La sangre que circula en mis pulmones
testimonio es, Señor, de tu existencia,
y mi vista, y mi oído, y mi conciencia,
y el que pueda, sin sapiencia, hacer canciones.
Tú te encuentras en la magia de la vida,
en el milagro sin igual de la mañana,
y en el rojo atardecer de filigrana
que se pinta en la montaña azul y erguida.
No es que crea que existes, es que existes,
y tu presencia la percibo cuando vistes
con tus tintes y perfumes a las rosas.
Por eso, en la angustiosa encrucijada,
si vinieren las consejas o la espada,
mis ojos volveré yo hacia tus cosas.
Entonces, sentiré tu compañía
y sabré que me transmites tu alegría
¡con tus obras, Señor, maravillosas!