CARTAS A TOMÁS. Por: Leonardo Rodríguez V.

 

Carta VIII

Querido Tomás:

En mi pasada carta te hablé de Martín Lutero, quien fue el fundador del protestantismo hace unos 500 años, más o menos. Te decía allí que también Lutero a su manera había contribuido a aumentar ese sentimiento de importancia que el Renacimiento estaba dando al hombre, ¡pues nada más y nada menos los había convertido a todos en pontífices!

De manera que vemos cómo el Renacimiento avanza con ese objetivo de proclamar la ‘grandeza’ del hombre; ya no es solo Dios el grande y digno de alabanza, también el hombre y todo su mundo.

Ahora ha llegado el momento de hablarte de un hombre que marcó un giro de 180° en la historia del pensamiento humano, en la historia de la filosofía: René Descartes.

René Descartes nació el año 1596 en Francia y murió el 1650 en Estocolmo, Suecia. Es considerado por todos como nada más y nada menos que el padre de la filosofía moderna. ¿Por qué?

En una carta pasada, mi querido Tomás, te comenté algunas características de la filosofía de Tomás de Aquino ¿recuerdas?, te decía allí que él había sido ante todo un realista: creía en la existencia real del universo y creía que podíamos realmente conocer ese mundo. Para Tomás de Aquino y todos los que lo siguieron, la inteligencia humana, el pensamiento humano, depende de la realidad, es decir, primero es la realidad y luego la inteligencia humana que intenta conocer esa realidad. Lo cual es obvio, primero es el árbol que está afuera de mi ventana mientras te escribo esta carta, y solo después entra en escena mi conocimiento de ese árbol. En palabras técnicas eso se dice así: el ser es el fundamento del conocer, y a eso se le llama realismo.

Pues bien, mi conocimiento de ese árbol. En palabras técnicas eso se dice así: el ser es el fundamento del conocer, y a eso se le llama realismo.
Pues bien, a partir de Descartes eso cambia y el conocer pasa a ser visto como el fundamento del ser; ¿cómo? Veamos.

Espero no enredarte mucho las ideas, querido Tomás, me conoces y sabes que siempre vivo diciendo que la filosofía no tiene por qué ser difícil ni enredada y que me molestan los ‘filósofos’ que escriben así, enredado, como si nadie los fuera a leer nunca. A pesar de eso, también me has oído decir que la filosofía no tiene el mismo nivel de sencillez que un manual con recetas de cocina, sino que exige un poco más, aunque no mucho. De manera que teniendo esto en cuenta te animo a que prosigas con la lectura, y prometo que trataré de contarte estas cosas de la forma más sencilla que pueda.

Para el realista es evidente que la realidad existe independientemente de nosotros, querido Tomás, y que lo que nos corresponde es conocerla. Para el idealista, en cambio, primero hay que dudar de todo, de absolutamente todo, para luego tratar de ver si encontramos algo de lo que no sea posible dudar. Descartes hizo así, y encontró, según él, que aunque podía dudar de todo, no podía dudar de su duda, es decir, no podía dudar de que estaba dudando y por tanto de que existía, porque para dudar hay que existir. De manera que su propia existencia, para Descartes, no era un hecho evidente, sino que era una conclusión que él sacaba a partir de su acto de duda, de su pensamiento.

¿Vas comprendiendo querido Tomás? Ya no es evidente para Descartes ni siquiera su propia existencia, sino que primero encuentra su pensamiento, que duda, y solo después concluye que existe, la existencia pasa a depender del pensamiento. Para Descartes lo verdaderamente claro es el pensamiento, el pensar, y solo después viene lo demás como conclusión.

Descartes resume todo esto en una frase que se hizo famosa, y que tal vez has oído algunas veces: pienso, luego existo. Lo claro y evidente para Descartes es el pensamiento, lo demás no es tan claro y tan evidente, sino que debe esperar para ver si a partir del pensamiento se concluye que existe o no.

A partir de todo lo anterior Descartes llega a otra conclusión: nunca conocemos la realidad, sino solo las ideas que tenemos sobre la realidad. Todo lo que tenemos a nuestro alcance en el conocimiento son ideas, nunca realidades, por tanto solo conocemos ideas, que nosotros mismos fabricamos en nuestra mente.

¿Cómo así?

Piensa, querido Tomás, en las células, en una clase de biología, y dime ¿Qué tienes en tu inteligencia cuando la clase ha terminado? ¡Tienes muchas ideas acerca de las células! Pero no tienes células en tu inteligencia, sino ideas acerca de las células, ¿verdad? Esto hizo pensar a René Descartes que nosotros nunca conocemos las cosas, sino solo las ideas que formamos acerca de las cosas.
Y esto era una verdadera revolución en el modo de entender el conocimiento humano. Porque hasta Descartes siempre se había dicho, como lo dijo Tomás de Aquino por ejemplo, que las ideas o conceptos eran aquello por medio de lo cual entendíamos o conocíamos la realidad, las ideas eran medios a través de los cuales conocíamos las cosas. Esto quería decir que cuando teníamos, por ejemplo, en nuestra inteligencia la idea de hombre, lo que conocíamos primeramente de forma directa era lo que significaba ser hombre: animales racionales. Y solamente después de forma secundaria e indirecta podíamos fijar nuestra atención en la idea como tal para comprender su ser de idea, su ser ideal. Pero era claro en el pensamiento clásico que las ideas no eran lo que conocíamos sino aquello con lo que conocíamos la realidad. Un medio, no un fin.

Descartes cambia esto y afirma que las ideas son lo que conocemos, y con ese aparentemente sencillo cambio transforma por completo todo en filosofía, por eso es el padre de la filosofía moderna.

También se dice que Descartes es el padre del racionalismo, que es una filosofía que enseña que solo por medio de la razón se llega a verdaderos conocimientos, de manera que ni la experiencia, ni los sentidos, ni la fe, ni la tradición, etc., aportan conocimientos válidos, sino solo el ejercicio de la razón humana.

Probablemente a Descartes le pasó lo mismo que a Ockham, que quizá no quería todas las consecuencias que se derivaban de sus ideas, pero lo cierto es que muchas cosas incluso sin ellos quererlo se derivaban de lo que enseñaron.

Y en ese movimiento de engrandecimiento del hombre, ¿qué aporto entonces Descartes? Pues le dio un sitio de honor a la razón humana, la convirtió nada más y nada menos que en árbitro de todo, en juez de todo, en regla suprema para decidir sobre la validez de los conocimientos. Eso, más la independencia del arte, más la revolución de Lutero con todas sus consecuencias religiosas y políticas (políticas porque Europa se dividió en países católicos y países protestantes), permiten ver cómo la característica principal con la que inicia esta nueva etapa de la historia humana es el engrandecimiento del hombre y de su mundo; no siempre para ponerlo en contra de Dios, ya que no todos los artistas, ni todos los filósofos de esa época fueron ateos o enemigos de la religión, de hecho muy pocos lo fueron, pero sí para dar un nuevo lugar al ser humano, de creciente importancia.

Pero lo cierto es que, como suele suceder con los seres humanos, tenemos una gran facilidad para sacar lo malo de todo, y este movimiento de engrandecimiento del hombre fue poco a poco inclinándose hacia la oposición a lo religioso (ya más adelante veremos un poco esto cuando te hable del liberalismo y de la época de la ilustración).

¿Qué te han parecido las ideas de Descartes querido Tomás?

Obviamente Descartes escribió sobre muchas otras cosas, fue matemático, físico, inventor, etc. Y escribió muchos libros sobre muchos temas, pero curiosamente ha pasado a la historia sobre todo por esas ideas que brevemente te acabo de comentar y que se resumen en dos palabras: racionalismo e idealismo.

¿Cuál postura hasta ahora te parece la más acertada, la realista o la idealista? ¿Cuándo piensas en lo que son las células, conoces las células o tus ideas acerca de las células?

Con sincero afecto,

L.R.

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LEONARDO RODRÍGUEZ V. Psicólogo, filósofo, teólogo y escritor santandereano.

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