El mancillado verbo irrogar. Por Manuel Enrique Rey

EL MANCILLADO VERBO IRROGAR

Por Manuel Enrique Rey

El verbo irrogar, que etimológicamente –según la Gran Enciclopedia Larousse- debiera conjugarse como la acción de “proponer al pueblo algo contra alguno”; en éste caso específico, en contra de la casta corrupta, política y jurisdiccional del país, fue conjugado por un sector de malandrines padres de la Patria incrustados en el congreso y otros numerosos cómplices que quisieron pasar de pendejos, como: “Pretender aprobar una Reforma a la Justicia con el ánimo de favorecer a algunos –aquí es donde empieza a distorsionarse el significado- siendo esos algunos, precisamente el grupo de aquellos que necesitaban eludirla.
La gran pesadilla aún persiste y persistirá durante largo tiempo. Mientras todos esperábamos una reforma a la justicia que, precisamente, acabara de una vez por todas, al menos parcialmente, con el régimen de corrupción y prebendas a que nos hemos tenido que acostumbrar colombianos de todos los pelambres, donde todo es susceptible de ser negociado, a cambio de prebendas o de algún botín, desde el presidente para abajo todos han quedado insertos como promotores de una de las peores confabulaciones emanadas del torvo ejercicio del poder, cuyo propósito estuvo ad portas de quedar constitucionalmente promulgado luego de haber sido aceptado presidencialmente, por acción u omisión de una mayoría parlamentaria, jamás imaginada en toda nuestra lerda historia republicana, lo cual podría mal contar: 200 años de lánguidos períodos parlamentarios.
Quedó flotando en el ambiente que no solamente el poder ejecutivo, sino el judicial y, como sería lo lógico, el legislativo, estaban confabulados; por eso el atrevimiento de pensar que los involucrados eran todos, del presidente para abajo, los responsables.

Quedó la impresión, luego de la precipitada e inesperada alocución presidencial, que el presidente mostrándose incauto y sorprendido, pretendió aparecer en la foto donde se arreglan la corbata los ingenuos. También, que la reforma de tal magnitud, que iba a ser protocolariamente firmada por la máxima autoridad ejecutiva de nuestro no bien ponderado designio presidencialista –momentos antes del ágape dionisiaco- se frenó porque éste fue advertido por alguien de que eran tantos y tan graves los exabruptos jurídicos y de corrupción, que antes de firmarla para su promulgación, así hubiese tibio choque de poderes, era preferible hundirla, antes que pudiese verse afectada la reelección presidencial debido a una posible indignación generalizada.
Mucho nos alegra la franca y altiva posición asumida por el Magistrado santandereano de la Corte Constitucional, el abogado javeriano y ex claveriano próximo a celebrar el año entrante cincuenta años de promoción como distinguido bachiller.  Conocedor de los micos que pretendían añadírsele a la reforma, no dudó en pensar que estaría presto a renunciar al honroso cargo, si la enmienda constitucionalista pasaba.  A Nilson, quien durante su larga vida de jurisconsulto ha sido requerido como científico y filósofo en todas las sillas del alto turmequé judicial y administrativo del país, sólo le falta ostentar la máxima magistratura.  Podríamos estar seguros de que, una vez allí, ganaríamos no sólo los santandereanos, sino todos los colombianos. Y lo mejor: aprenderíamos a conjugar el verbo irrogar como es debido.

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