Cuando leí en la novela Cien años de soledad que el bebé fruto de las apasionadas relaciones incestuosas entre Aureliano y Amaranta Úrsula había nacido con cola de cerdo, pensé que era solamente otro de los tantos recursos literarios emergidos de la fértil imaginación de Gabriel García Márquez.
Pero cuando estalló un escándalo mundial porque las autoridades austríacas habían descubierto que un papá mantenía en el sótano de su casa a una familia constituida, a la fuerza, con su propia hija, de cuya unión existían varios hijos, supe que la cosa no era meramente fantasía macondiana.
Me di, pues, a la tarea de entrevistar a distinguidas personalidades de la salud y gracias a ellas me quedó claro que las relaciones incestuosas, vale decir, entre parientes cercanos, como padres e hijas, madres e hijos, o hermanos y hermanas, no eran tan inocuas, como suele creerse, sino que producían hijos con determinadas características físicas, casi siempre degenerativas, claramente perceptibles por el personal médico de los hospitales y clínicas.
Y es que fue, precisamente, el observar tales características en el niño que la mujer llevó al hospital austríaco -porque se encontraba muy enfermo- lo que hizo que el personal científico del centro asistencial entrara en dudas y decidiera ahondar en la entrevista de la madre a través de la psicóloga del establecimiento, lo que, en efecto ocurrió. La madre inicialmente sacó evasivas, pero al final optó por confesar, llorando, lo que estaba sucediendo desde hacía la bicoca de veinticinco años: que su propio papá la mantenía encerrada en el sótano de la casa, allí la accedía carnalmente cada vez que le daba la gana, allí había parido a sus hijos y allí había pasado de niña a mujer sin poder salir jamás a conocer el mundo. El hospital procedió, entonces, a llamar a la policía, la cual fue hasta la casa y arrestó al que se llamó desde entonces “El monstruo de Austria”.
Pero no se piense que para encontrarse cara a cara con el incesto hay que atravesar el Océano Atlántico. En Colombia el incesto, aunque está tipificado como delito, es una realidad cultural en vastos sectores de nuestra población. Para no ir tan lejos, en Bucaramanga muchos padres hacen vida marital con sus hijas, las embarazan y tienen con ellas numerosas proles, que van a engrosar los de por sí bien gruesos cinturones de miseria. En efecto, tal es la condición en el interior de numerosos hogares del populoso y mayoritariamente paupérrimo norte de Bucaramanga.
Hace algunos años, un hombre que trabajaba en la calle como chatarrero junto a una de sus hijas en ese congestionado sector encontró lo que aparentemente era una bola de hierro. Pensando que podía serle útil, empezó a tratar de abrirla a machetazos. Para su desdicha, y la de su hija, se trataba de una granada que el Ejército Nacional, que había estado en prácticas, dejó abandonada. El caso salió publicado en la prensa local. Lo que no salió publicado, en cambio, fue lo otro. Y lo otro vinimos a saberlo en mi oficina aquel día en que se hizo presente una joven mujer embarazada, acompañada de una especie de jardín infantil ambulante: dieciséis pelafustanillos malolientes y vestidos con ropas sucias, la mayoría descalzos, que jugueteaban persiguiéndose unos a otros, de manera que, para evitar algún accidente dentro de la oficina, especialmente con las cosas susceptibles de partirse, preferimos que saliéramos a atender la consulta en el pasillo de la edificación, donde prosiguió aquella endemoniada persecución de unos chicos a otros. La joven mujer nos expuso, entonces, a qué había venido: quería que tomáramos el caso de su papá, aquel hombre que acababa de morir al haber cogido una granada a machetazos. También, por supuesto, el de su hermana, que era quien acompañaba a su papá en esos instantes. Me precisó que de esa caterva de muchachitos más de la mitad eran hijos de ella, o sea, de la mujer con la cual estábamos hablando. Pero, para nuestra perplejidad, cuando le pregunté por la relación de parentesco entre aquella turbamulta de chicuelos hijos de ella y el occiso, me explicó que todos eran hijos de éste, y -agregó- hermanos de ella. “¿Pero cómo así?”, le pregunté-. “¿No me ha dicho que usted era hija de él?”. “Sí señor”, me contestó. “¿Y no me ha dicho que estos niños son hijos de usted?”. “Sí señor”, me respondió. “Entonces, ¿por qué me dice que son hermanos suyos? Al fin qué son de usted: ¿hijos o hermanos?”. “Ambas cosas”, me dijo. Y de una vez me aclaró: “Es que yo los tuve todos con mi papá”. Pero por si me hubiera quedado alguna duda, remató: “O sea, doctor, que mi papá era para estos niños papá y abuelo”. “¿Y los demás niños, los que no son hijos suyos, de quién son hijos?”, le interrogué. “De mi papá y de la hermana mía que iba con él, la que murió en la explosión”, me dijo.
Cualquier gobernante que aspire a erradicar la miseria de este país tendrá que enfrentar con decisión esta problemática: la del incesto. En efecto, se ha venido formando, durante años, una generación degenerada: la multitud de niños cuyos padres son entre sí papá e hija.
No tengo a la mano estadísticas ni estudios sociológicos sobre las otras manifestaciones del incesto: desconozco, en consecuencia, qué tan arraigado esté el fenómeno de la relación sexual entre madres e hijos y entre hermanos y hermanas.
En todo caso, la sola realidad que se vive en el norte de Bucaramanga, y que, según lo que me han expresado mis fuentes, viene replicándose desde tiempos inmemoriales en otras comunas semejantes a lo largo y ancho del país, debe ser abordada de inmediato por el Estado.
A propósito, en una ocasión, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), al ser inquirido acerca de esta problemática, aseveró que esa entidad sólo podía actuar en los casos puntuales donde se estuviera presentando violencia intrafamiliar. Según el ICBF, mientras todo estuviera “normal” dentro de esos hogares, esa entidad nada podía hacer.
Si esa sigue siendo la visión que de esta situación tiene el ente oficial que debe velar nada menos que por la integridad física, mental y moral de la familia colombiana, ya sabemos cuál ha de ser una de las primeras instituciones estatales de Colombia que deberá ser reformada en el futuro inmediato o que, más bien, deberá desaparecer para darle paso a una entidad fresca, dinámica y enérgica que, de verdad, asuma con entereza y decisión la tarea que le corresponde.
Tarea que es, a nuestro juicio, parte esencial de los grandes retos que deberá enfrentar el Estado si es que de verdad aspira a darles solución a los grandes problemas nacionales.
Esta sociedad atribulada ya no soporta más inercia oficial.
Ni la familia colombiana, célula básica de la sociedad, la soporta tampoco.
En Colombia urge dolientes contra el incesto que no es más ni menos abuso sexual en nuestras niñas. Tengo un triste y doloroso testimonio familiar donde mi hija fue abusada por un hermano mío o sea el tío cuando apenas tenia 9 añitos, y este hombre a los 13 años volvió y abusó de mi hija; para este tiempo mi niña ya estaba con depresión e intentos de suicidio e incluso cayó en el alcohol; mi niña por amenazas jamás me contó, pero hace dos años y cinco meses me he enterado de este delito tan atroz; he acompañado a mi hija a denunciar este crimen y gracias a mi constancia y mi fortaleza frente a la justicia, este hombre tiene orden de captura. El hecho es no callar y así tratar de salvar a cientos de niñas que son abusadas por sus propios familiares. Mi hija ya tiene 25 años y siempre su vida ha sido de fundación en fundación, ya que lastimosamente cayó en las drogas. Espero que cuando este hombre esté tras las rejas, mi hija sane. Por supuesto, el machismo aún sigue arraigado en nuestras familias; el resto de hermanos están muy enojados de que se haya actuado y se busque justicia.
Quiero saber acerca del incesto, especialmente en Antioquia. Muchas gracias.
Me gustaría saber si en Colombia se han llegado a presentar más casos (preocupantes) de incesto, y puntualmente ¿cuáles son las consecuencias culturales que trae la práctica de este?