PEDRO PABLO RIVERA, EL ENFERMERO POETA. (Crónica). (Capítulo I). Por Óscar Humberto Gómez Gómez

 

Ni Pedro se llamaba Pedro, ni Pablo se llamaba Pablo: el primero tenía por nombre el de Simón y el segundo, el de Saulo. Ambos fueron apóstoles. Aunque el segundo no estuvo entre los doce que personalmente escogió Jesús, terminó sobrepasando en importancia a casi todos al punto de convertirse en uno de los principales.

La Iglesia quiso honrarlos y con tal fin consagró el 29 de junio como el día de su festividad dentro del mundo católico.

Con el paso del tiempo, la fiesta terminó siendo asociada al jolgorio popular hasta convertirse en sinónimo de bailes y concursos que nada tenían de religiosos.

Sin embargo, una costumbre de carácter socio-religioso sí se impuso dentro de los hogares católicos y fue la de bautizar a los hijos con el nombre del santo cuya festividad se celebrara el día de su nacimiento. Consiguientemente, a los nacidos un 29 de junio empezaron a bautizarlos, entonces, con el nombre compuesto formado por los de los dos famosos santos. Así nació el nombre de Pedro Pablo.

Ello explica por qué hoy mi amigo Pedro Pablo Rivera no solo estaría de cumpleaños, sino además de onomástico.

 

 

Lo estaría, claro, si la enfermedad y la muerte no se hubieran interpuesto para impedirnos la que hubiese sido otra más de nuestras ya tradicionales conversaciones anuales, a veces personales, a veces telefónicas, en las que, a lo largo de una, dos o más horas, ambos viajábamos al pasado como pasajeros del tiempo hasta llegar no solo a los albores de nuestra amistad, sino mucho más allá, retrocediendo y retrocediendo, apoyados casi siempre en su memoria, para volver a contemplar sin verla esa Bucaramanga suya y mía de parques solitarios, de calles sin automóviles, de noches sin ruido, de pasillos y bambucos en las estaciones de radio y en los taburetes al frente de las casas, de rojizos atardeceres tras los cerros del occidente, de alegres paseos familiares al río Suratá o al lejano río de Oro, de personajes típicos aglutinando público, de escuelas bulliciosas a la hora del recreo, de melcochas bailables, y millos con melado, y cometas multicolores surcando los cielos celestes en agosto.

 

 

Tecleando de noche en su vieja máquina de escribir, la misma vieja máquina en la que, durante largas jornadas nocturnas de dictado y de risas, me ayudó a materializar mi tesis de grado, mi amigo Pedro Pablo Rivera escribía poesías. Versos sencillos y hermosos de los que yo era siempre el único lector privilegiado.

Uno de aquellos poemas lo tituló “¿Cómo te llamas tú?”.

 

 

¿Cómo te llamas tú?

Por Pedro Pablo Rivera

 

Ando buscando tu nombre,
mas no lo he podido hallar,
pero haré hasta lo imposible
para poderlo encontrar.

Lo buscaré entre las flores,
también en otros lugares,
buscaré en el infinito
y así mismo entre los mares.

¿Te llamarás Azucena,
por su sin igual belleza
y porque esta flor representa
virginidad y pureza?

Te puedes llamar Camelia,
por el verdor de tus ojos;
el más rudo de los hombres
a tus pies cae de hinojos.

Quizá te llames Jazmín,
por sus fragantes olores,
con solo pasar junto a ti
incitas a los amores.

¿Será que Hortensia es el nombre
con que a ti te bautizaron
y al contemplar tu hermosura
los ángeles te arrullaron?

Tal vez te llames Magnolia,
por el color de tu piel,
con tus deliciosos labios,
que tienen sabor a miel.

Por sus variados colores,
te puedes llamar Victoria,
al estar juntito a ti
creo que estoy en la gloria.

Puede que seas Margarita,
por tu talle tan pequeño,
que mi corazón palpita
y me hace perder el sueño.

Si te llamaras Violeta
(su flor es medicinal),
ven que amoroso te espero
para que cures mi mal.

Tú te puedes llamar Rosa,
por suavidad y fragancia,
por tu rostro angelical,
tu donaire y elegancia.

Verónica, mujer noble,
que con inmenso dolor,
enjugó el rostro sagrado
del Divino Redentor.

Si eres Perla o Gaviota,
o la Sirena del mar,
navegaré sin descanso
para poderlo encontrar.

Ando a veces confundido
y de noche me desvelo
pensando en el nombre tuyo:
¿será que te llamas Cielo?

¿Aurora, Estrella, Lucero?
¿O Sol, con su gran destello?
Por tus nítidos fulgores,
tu nombre debe ser bello.

No lo hallé en el firmamento,
ni en los mares, ni en la flor.
Ya pude, al fin, descubrirlo:
¡el nombre tuyo es “Amor”!

 

¡Gracias por compartirla!
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