Y que debiera haber asustado —y desde hace mucho rato— a toda la población que ahora se le esconde a la actual pandemia.
Me refiero a la “enfermedad por contaminación ambiental”.
Llamémosla así —enfermedad, en singular—, aunque en realidad no se trata de una sola enfermedad, sino de un conjunto complejo de patologías y alteraciones físicas (y psicológicas, habría que agregar) que la contaminación del medio ambiente a manos ¡qué cosa tan “extraña”! del ser humano, del indolente ser humano, está causando por doquier.
Que está causando por doquier, sí, aunque perjudicando sobre todo ¡qué cosa tan “curiosa”! a los más frágiles.
Un informe de El Tiempo, por ejemplo, reveló, el 15 de febrero de 2019, o sea, hace poco más de un año —en vano, claro está—, que el Instituto Nacional de Salud (INS) llevó a cabo un estudio científico en Colombia (sí, aquí, en este mismo país donde ahora todos estamos escondidos y rezando para que San Roque, de quien nunca nos habíamos acordado antes, nos proteja) y que ese estudio concluyó que aquí, tan solo en Colombia, MURIERON en un solo año diecisiete mil (17.000) personas a consecuencia de la contaminación del aire.
Y ahora leamos lo que, ya años antes, el 25 de marzo de 2014 informó —en vano, por supuesto— la Organización Panamericana de la Salud (OPS), basada (como se observará en la transcripción) en la Organización Mundial de la Salud (OMS):
“En nuevas estimaciones publicadas este 25 de marzo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) informa que en 2012 unos 7 millones de personas murieron —una de cada ocho del total de muertes en el mundo- como consecuencia de la exposición a la contaminación atmosférica. Esta conclusión duplica con creces las estimaciones anteriores y confirma que la contaminación atmosférica constituye en la actualidad, por sí sola, el riesgo ambiental para la salud más importante del mundo. Si se redujera la contaminación atmosférica podrían salvarse millones de vidas”.
Como nuestros lectores recordarán —o si no lo recuerdan, pueden verificarlo en la sección “Ecología” de nuestro portal “Santander en la Red”—, nosotros hemos luchado —en vano, desde luego— contra la contaminación del aire en Bucaramanga, pero principalmente contra la criminal inercia de nuestras autoridades, que JAMÁS instalaron un retén para interceptar, arrestar y multar a los contaminadores de nuestro aire.
Ojalá la lucha contra esta evidente y terrible causa de mortalidad —en Colombia y en el mundo— se convierta en un objetivo que todos abracemos con decisión, una vez el pánico a la actual pandemia —que, por muy grave, pareciera ser, en todo caso, menos grave que aquella otra— nos permita algún día salir de debajo de la cama y volver a asumir los retos de la vida.
Oscar, aquí en Bucaramanga sufrimos por malos olores provenientes de una fábrica ubicada en la vía Palenque – Café Madrid. Obligaron a la fábrica a colocar un filtro, pero se continúa teniendo el problema.
Otro problema que enrarece el aire de Bucaramanga son algunos vehículos de transporte público con motores diésel que parecen chimeneas botando humo. No sé cómo pasan una revisión técnico-mecánica.
Efectivamente, Robinson, nadie entiende por qué se acepta como satisfactorio un filtro que evidentemente no lo es, ni cómo esos automotores que se desplazan campantes contaminando toda la ciudad cuentan con el documento que acredita que aprobaron la revisión técnico-mecánica.
Gracias por escribirnos.