“Oye la historia que contome un día
el viejo enterrador de la comarca:
era un amante a quien por suerte impía
su dulce bien le arrebató la parca.
Todas las noches iba al cementerio
a visitar la tumba de la hermosa;
la gente murmuraba con misterio:
es un muerto escapado de la fosa.
En una horrenda noche hizo pedazos
el mármol de la tumba abandonada,
cavó la tierra… y se llevó en los brazos
el rígido esqueleto de la amada.
Y allá en la oscura habitación sombría,
de un cirio fúnebre a la llama incierta,
dejó a su lado la osamenta fría
y celebró sus bodas con la muerta.
Ató con cintas los desnudos huesos,
el yerto cráneo coronó de flores,
la horrible boca le cubrió de besos
y le contó sonriendo sus amores.
Llevó a la novia al tálamo mullido,
se acostó junto a ella enamorado,
y para siempre se quedó dormido
al esqueleto rígido abrazado”.
A partir de este dramático poema del talentoso bardo Julio Flórez, titulado “Boda Negra”, cuando el siglo XX despuntaba y corrían los tiempos en que imperaban el bolero y una visión romántica del amor y de la vida se produjo una canción de gran popularidad en Puerto Rico y fue a partir de este bolero que a un jurista puertorriqueño, hoy ya retirado de sus funciones como juez del Honorable Tribunal de Apelaciones de ese país gracias a su merecida jubilación, le dio por tomar la pluma, llenar cuartillas y finalmente publicar una emocionante novela, obra de cuya existencia vine a saber gracias a la gentileza de su propio autor, quien en desarrollo de sus quehaceres de investigación encaminados a tratar de llegar al fondo del origen de aquella poesía del gran rapsoda liberal colombiano, se topó con un artículo que yo había publicado en mi blog años atrás acerca del otrora famoso y hoy olvidado vate chiquinquireño.
Luego de algunos fallidos intentos del escritor boricua por hacerme llegar su obra, finalmente fue mi hijo mayor, el ingeniero Óscar Fernando Gómez, quien terminó consiguiéndome un ejemplar de ella en Amazon y gracias a esa gestión pude leer esas páginas, cargadas no sólo de suspenso, sino también de buena literatura.
Y es que lo mejor del contacto visual con las hojas de la novela (titulada, dicho sea de paso, con uno de los versos del célebre poema, aunque haciéndole un pequeño cambio consistente en reemplazar la palabra “los“ por “sus“, para dejar el título del relato literario en la frase “Ató con cintas sus desnudos huesos“, en vez del verso original del singular artista boyacense, “Ató con cintas los desnudos huesos“) fue el tener la enriquecedora oportunidad no sólo de disfrutar de una evidente exquisitez en el manejo del hermoso idioma español, sino de conocer algunas expresiones y costumbres típicamente puertorriqueñas. Empero, de manera muy particular debo hacer confesión de boca (y de mano, habrá que decir) de que me impresionó el desconcertante parecido entre el entorno borinqueño descrito desde el principio de la obra, incluyendo la cercanía del hospital, la cárcel y el cementerio, como reza algún otro bolero, con mi propio entorno natal, aquel paisaje modesto del sector histórico de Bucaramanga en el que transcurrió mi niñez y al que suelo retornar a bordo de mi memoria, ya en los albores del otoño de mi existencia, en los momentos en que, de cara a las tribulaciones del presente, que por supuesto nunca faltan, me refugio en el pasado para recordarme a mí mismo que, en últimas, y más allá de las privaciones que pudiesen haber existido por aquel entonces, yo era feliz en lo poco mientras, inexplicablemente, otros eran infelices en lo mucho.
Me resulta inevitable, antes de comenzar a escribir mis seguramente deshilvanados comentarios sobre la obra en sí, darles el mérito a sus personajes, hombres y mujeres (algunos con nombres que me resultaron curiosamente familiares) que fueron aflorando ante mi vista y ante mi mente a medida que avanzaba en la lectura del libro.
En primer lugar, sin la mención inicial de su nombre de pila (que sólo habrá de aparecer, y eso a cuentagotas, varias decenas de páginas adelante, sugerido primero en su hipocorístico), ni de su apellido (del que también se enterará el lector cuando el relato ya haya tomado forma), asoma desde el mismísimo primer renglón y en letras mayúsculas quien habrá de ser el personaje central de la novela, un joven con el mismo apellido que hizo famoso en Colombia, por allá en los turbulentos e inolvidables años 60, un humilde boxeador cartagenero que trató inútilmente de alcanzar la gloria intentando vencer, en un cuadrilátero instalado en el estadio Nemesio Camacho, de Bogotá, al pugilista brasileño que en esos momentos ostentaba el título mundial de peso gallo dentro del reputado escalafón de la prestigiosa entidad nacida en los Estados Unidos como la NBA para finalmente pasar a inmortalizarse en todo el continente, y a lo largo y ancho de la tierra, como la flamante AMB, la Asociación Mundial de Boxeo.
(CONTINUARÁ)
FOTOGRAFÍAS:
(1) HIRAM SÁNCHEZ MARTÍNEZ, escritor puertorriqueño. Fuente: El Nuevo Día. Guaynabo, Puerto Rico.
(2) JULIO FLÓREZ, poeta colombiano. Fuente: Wikipedia.
(3) CEMENTERIO CENTRAL DE BUCARAMANGA, FRENTE AL COSTADO SUR DEL PARQUE ROMERO. Fuente: Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB). Repositorio Institucional. Ilustración sobre una fotografía en blanco y negro. Fotografía: Quintilio Gavassa Mibellli.
ÓSCAR HUMBERTO GÓMEZ GÓMEZ: Miembro de la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia (SAYCO). Miembro del Colegio Nacional de Periodistas (CNP). Miembro de la Academia de Historia de Santander. Miembro del ilustre y desaparecido Colegio de Abogados de Santander.