Mi apreciado maestro Omar:
Cuando de la desigual lucha librada ya no quedan más que los vestigios despedazados de la derrota esparcidos sobre el campo de batalla y hemos empezado a descubrir desconcertados que el caballete, y los lienzos, y las paletas, y los óleos, y los pinceles, y toda la magia del arte esperanzada en un mundo mejor se han sumido en el silencio del duelo; cuando apenas comienzan a brotar las verdaderas lágrimas después del bullicio de la noticia y de las primeras impresiones; en fin, cuando caigo en la cuenta de que ya se apagó la risa y no habrá más anécdotas festivas rememorando los tiempos idos de la Bucaramanga que no ha de volver jamás porque se la llevaron por los aires los huracanes inmisericordes del progreso, me queda, maestro, la personal satisfacción de haberlo acompañado desde el otro lado del océano el día en que usted cumplió años por última vez y de haber sabido que leyó y compartió con sus seres queridos y sus amigos la modesta, pero sincera entrada que, con tal motivo, escribí y publiqué en mi blog rememorando su partida hacia la Europa lejana en busca de sueños e ideales forjados aquí entre los muros de la casa familiar, en la calle tantas veces transitada, en el barrio tantas veces retratado con los ojos, sobre todo con los del corazón emocionado de sus todavía pocos años de existencia.
Observaba yo, maestro, que aún días y semanas después de aquel 30 de marzo usted seguía abriendo aquella entrada y me seguía releyendo, y eso me hacía sentir que, de alguna manera, yo lo seguía acompañando en esa lucha terrible y desigual que había tenido que empezar a asumir allá en Alemania, armado únicamente de las fuerzas que le daba la esperanza.
Supe más tarde del declive, de las malas noticias, de su decisión íntima de que no volvieran a verlo y, más bien, lo recordaran siempre tal y como era, y finalmente llegó a mis oídos la información lóbrega de que en la madrugada triste y oscura del 10 de noviembre su peregrinar en busca de un destino mejor, comenzado un día cualquiera de los años 80, primero en Cartagena y después allende los mares, había concluido en esta tierra sin otra alternativa distinta a la de la resignación y las lágrimas.
Maestro Omar Gómez Rey:
Muchas gracias por el afecto que le prodigó, cuando aún era una niña, a quien años más tarde habría de ser mi esposa; por la amistad que les brindó a mis cuñadas y a mis cuñados, las hermanas y los hermanos que no me regaló la sangre, sino la vida; y por la que alcanzó a brindarme a mí en este tiempo breve en que pudimos compartir recuerdos y creer que la felicidad era posible todavía.
A usted y a mí nos enseñaron a confiar en el Supremo Hacedor cuando éramos niños y creíamos con firmeza que el Cielo no era tan solo aquel inmenso espacio azul a donde nos proponíamos que alcanzaran a llegar nuestras cometas, pues había un Cielo más allá de la pequeñez rudimentaria y pasajera de la muerte.
Que Él lo haya recibido allá en su santa gloria.
¡¡¡ Hasta siempre, maestro !!!