La Universidad colombiana no necesita profesores, sino maestros

Las quejas son constantes: definitivamente, hay profesores que no saben enseñar. Y una persona que no sabe transmitir el conocimiento no debe estar dentro del magisterio, sino, al contrario, bien alejado de él.
No se sabe a qué cerebro fugado de la NASA se le ocurrió la idea. Lo cierto es que, como por lo general lo malo se riega como pólvora, mientras lo bueno sí tiene, en cambio, dificultades de toda índole para propagarse (si no, observen la programación de la televisión nacional o cuáles son los libros que se venden profusamente en los semáforos), se extendió, a lo largo y ancho de nuestro desventurado país (que para copiar modelos inconvenientes siempre vive ocupado) la idea estúpida de que la pedagogía era cosa exclusiva de la educación en los niveles de preescolar y de la primaria, y a lo sumo del bachillerato, pero que, tratándose del nivel universitario, el que merece el aplauso lambón de los aduladores es aquel profesor que poco va a clase, que no prepara su conferencia, que no se apoya en elementos didácticos, al que nadie le entiende nada, que jamás les pregunta a sus discípulos (yo diría, más bien, a sus víctimas) si les ha quedado claro el conocimiento, que pone a sus alumnos a “investigar” acerca de temas que él jamás ha explicado ni explicará (seguramente porque los ignora y disfraza su ignorancia trasladándoles a sus alumnos la carga de que le enseñen a él), pero que, eso sí, a la hora de los exámenes emerge como el catedrático inflexible, el dracón de la educación superior, el perdonavidas de las aulas, el terror de los estudiantes universitarios, el “coco” ante el cual todos tiemblan, el causante de que los alumnos vean y sientan alejarse la posibilidad del grado ó solamente lo logren a punta de desvelos y lágrimas.

Es inaplazable que este tema se aborde en un gran debate nacional sobre la educación que se imparte en Colombia. En el caso específico de la educación superior, es impostergable que en la Universidad colombiana, pública y privada, se revise seriamente si son ciertas las denuncias según las cuales hay profesores displicentes no sólo para enseñar, sino hasta para entregar a tiempo las notas y que obligan a sus alumnos (repito: yo diría, más bien, a sus víctimas) a irse tras ellos por todas las instalaciones del alma mater (“¿lo han visto pasar por aquí?”), permanecer tardes enteras allá y, resignados, retornar al día siguiente a lo mismo, pues “Su Excelencia” no se digna aparecer en la oficina donde debe depositar las calificaciones y sin ellas los estudiantes no pueden realizar ninguna de las tareas que consiguientemente deben asumir.

Para colmo de males, quienes así parecieran estar procediendo no son, precisamente, “profesores de horas-cátedra”, aquellos “externos” que no tienen una vinculación laboral permanente con la universidad, que sólo reciben una paga por horas dictadas (por cierto, bastante mal remuneradas), y que carecen, en consecuencia, de prestaciones laborales y estabilidad, que jamás, por ende, se jubilarán y que, lógicamente, nunca disfrutarán de una pensión. (*) No. Se trata, por el contrario, de bendecidos por la fortuna, de profesores de tiempo completo, de personajes que han suscrito un contrato de trabajo con la institución, ganan jugosos ingresos, tienen estabilidad laboral y algún día habrán de pensionarse por cuenta del erario o del correspondiente fondo de pensiones, para irse a disfrutar de una considerable mesada como premio a su paso por el magisterio, donde lo único que dejaron fueron tinieblas y malos recuerdos entre los futuros profesionales que tuvieron la desgracia de ser sus alumnos (repito una vez más: yo diría, mejor, sus víctimas). Pero como este es un país de paradojas, esos zánganos de la educación superior hasta ocupan cargos de dirección dentro de la organización interna de las universidades que tienen la desdicha de contar con ellos en su planta de docentes.
¿Quién dijo que buen profesor es aquel a quien todos los alumnos se le rajan? (“Miren: ese que va allá es un “duro” de la universidad: a ese no le pasa nadie”). ¿Quién fue el zoquete que nos vendió la estulta idea de que buen catedrático es aquel a quien nadie le entiende nada? ¿Quién, por Dios, nos metió en la mente colectiva aquello de que el profesor universitario bien puede no ir a clase, ni preocuparse de si sus alumnos le están entendiendo o no sus jeringonzas? ¿Quién fue el cretino que pontificó sobre que entre más mortandad académica haya, mejor es la universidad? ¿Quién fue ese hampón que nos enseñó que cobrar un sueldo de profesor universitario sin haber enseñado no es un atraco, sino algo digno de ser aplaudido? ¿Quién dijo que un catedrático se rebaja si utiliza recursos pedagógicos?
Todos sabemos que hay profesores que inspiran un miedo que paraliza. Y eso no está bien. Pero menos bien está que a semejantes individuos se les premie con la continuidad en el cargo y hasta con inmerecidos ascensos. Eso es, definitivamente, un paradigma que debemos erradicar. A ningún maestro deben temer sus alumnos. Lo que el maestro debe despertar en sus estudiantes no es miedo, sino admiración, respeto y acatamiento.

LA MISIÓN DE UN VERDADERO CATEDRÁTICO NO ES LA DE INFUNDIR TERROR A SUS ALUMNOS

Es importante dejar precisadas, pues, dos premisas: la primera, que una cosa es ser un buen profesional (por ejemplo, un gran médico, un admirable ingeniero, un magnífico arquitecto, un inigualable abogado, un acatado economista, un extraordinario contador) y otra, totalmente distinta, es tener la capacidad de TRANSMITIR los conocimientos que se tienen. Así, un nadador con aptitudes para ser campeón olímpico puede ser un pésimo instructor de natación.
La segunda, que, al contrario de lo que se piensa, los profesores universitarios TAMBIÉN SON EDUCADORES. Al menos, deberían serlo. Deberían preocuparse no sólo por instruir a sus alumnos sobre los vericuetos de las matemáticas llenando tableros o expógrafos de fórmulas, ejercicios y procedimientos. También deberían enseñar a sus alumnos acerca de los principios éticos de su profesión y de todo aquel bagaje de conocimientos que un buen maestro imparte a sus educandos para que puedan asumir el día de mañana en las mejores condiciones posibles los difíciles retos de la vida.
¿Quién dijo que la pedagogía era exclusiva de las maestras de escuela? ¿Quién fue el imbécil que nos vendió la idea de que sólo en la educación preescolar resultan procedentes las fichas, los colores, la metodología, las exposiciones con películas y todo el apoyo logístico que hoy en día se conoce y se utiliza en la transmisión del conocimiento? ¿Quién dijo que la enseñanza de los valores éticos era cosa de curas o de predicadores sin oficio?
La universidad colombiana quizás requiera de menos sabios (o de menos presuntos sabios) y necesite con urgencia de más maestros.


Dios-hecho-hombre enseñaba con amor y con ejemplos.
No creo que ninguno de los presuntuosos profesores universitarios que se niegan a hacer lo mismo estén por encima de Él.
Aunque no sería raro que su chocante prepotencia les hiciera pensar que lo están.

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*: N. del A.: Esta situación ha cambiado sustancialmente a partir de la teoría del contrato-realidad.

¡Gracias por compartirla!
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6 respuestas a La Universidad colombiana no necesita profesores, sino maestros

  1. MARIA RUTH DÍAZ dijo:

    EXCELENTE ARTICULO, DOCTOR OSCAR HUMBERTO. LA EDUCACIÓN EN NUESTRO PAÍS SE DISTORSIONÓ POR LA CORRUPCIÓN. CAMBIO ESTE QUE HIZO EL PODER POR EL DINERO, POR FIGURAR, POR HEREDAR, POR ¨CRECER¨ Ó ¨SER¨ POR ¨TENER ¨POR APARENTAR”; EN FIN, ¨EVOLUCIONÓ¨ EL SER POR EL TENER; ¡QUÉ GRAN EQUIVOCACIÓN! LOS RESULTADOS LOS VEMOS A DIARIO, EMPEZANDO POR LOS GRANDES: CONGRESISTAS, MAGISTRADOS, JUECES, MINISTROS Y, EN FIN, LOS QUE HACEN LAS LEYES PARA QUE LAS CUMPLAN LOS CIUDADANOS INOCENTES, PORQUE LOS GRANDES DE CUELLO BLANCO SON INTOCABLES. QUÉ VERGÜENZA, SI SON ELLOS LOS QUE ENRIQUECEN CADA DÍA ESTE DETERIORO DEL SER HUMANO.
    BENDECIDO, BENDECIDO, BENDECIDO.

  2. ALEJANDRO GÓMEZ LAMUS dijo:

    Doctor Óscar Humberto: ¡Cuánta verdad dice en su importante artículo! Estoy plenamente convencido de que los profesores y catedráticos que rajan a todo el alumnado son malos profesores porque no se dieron a entender. Yo me atrevo a nombrar a buenos docentes, cuyas clases uno desearía que se prolongaran, por ser amenas y formidables: cito al Dr. Álvaro Suárez Zapata y al Dr. Avelino Calderón Rangel; y afortunadamente hay muchos otros. ALEJANDRO GÓMEZ LAMUS

  3. Adolfo Díaz Herrera dijo:

    Un maestro de Pamplona, Norte de Santander, nos enseñó: ¿Desde cuándo un médico se ufana por tener una lista larga de muertos al final de la jornada? ¿Desde cuándo un profesor se ufana en tener una lista larga de perdedores al final del semestre o del año? El médico se preparó para salvar vidas: ¿y el profesor para qué se preparó?

  4. El valor de la maestranza. No hay satisfacción más grande para un ser humano que tener el pleno convencimiento de que durante su corta vida dejó en el prójimo una enseñanza. Ejemplo divino de Jesús con sus apóstoles.
    En la naturaleza dicen que el maestro es el burro y eso tiene toda la evidencia, que atestiguo como zootecnista.
    Se debe tener un criterio concreto sobre los objetivos de las personas en el entorno. Yo humildemente creo que valor después de muerto, las grandes enseñanzas que el padre deposita ejemplarmente a sus hijos; es algo bello dentro de la sociedad.
    Equívocamente, cómo el hijo reniega por no ver o interpretar los dichos elementales que enseñaba el padre .
    PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO… La enseñanza debe tener un paternalismo para que se llame maestranza.

  5. Sergio Torres Barrera dijo:

    Al profesor le sobra conocimiento pero le falta corazón. ¿Recuerdan a Pinocho y a su carpintero, su maestro, su formador, su escultor? Ese maestro disfrutó moldeando cada una de sus partes. ¿Quién dice que en la universidad no se puede reír, no se puede compartir? Se tiene que terminar con esos maestros que para ganar una barbacha y amparados en palancas, títulos, o no sé qué cosas más cuadran su sueldo “trabajando en la universidad” y se les llena la boca cuando cuentan a cuántos estudiantes partieron o dejaron por incompetentes (según ellos). En la universidad necesitamos maestros que sueñen, que les hablen a los muchachos de los Beatles, de ópera y opereta, y de Silva y Villalba. Que les cuenten cómo y por qué crecieron nuestras ciudades desordenadas, que los apasionen con historias reales formadas con ejemplos reales. Necesitamos maestros que lloren y vibren de emoción cuando un alumno lo sobrepasa en conocimiento y en ese momento de verdad veremos ese gran timón girar hacia el ciudadano del futuro con que soñamos.

  6. Paula Gómez dijo:

    ¡Qué importante y veraz este artículo! 🙂
    Saludos

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