Modelos de crecimiento y poder. Por Manuel Enrique Rey.

Desde mediados del siglo pasado han empezado a tenerse en cuenta variadas descripciones utilizadas por economistas para analizar diversos índices que puedan afectar el crecimiento en los países. Los modelos económicos antaño poco apreciados por los gobernantes en las naciones, en la actualidad cobran inusitado valor. Casi todos analizan los posibles factores que puedan incidir o no en la estabilidad en una economía de mercado.
Un primer modelo base de este factor de poder fue propuesto por Harrod, quien estableció –en tela de juicio hoy- que un crecimiento podría llegar a inestabilizarse económicamente si debido al mercado existía la tendencia crónica a un exceso de ahorro sobre las necesidades del capital. Es un modelo tradicional, en esencia de demanda, en el cual el crecimiento es considerado en función del consumo o la inversión.
En la actualidad se hicieron indispensables modelos –algunos teóricos— que recién empiezan a evaluarse por los resultados y que han sido establecidos por premios Nobel en Economía. Tal el caso de Robert Solow, que basa su análisis en la oferta por medio de la cual los problemas de mercado tradicionales están ausentes. Como en literatura –sin tener en cuenta el desfase cronológico- a dicho modelo se le llama neoclásico, así un importante sector lo considere clásico. La razón de los sufijos –peyorativos- cuando se acude a los neologismos, sirve para dar a entender que siguen determinada línea tradicional, pero que al modificarla se supera sí se tiene en cuenta el concepto evolutivo, que tiene en tiempos actuales a Keynes como boceto sobre el cual se dibujan modernos modelos de cuño reciente.
Del modelo tradicional keynesiano, Solow retoma los aportes relativos al mercado de bienes y al mercado de trabajo; pero en relación a los bienes considera que el ahorro es determinado por el ingreso, desechando la relación estipulada por el paradigma neoclásico entre el ahorro y la tasa de interés; y en lo que respecta al mercado de trabajo, supone que éste es independiente del salario real. Dicho de otra manera, admite la posibilidad de sustituir continuamente el capital y el trabajo: “determinada cantidad de producción puede ser obtenida a partir de diferentes combinaciones de capital y trabajo”. Al decir de Joseph E. Stiglitz: “los aumentos en ingresos no se deberían atribuir a la acumulación de capital, sino a los avances tecnológicos, es decir, al aprendizaje de cómo hacer las cosas mejor”.
Los ingleses hace más de 200 años se han posicionado como primeros en procurar incrementar la productividad reflejada actualmente en el impacto que tienen los grandes y espectaculares descubrimientos. El descubrimiento del elemental electrón por el británico J. J. Thompson en 1897 sirvió de base para confirmar la existencia de otras partículas subatómicas presentes en los átomos. Produjo en medio de otras revelaciones inherentes a la materia y al campo electromagnético, la explicación de sucesos que al ser observados en los tubos de rayos catódicos potenció la comprensión de la formación de iones por pérdida o ganancia de electrones que tanto bienestar ha producido a la humanidad en medicina y comunicaciones por citar algunos. El gran capital del capitalismo y principal fuente de poder en la actualidad, más que el músculo y la máquina en obtención de riqueza y productor de bienestar en una economía de mercado, empieza a ser considerada la innovación.

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