PANDEMIA, CIENCIA Y PODER. Por Óscar Humberto Gómez Gómez.

ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ (Fotografía: Nylse Blackburn Moreno).

 

El doctor Li (lo llamo por su nombre, como hago siempre con los profesionales), médico oftalmólogo de la ciudad china de Wuhan, fue silenciado por las autoridades chinas cuando comenzó a advertir al personal de salud que había surgido en esa ciudad un peligroso virus nuevo, diferente al que había desencadenado la última pandemia mortal por una enfermedad llamada SARS.

Infortunadamente, el propio doctor Li se contagió de aquella nueva enfermedad y, finalmente, murió.

La doctora Ai (la llamo por su nombre), jefe de urgencias del principal hospital de Wuhan, también empezó una tarea de advertencia acerca de la nueva enfermedad y de la enorme peligrosidad que representaba.

La médica fue citada a comparecer ante sus superiores y, en lugar de una condecoración, lo que recibió fue una soberana reprimenda y la orden imperiosa de que se callara.

Hasta ahora no se sabe que la doctora Ai se haya contagiado, como el doctor Li. En cambio, sí han trascendido noticias preocupantes sobre el desconocimiento de su paradero.

La nueva y peligrosa enfermedad a la que se referían el doctor Li y la doctora Ai no era otra que la del COVID-19.

Si el Estado chino hubiese respetado a estos dos galenos y, en lugar de callarlos, de mandar al consultorio del doctor Li la policía y amenazarlo si insistía en su llamado de advertencia, y de citar a la doctora Ai para aplastarla bajo el peso abrumador de las jerarquías, hubiera, más bien, alertado al mundo y dado inicio a las severas medidas de confinamiento que solo vino a implementar después, otra muy distinta sería hoy la situación del planeta.

Cuando los poderosos tratan con desdén a la ciencia y a la academia, cuando solo escuchan la voz de su propia arrogancia, de su personal altanería, por supuesto que los resultados tienen que terminar siendo funestos.

Los gobernantes como Donald Trump, en los Estados Unidos, o Jair Bolsonaro, en Brasil, o Andrés Manuel López Obrador, en México, —para no citar sino a tres escogidos al azar—, que les prestan oídos sordos a los médicos, y en general a la ciencia y a la academia, les hacen inmenso daño no solo a sus naciones, sino —ya se demostró con el caso chino— a la humanidad.

(Y es que con el COVD-19 quedó demostrado que cada vez es más exótico encontrar algún fenómeno meramente local, que únicamente dañe a una población específica, porque el mundo está cada vez más interconectado y, a través de actividades cada día más populosas, como el turismo, resulta inevitable que los infectados con una enfermedad dentro de las fronteras de un país propaguen su mal entre seres humanos de otros países y estos, a su vez, acaben por diseminarla dentro de sus fronteras. Sembrada la enfermedad dentro de un país, de ahí en adelante su propagación corre por cuenta de sus mismos habitantes. Nótese que incluso después de haberse cerrado los aeropuertos colombianos, la enfermedad continuó propagándose, lo cual significa que empezó a darse, y se está dando, un contagio meramente interno).

El Presidente de la Federación Médica Colombiana, doctor Sergio Isaza, ha expresado que no se debe levantar la cuarentena porque no se ha llegado a la optimización de la toma de exámenes y, por ende, no se conoce en realidad cuál sea la cantidad de colombianos que en este momento están contagiados. Y es que el problema radica en que la enfermedad no necesariamente produce síntomas, es decir, que muchas personas en este momento están infectadas, pero no saben que lo están, ni nadie de su alrededor lo sospecha siquiera. Las solas medidas de las que se habla, de bañarse las manos, usar tapabocas, no dar la mano y mantener al hablar una distancia mínima de dos metros, si bien son plausibles, no garantizan que no se presente el contagio.

Quieren mandar a trabajar en primer lugar al sector de la construcción. Este sector en Colombia está conformado en su gran mayoría por personas de estratos sociales muy pobres y, lo peor de todo, que jamás recibieron una educación en materia de prevención en salud, entre otras cosas no solo por su bajísimo nivel de escolaridad, sino porque a los “sabios” del Ministerio de Educación de este país un día se les ocurrió suprimir la clase de Higiene en las escuelas públicas, de modo que en la educación primaria no se le enseñó a nuestra niñez escolarizada por el Estado a la observancia de medidas elementales como la de lavarse las manos con abundante agua y jabón después de ir al retrete y antes de sentarse a comer. (Yo presencié, en la batería de baños de la Foscal Internacional, a trabajadores de este sector —me refiero al de la construcción— abandonándola sin lavarse primero las manos y, cuando salí a los pocos instantes, luego de hacerlo yo, los vi campantes comiendo —cogiendo la comida sin siquiera una servilleta— mientras hablaban y reían).

De la elemental medida de estornudar sobre el ángulo del brazo o preferentemente cubriéndose la boca y la nariz, ni hablar. (En una entrada de hace ya varios años, y que sigue publicada, nos referimos a ese chocante tema). (Ver: “Acerca del estornudo, la mala educación y la salud pública”, 6 de mayo de 2013).

Se empezó a educar a nuestro pueblo bastante tarde.

Tema aparte es, por supuesto, el de la asombrosa falta de protección de nuestros médicos, enfermeros, paramédicos y, en general, personal de salud, también denunciada por la Federación Médica Colombiana.

Esta ausencia de protección —o las deficiencias inmemoriales de ella— no puede abordarse en forma aislada, sino dentro de un contexto: el de la pauperización de la Medicina.

Tema que, a su vez, debe ser abordado dentro de un contexto más amplio y de inaplazable abordaje: el de la crisis general de las profesiones liberales en Colombia.

 

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2 respuestas a PANDEMIA, CIENCIA Y PODER. Por Óscar Humberto Gómez Gómez.

  1. Salomé dijo:

    Estoy absolutamente de acuerdo. Se deben aprovechar todos los medios de comunicación para educar a toda la población en el auto cuidado. Habría que mirar, con un estudio juicioso de los pacientes que, antes de esta pandemia, llenaban los servicios de urgencias de clínicas y hospitales, cuántos de ellos pudieron evitarse con una buena educación escolar orientada a la prevención de enfermedades. En Colombia lastimosamente se sacaron del pénsum académico las clases de Salud e Higiene, con el agravante de que no hay campañas permanentes en los medios masivos de comunicación en donde se trabaje en educación sanitaria, solo se realizan estas actividades cuando nos anuncian sorpresivamente que tenemos una nueva pandemia como lo fue la AH1N1 o esta del coronavirus. Los gobiernos actúan como apagando candela en las pandemias, pero esa inconstancia es la que hace que nuestro país sea vulnerable a todas las enfermedades, porque no hay de parte de los gobiernos un verdadero compromiso con la educación de todos los colombianos en temas tan sensibles como la protección y cuidado de su salud. Deberían regresar las clases de Salud e Higiene a las aulas de clase para que la vida de los colombianos no siga quedando en manos de los improvisados gobernantes de turno. La única salida a todas las pandemias que vivimos y viviremos es, sin duda, la educación.

  2. Héctor Hernández Mateus dijo:

    Uno de los factores de salubridad que más afecta a nuestros obreros es consecuencia de los malos hábitos que en nuestra población productiva se han arraigado.
    Por ello, el asumir con rigor esta mínima norma de cuidado personal, como es el lavado de manos, es una ganancia dentro de la posibilidad de mejorar culturalmente. A ello habría que adicionar los molestos estornudos.
    Esta batalla, y la guerra, la ganamos si cambiamos nuestras formas de comportamiento en comunidad y en familia.

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