundo, atraído por la fama de un filósofo del que dicen que vive semidesnudo dentro de un tonel, en las más extremas condiciones de pobreza, y que viene arremetiendo con gran agudeza y cáustico sarcasmo en contra de los convencionalismos sociales y de los poderosos, de los acaudalados y de los hipócritas, mientras defiende el retorno a una vida sencilla y acorde con la naturaleza, ha cabalgado junto con su numeroso séquito de oficiales, escoltas y seguidores hasta el lugar donde aquel hombre vive dentro del tonel.

Alejandro y el gentío que lo sigue se ha detenido expectante frente a aquel hombre solitario y frágil con aspecto de indigente. Entonces, se inicia uno de los diálogos más breves y célebres de la Historia. El poderoso emperador del gran Imperio Greco – Macedonio desciende de su imponente cabalgadura, se acerca al tonel y le pregunta a su ocupante: “¿Sabes quién soy?”; el filósofo lo mira sin el menor interés y dando a entender que no tiene idea, ni le importa; entonces, en medio de una gran tensión general, el monarca se le presenta: “Soy Alejandro”. El filósofo le responde: “Y yo soy Diógenes, el Perro”. La expectativa aumenta ante el desparpajo con el que aquel sujeto con pinta de pordiosero le está hablando al político y militar más temido de la tierra. Alejandro le pregunta por qué se llama a sí mismo perro. El filósofo le contesta: “Porque alabo a los que dan, desecho a los que no dan y a los malos los muerdo”. La tensión ha llegado a su punto más alto. El soberano le dice: “He oído hablar de ti, Diógenes, y te admiro. Pídeme lo que quieras, cualquier cosa, que lo que me pidas te lo concederé”. Y el filósofo le responde: “Lo único que te pido es que te hagas a un lado porque me estás tapando el sol”. Alejandro, desconcertado, da por concluida la inusual visita, vuelve a subir a su caballo y ordena el retiro. Entonces, en medio del murmullo, de toda suerte de comentarios que se hacen sobre lo que acaba de suceder, el poderoso rey procede a retirarse del lugar junto con su tropa y los circunstantes que lo acompañan. Nadie sale del asombro frente a lo que acaban de presenciar: cómo un hombre que acaba de tener la oportunidad de tenerlo todo, ha decidido seguir sin tener nada. Alejandro Magno habría de decir después: “Si yo no fuera Alejandro, querría ser Diógenes”.

Este episodio —que ha sido narrado mil veces y de diferentes formas— es el que mejor ha retratado para la posteridad la inmensa fragilidad de la inteligencia y su dignidad insobornable ante el abrumador poderío y la fastuosa riqueza del fuerte, y ha puesto de presente que, aunque parezca paradójico, la debilidad constituye la mayor fortaleza del débil.

 

DIÓGENES Y ALEJANDRO / Jacques Gamelin.

 

Pero, ¿y quién es este humilde y frágil personaje al que no logró conquistar ni siquiera el más grande conquistador del mundo?

Para ubicarnos en el tiempo, retrocedamos un poco.

 

Uno de los discípulos de Sócrates fue Antístenes.

 

Platón narra que cuando Sócrates ya se preparaba para morir —cumpliendo con la condena que se le había impuesto de beber la cicuta—, Antístenes lo acompañó hasta el final.

 

La muerte de Sócrates, Jacques-Louis David.

 

Fue Antístenes, en efecto, uno de los discípulos que estuvieron en el instante en que el ilustre condenado bebió el letal veneno y que acompañaron el cuerpo ya sin vida del gran filósofo durante los terribles momentos subsiguientes.

 

ANTÍSTENES (anónimo). Museo de Pushkin, Moscú (Rusia).

 

Pues bien: luego de la muerte y el funeral de Sócrates, Antístenes habrá de fundar una nueva escuela filosófica: la de los cínicos.

Este filósofo dejó para la posteridad un legado de anécdotas y frases célebres, como también numerosos libros, de los cuales infortunadamente solo unos fragmentos han llegado hasta nuestros días.

Extractemos algunas de sus enseñanzas:

“De reyes es el oír males habiendo hecho bienes”

“Es mejor caer en poder de cuervos que de aduladores, pues aquellos devoran a los muertos, y estos a los vivos”.

“Las ciudades se pierden cuando no se pueden discernir los viles de los honestos”.

“A uno que le decía: “Muchos te alaban”, le respondió: “Pero, yo ¿qué mal he hecho?”. (Traído a colación por Diógenes Laercio).

“Más útil es pelear con pocos buenos contra muchos malos, que con muchos malos contra pocos buenos”.

“En más se ha de tener un justo que un pariente”.

“Conviene precaverse de los enemigos, pues son los primeros en notar nuestros pecados”.

“Ten todo lo malo por extraño”.

“Ser virtuoso es lo mismo que ser noble”.

 

Cuenta Diógenes Laercio que, preguntado sobre qué provecho había obtenido de la filosofía, Antístenes respondió: “Poder comunicarme conmigo mismo”.

 

Algunos consideran que la cínica no fue realmente una escuela como tal, sino una tendencia, concepción o doctrina filosófica. Diógenes Laercio la llama una “secta”. (“Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres. Traducción del griego por José Ortiz y Sanz). Aunque el mismo autor titula el Libro Sexto de su célebre obra así: “LIBRO SEXTO (ESCUELA CÍNICA)”. Y luego de llamarla “secta” se refiere más adelante a “la escuela de Antístenes”.

El argumento principal para negarles a los cínicos la condición de escuela, sin embargo, es esencialmente locativo: el de que, a diferencia de El Jardín de Aristipo, de la Academia de Platón o de El Liceo de Aristóteles, no existía lugar alguno donde la escuela se hubiese fundado y donde hubiese desplegado sus actividades.

No obstante, aunque no hubiesen tenido una sede propia, sí se reunían en un gimnasio conocido como el Cinosargo, “gimnasio cercano a la ciudad, de donde dicen algunos tomó nombre la secta cínica”, según lo precisa Diógenes Laercio.

En todo caso, lo cierto es que de la escuela filosófica de los cínicos se menciona con insistencia a Antístenes, su fundador, y, por supuesto, a la figura más pintoresca, controvertida y famosa, Diógenes de Sinope.

Y es que episodios como el de su búsqueda de hombres honestos por todas las calles y rincones de Atenas mientras se alumbraba con una lámpara o lo sucedido con el hombre más poderoso del mundo en aquel entonces lo inmortalizaron tanto como sus hábitos contestatarios: el de vivir en un tonel y haber despreciado todas las cosas materiales por superfluas al punto de conservar solamente su túnica, un zurrón y un bastón, porque hasta el vaso y la cucharilla que empleaba para tomar el agua los desechó al ver a un niño que tomaba el agua con el cuenco de sus manos.

 

Diógenes buscando hombres honestos. Atribuido a J. H. W. Tischbein (aprox. 1780).

 

Empero, dentro de los cínicos hubo otros filósofos también brillantes, destacados y cuyas vidas fueron coherentes con las concepciones que predicaban.

Uno de ellos fue Crates de Tebas.

 

CRATES DE TEBAS. Lienzo del s. I. Autor anónimo. Museo de los Baños. Roma, Italia.

 

Crates fue un hombre acaudalado que un día decidió abrazar la escuela filosófica de los cínicos y procedió a vender todo su patrimonio y a distribuir el dinero entre la gente del pueblo.

Se hizo, pues, discípulo de Diógenes de Sinope.

A los parientes suyos que se acercaron a convencerlo de que no siguiera en esa actitud, cuenta Diógenes Laercio que “los apaleaba”.

Atacaba con dureza a los aduladores. “Los que no tienen otra compañía que los aduladores —decía— están tan solos y abandonados como los ternerillos dejados entre los lobos, pues ni aquellos ni estos son otra cosa que enemigos”.

Enfatizaba en que errar era parte de la naturaleza humana. Decía que “Es imposible hallar uno que no haya errado”.

Escribía en verso. Uno de sus escritos dice:

“Cuanto estudié poseo, y cuanto pude
aprender con trabajo y con estudio.
La vanidad fastuosa
se llevó las demás felicidades”.

 

Pero, como es obvio, si poco se menciona a la mayoría de los filósofos cínicos, mucho menos se exalta a la única mujer que tuvo esa escuela filosófica.

Se trata de Hiparquia de Maronea —llamada también Hiparquía—, la gran filósofa contestataria griega del siglo IV a.C.

 

Hiparquia de Maronea era la esposa del filósofo Crates de Tebas.

 

HIPARQUIA DE MARONEA Y CRATES DE TEBAS. Lienzo del siglo I. Autor anónimo. Museo de los Baños. Roma, Italia.

 

La joven Hiparquia era una hermosa mujer que había nacido en Maronea, ciudad griega ubicada a orillas del Mar Egeo, en el seno de una familia rica y que gozaba de alta reputación social. Lógicamente, tenía numerosos pretendientes, hombres muy apuestos e igualmente miembros de familias acaudaladas. Sin embargo, la joven conoció a Crates y la sedujo su inteligencia, su elocuencia y su honestidad. Fue así que se enamoró de él, a pesar de que se le describe como un hombre “de rostro feo”. Entonces optó por desechar las riquezas y la vida social propia de su clase y le exigió a su desconcertada familia que la casara con él. Se dice que no solo su familia, sino hasta el propio filósofo trataron de disuadirla, pero no lo lograron.

Un día acontece el episodio que mejor retrata la situación de la mujer en la antigua Grecia, y el machismo y la misoginia reinantes en aquella sociedad. Fue el enfrentamiento en público entre Hiparquia y el filósofo Teodoro el Ateo —de la escuela de los cirenaicos— ocurrido cuando este le increpó, dentro de un banquete, en el cual Hiparquia se atrevió a filosofarle, por qué no se dedicaba, más bien, a las labores propias de su sexo. Teodoro el Ateo, indignado, en vez de responderle, le jaló el vestido y le espetó su condición de mujer.

 

Diógenes Laercio narra así lo acaecido:

“Hallóse, pues, (Hiparquia) en un convite que dio Lisímaco, en que también estaba Teodoro, el apellidado Ateo, al cual propuso el argumento siguiente: “”Lo que pudo hacer Teodoro sin reprensión de injusto, lo puede hacer Hiparquia sin reprensión de injusta; hiriéndose Teodoro a sí mismo, no obró injustamente; luego tampoco Hiparquia obra injustamente hiriendo a Teodoro”.

Teodoro el Ateo no le responde nada, sino que procede “a tirarla de la ropa” y a increparle: “¿Eres la que dejaste la tela y la lanzadera?” (La lanzadera es un utensilio que se emplea en los telares y donde va colocado el carrete del hilo. En la Antigüedad, la mujer estaba confinada a desplegar esa labor y otras tareas domésticas dentro de la intimidad de su hogar).

Y prosigue el relato:

“(…) pero ella no se asustó ni se turbó como mujer, sino que respondió:

“Yo soy, Teodoro. “¿Te parece, por ventura, que he mirado poco por mí al darles a las ciencias el tiempo que había de gastar en la tela?”.

 

Lamentablemente, Diógenes Laercio cierra la parte de su obra en lo concerniente a la pensadora griega con las siguientes palabras:

“Estas y otras muchas cosas se refieren de esta filósofa”. (Diógenes Laercio. “Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres”. Traducido del griego por José Ortiz y Sanz).

 

Como se observa, el historiador se abstuvo de relatar cuáles eran esas “otras muchas cosas” que se referían de Hiparquia de Maronea.

 

Al igual que con todas las mujeres filósofas de la Antigüedad —e, incluso, con las modernas—, las informaciones y comentarios despectivos con relación a Hiparquia de Maronea hay que tomarlos con suma cautela.

No era, ciertamente, Teodoro el Ateo el único machista de la época y el único interesado en relegarla al anonimato y al olvido.

 

Hiparquia de Maronea escribió tres libros titulados Hipótesis filosóficas, Epiqueremas y Cuestiones a Teodoro llamado el Ateo.

Curiosamente, todos desaparecieron.

 

 

[CONTINUARÁ]

 

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