Historia de América Latina. EL ASESINATO DE MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO, ARZOBISPO DE SAN SALVADOR. [Informe especial). Por Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro de la Academia de Historia de Santander y del Colegio Nacional de Periodistas.

NOTA DEL DIRECTOR: Hace más de 8 años, cuando aún no existía este portal, escribí y remití a mis amigos vía e-mail —como solía hacer en aquel entonces con lo que escribía — una crónica sobre uno de los episodios más conmovedores en la historia de nuestro continente: el asesinato del que fue víctima el señor arzobispo de San Salvador Monseñor Óscar Arnulfo Romero. Hoy, domingo 14 de octubre de 2018, El Vaticano canoniza a este pastor de la Iglesia Católica. El hecho, en lo personal, tiene un especial componente nostálgico, no solo por aquel viejo artículo, sino porque cuando mataron al arzobispo yo andaba en las postrimerías de mi carrera universitaria; en el diciembre siguiente habría de recibir mi título de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales y Políticas. Pero, además, porque es la primera vez en la historia que declaran santo a alguien con mi nombre. Ello, a pesar de que, al parecer, el nuevo santo no será llamado San Óscar, sino San Romero, destacando su apellido, no su nombre, cosa que es entendible pues el pueblo de su país identificó siempre a “su” santo como Monseñor Romero. (En fin, algo es algo, peor es nada).

Pues bien: hoy reproduzco en esta entrada aquella vieja crónica, tal y como fue escrita entonces. Con ello, desde este rincón de América Latina me uno al regocijo que embarga al hermano pueblo de El Salvador, y que debiera embargar a todo el pueblo latinoamericano por encima de diferencias de cualquier índole.

¡Bienvenidos!

 

 

Historia de América Latina. EL ASESINATO DE MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO, ARZOBISPO DE SAN SALVADOR. [Informe especial). Por Óscar Humberto Gómez Gómez.

 

El lunes 24 de marzo de 1980, América Latina fue sacudida con la noticia de que acababa de ser asesinado en San Salvador, capital de la República de El Salvador, en América Central, el Arzobispo Óscar Arnulfo Romero.
El prelado de la Iglesia Católica se encontraba celebrando la Santa Misa en la capilla del Hospital Divina Providencia cuando sonó un balazo. Un proyectil le destrozó el corazón.
El funeral del arzobispo fue programado frente a la catedral el domingo siguiente, que era 30 de marzo. Ese día empezaba en el mundo católico la Semana Santa con la celebración del Domingo de Ramos.
La multitud colmó la plaza contigua, pero cuando avanzaban los actos fúnebres sonó una fuerte explosión y en seguida se desató una feroz balacera, que se prolongó por interminables minutos. La multitud trataba atropelladamente de huir. Las personas que caían al suelo eran pisoteadas por el tropel desenfrenado que, presa del terror, trataba de abandonar el lugar. Numerosas personas iban quedando muertas sobre el piso ensangrentado. En total, murieron cuarenta de los asistentes al funeral y casi doscientos resultaron heridos.
A partir de ese momento, estalló la guerra civil en la martirizada república centroamericana, la cual se prolongó durante doce años, finalizando en 1992 con un pacto entre las partes enfrentadas celebrado en Chapultepec (México).
Han transcurrido treinta años desde aquel Domingo de Ramos cuando Radio Noticias del Continente, de San José de Costa Rica, la cadena Todelar de Colombia y el resto de radiodifusoras del subcontinente latinoamericano transmitían en directo esos terribles momentos.

 

 

Hemos examinado diversas fuentes acerca de lo que en realidad sucedió durante aquellos nefastos días en la hermana república salvadoreña. Infortunadamente, no ha sido fácil una aproximación a la verdad. Entre otras cosas, porque, a diferencia de lo que suele ocurrir en estos casos, nadie se reivindicó esta vez el asesinato del obispo. Por el contrario, cada cual dio su propia versión culpando a otros de lo acaecido, generalmente a sus contradictores políticos.
Asombra, sí, que dentro de la misma Iglesia Católica, haya congregaciones y dignatarios que casi justifican el asesinato del Arzobispo Romero. La entidad Catholic. net, por ejemplo, publicó en el año 2005 un extenso artículo escrito nada menos que por Monseñor Freddy Delgado, Secretario General de la Conferencia Episcopal de El Salvador, en el cual se presenta a Monseñor Romero como una persona manipulable a la que manejaron, desde que asumió el arzobispado, sectores de la clerecía afines al marxismo, a los cuales identifica como miembros de la llamada “Iglesia Popular”. El artículo sugiere que incluso los graves desórdenes desencadenados durante el sepelio del levita fueron provocados por la extrema izquierda salvadoreña. Dice el artículo que Monseñor Romero era un personaje incómodo para el sector revolucionario, por los bandazos que estaba dando en materia “política” y da a entender que el tiro que le quitó la vida habría sido disparado por alguien perteneciente a la izquierda extremista. Más aún: el mismo artículo inserta nombres de sacerdotes que estarían tomando parte en esa fracción izquierdista dentro de la Iglesia. Peor todavía: dice que el asesinato del Padre Rutilio Grande S.J., que habría desatado la indignada reacción del Arzobispo Romero, que habría determinado su convocatoria a la discutida “Misa única”(no respaldada por la Nunciatura Apostólica de El Salvador y consistente en celebrar la Santa Misa solamente en la catedral y suspender las misas en el resto de la Arquidiócesis, como señal de protesta) y que habría acelerado la toma de partido por parte del Arzobispo a favor de la “causa popular” y en contra del Estado salvadoreño, fue fraguado y ejecutado por fuerzas de la extrema izquierda. Monseñor Delgado deja entrever su animosidad contra Monseñor Romero a raíz de su inmensa popularidad y, particularmente, de que la feligresía respaldara con cerrados aplausos sus últimas homilías. Según el artículo, a Monseñor se le hizo el reclamo por este aspecto, pero él defendió el aplauso como parte de la oración, equivalente más o menos al “amén”. En el artículo se sugiere que la personalidad del prelado era proclive a la fama, la publicidad y los aplausos. Señala, finalmente, que el asesinato del jerarca católico no tuvo motivaciones pastorales, sino políticas. En suma, el sector de la Iglesia al que representa Monseñor Delgado estima que Monseñor Óscar Arnulfo Romero fue asesinado por los comunistas salvadoreños, quienes, además, sabotearon su entierro.

En contrario, la Comisión de la Verdad, un ente conformado posteriormente, a raíz de los acuerdos de Chapultepec, México, para que investigara los grandes crímenes cometidos durante la sangrienta guerra civil desatada en El Salvador, concluyó algo completamente distinto, así como también lo concluyeron tanto la justicia civil de los Estados Unidos -en memorable juicio- como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA. De acuerdo a este otro punto de vista, a Monseñor Óscar Arnulfo Romero lo asesinó un sicario al servicio de la extrema derecha salvadoreña, que fue llevado hasta el Hospital Divina Providencia ese día, a bordo de un automóvil marca Volkswagen de color rojo, por un individuo perteneciente a los tenebrosos escuadrones de la muerte de nombre Amado Garay (quien confesó y relató los pormenores del hecho), y el crimen fue ideado y planificado por el mayor de Inteligencia de las Fuerzas Armadas y fundador del partido ARENA, de extrema derecha -y a quien se le atribuye la creación de esos escuadrones-, Roberto D’Aubuisson, personaje que dejaba trascender un profundo odio contra el arzobispo católico, a quien inclusive había amenazado veladamente días antes cuando dijo que el jerarca “todavía estaba a tiempo de corregir el rumbo”.
A este personaje se le acusa, además, de ser el culpable de innumerables crímenes contra personas inermes, indefensas e inocentes cuyo único pecado, aparte de ser pobres, habría sido el de militar en sectores de izquierda o no simpatizar con él.
D’ Aubuisson jamás aceptó los gravísimos cargos en su contra. En una ocasión en que estuvo en Estados Unidos, miembros del congreso norteamericano, como el senador demócrata Chris Dodd, se pronunciaron contra su permanencia en territorio estadounidense y a que se le atendiera como si se tratara de algún “dignatario”. En esa ocasión, y a pesar de que se proclamaba y era presentado por sus seguidores como un ultra-nacionalista cuyo lema era “Primero El Salvador, segundo El Salvador y siempre El Salvador”, D’ Aubuisson dijo textualmente que creía “en la dirección del presidente de los Estados Unidos”.
El embajador de Estados Unidos en El Salvador Robert White, por su parte, lo descalificó como un “asesino patológico”.
En el seno de la familia D’Aubuisson hubo, incluso, una profunda división: su hermana María Luisa (Marisa) D’Aubuisson se puso abiertamente en contra suya, se declaró admiradora y seguidora de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, entró a formar parte de las comunidades eclesiales de base, a las que su hermano señalaba como aliadas de la guerrilla, y se convirtió en su más incómoda opositora. Paradójicamente, Marisa D’Aubuisson, hermana de Roberto D´’Aubuisson, es cofundadora de la Fundación Romero, una entidad que trabaja sobre la base de la exaltación de la tarea pastoral que cumplía el prelado desaparecido. Los rumores sobre la participación de Roberto D’Abuisson en el asesinato de Monseñor Romero surgieron casi inmediatamente después de conocerse la noticia. Marisa D’Aubuisson confrontó, entonces, también de inmediato, personalmente y de manera enérgica a su hermano sobre si él tenía algo que ver con el crimen. Éste le contestó: “Mirá: mejor calláte si no sabes, porque al que mató a ese hijueputa le van a hacer un monumento”.
Roberto D´Aubuisson, el hombre públicamente señalado como asesino intelectual del Arzobispo de San Salvador, murió en 1992 luego de soportar una prolongada agonía a consecuencia del cáncer, enfermedad que se le inició en la lengua, le pasó al resto de la boca y, finalmente, se le diseminó por otras partes del cuerpo. Su presunto cómplice en el crimen, el ex capitán de la Fuerza Aérea de El Salvador Álvaro Rafael Saravia, fue condenado civilmente por una corte norteamericana a indemnizar a la familia de Monseñor Romero. Saravia no compareció ante la corte y, antes por el contrario, se esfumó del lugar donde residía en los Estados Unidos. El Álvaro Rafael Saravia que reapareció más tarde ante el periodista Carlos Dada para concederle una entrevista, en la que relató los escalofriantes detalles de la preparación y ejecución del asesinato, fue un anciano físicamente acabado y agobiado por el peso abrumador de los recuerdos. Además, estaba viviendo en la más absoluta miseria. A lo largo de la entrevista, Saravia confirmó que, efectivamente, Roberto D’Aubuisson fue el cerebro detrás del magnicidio.
Sectores de ARENA intentaron más tarde lograr la aprobación en el Congreso Nacional de El Salvador de una ley por medio de la cual Roberto D’ Aubuisson sería declarado “Hijo Meritísimo de El Salvador”. La férrea oposición que se le hizo al proyecto terminó por hundirlo.
Lo que sí se construyó fue un controversial monumento a D’Aubuisson.

Actualmente gobierna a El Salvador el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLM), vale decir, el movimiento guerrillero de entonces, convertido ahora en partido político. El FMLM ganó las últimas elecciones presidenciales. El 1o. de junio de 2009 asumió como nuevo Presidente de la República el periodista Mauricio Funes.
En El Vaticano, por su parte, se adelanta el proceso de canonización del obispo asesinado. El Papa Benedicto XVI, sin embargo, no ha ocultado su molestia por el hecho de que se esté utilizando la imagen de Monseñor Romero con fines políticos.

 

 

Óscar Arnulfo Romero, cuyo segundo apellido era Galdámez o Galdames (de ambas formas lo hemos visto escrito, con tilde en la “a” y “z”, y con “s” y sin tilde), no era, en todo caso, “comunista”, como se dijo en aquella ocasión. Aunque para justificar los crímenes políticos -o ir abonando el terreno con miras a su posterior consumación- siempre se ha acudido a los señalamientos sin fundamento y a las campañas de desprestigio, la revisión de fuentes históricas no permite al investigador desprevenido concluir lo que con tanta contundencia concluyeron en su momento no pocos de los que literalmente aplaudieron el asesinato o de los que, desde el bando opuesto, reclamaron para sí la figura del arzobispo. Monseñor Romero, por el contrario, era un jerarca católico con marcada tendencia a la “derecha”, como lo demostraron las posturas que adoptó en el seno del Concilio Ecuménico Vaticano II, donde sobresalió como integrante del sector tradicionalista, dentro del cual descolló, igualmente, la figura del obispo francés Marcel Lefebvre. Cuando todavía no era nombrado arzobispo y fungía como obispo de Santiago de María (El Salvador), Monseñor Romero se oponía a la línea pastoral “progresista” del Arzobispo Luis Chávez y González y del obispo Arturo Rivera y Damas. En publicación del Opus Dei sobre su fundador, Josemaría Escrivá de Balaguer, encontramos las siguientes palabras de Monseñor Óscar Arnulfo Romero acerca del famoso sacerdote español, a quien políticamente se le ha relacionado siempre con la “extrema derecha”:
“Tuve la suerte de conocer personalmente a Monseñor Escrivá de Balaguer y de recibir de él aliento y fortaleza para ser fiel a la doctrina inalterable de Cristo (…). Monseñor Escrivá de Balaguer supo unir en su vida un diálogo continuo con el Señor y una gran humildad: se notaba que era un hombre de Dios” (Santiago de María, El Salvador, 12-VII-1975)”. (En: Beato José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. Editado por: Postulación General del Opus Dei. Roma. 1992, p. 97).
Cuando se preparaba la designación del nuevo Arzobispo de San Salvador que reemplazaría a Monseñor Luis Chávez y González, los sectores de “avanzada” o “progresistas”, o para decirlo en los términos políticos que tanto se usan, los sectores de “izquierda”, querían que dicho nombramiento recayera en Monseñor Arturo Rivera y Damas. La designación de Monseñor Óscar Arnulfo Romero como nuevo arzobispo no fue bien recibida por esos sectores, que lo consideraban un exponente del clero de “derecha”. Tan es así que el nuevo arzobispo no se pudo posesionar en la catedral, pues ésta fue tomada por los descontentos sectores de la llamada “Iglesia Popular”.
De otro lado, Monseñor Óscar Arnulfo Romero era muy cercano a quien sería más tarde uno de los cardenales colombianos: Monseñor Alfonso López Trujillo, considerado quizás la figura más representativa de la “extrema derecha” en la Iglesia Católica de su tiempo.
Una aproximación desapasionada a lo acaecido pareciera indicar, más bien, que Monseñor Romero era un hombre íntegro, un pastor tradicionalista, sencillo y honesto al que llegó a conmover la lamentable situación de su grey, víctima no sólo de la exclusión social, sino también de la violencia armada, que, por desdicha, en aquellos momentos también provenía de sectores del ejército salvadoreño, acusados de graves tropelías contra la población civil, especialmente la campesina. En un entorno tan extremadamente polarizado como el que entonces se vivía en el país más pequeño de América Central, las homilías del arzobispo amonestando a los que desde el sector oficial ejercían aquella violencia era de esperarse que no cayeran bien y que, de inmediato, se identificara al elocuente pastor como un simpatizante de la guerrilla, pasando deliberada y perversamente por alto el hecho manifiesto de que, igualmente, el valeroso prelado cuestionaba duramente la violencia guerrillera, que también, por supuesto, ensangrentaba el país.
Pareciera ser, en suma, el eterno problema que trae consigo la polarización política: una irreflexiva ceguera, que no admite llamamientos a la cordura y gracias a la cual toda frase a favor de la autocrítica y de la re-orientación del rumbo es tomada de inmediato como sinónimo de simpatía con el enemigo.
Y pareciera ser también la eterna disyuntiva a la que se enfrentan las personas sobresalientes en cualquier país cuando estallan los grandes conflictos sociales y políticos: guardar silencio y mantener un perfil bajo o, por el contrario, tomar parte activa en la discusión pública de los grandes temas que afloran al calor del conflicto, en un sentido o en otro. La primera actitud permitió que Monseñor Delgado, por ejemplo, veinticinco años después de aquel espantoso 1980 fuera el flamante Secretario General de la Conferencia Episcopal de El Salvador. La segunda acarreó, en cambio, que, también veinticinco años después de aquel espeluznante 1980, Monseñor Romero estuviera enterrado en el cementerio.

No todos, sin embargo, piensan así: aunque El Vaticano no ha puesto fin al proceso de su canonización, invocando que podría resultar imprudente dada la profunda división que todavía, según la Santa Sede, se registra en el interior de la sociedad salvadoreña, ya al arzobispo asesinado se le ha empezado a conocer como “San Romero de América”.

En estos días, cuando se agita el tema de su elevación a los altares, muchos rememoran las palabras postreras del controvertido prelado:
“Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”.
Dicen, entonces, que, en efecto, Óscar Arnulfo Romero está resucitando.
Otros, empero, van más allá: dicen que no es que esté resucitando sino que, sencillamente, Monseñor Romero jamás murió, pues desde aquel fatídico 1980, cuando la guerra civil estalló en El Salvador a consecuencia del sacrílego atentado criminal contra su persona, el pastor de almas “San Romero de América” se quedó viviendo por siempre en el corazón de su rebaño.

Mesa de las Tempestades, sábado 10 de abril de 2010.

 

 

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[FOTOGRAFÍAS: (1) Monseñor Óscar Arnulfo Romero.

(2) Monseñor Romero con S.S. Pablo VI.

(3) Monseñor Romero con S.S. Juan Pablo II.

(4) Monseñor Romero caminando entre la comunidad.

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2 respuestas a Historia de América Latina. EL ASESINATO DE MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO, ARZOBISPO DE SAN SALVADOR. [Informe especial). Por Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro de la Academia de Historia de Santander y del Colegio Nacional de Periodistas.

  1. Nylse Blackburn dijo:

    Finalmente concluyo que Monseñor Óscar Arnulfo Romero solo fue fiel a los verdaderos principios cristianos, un seguidor de Jesús que ejerció con absoluta libertad su vocación pastoral sirviendo al hombre como a un ser individual, no al político, ni al de derecha, ni al de izquierda, el haber sido leal a su propia conciencia explica por qué algunos lo percibían como alguien que daba “bandazos”, porque ese es precisamente el mayor peligro de la polarización de las sociedades, el que se fabrican enemigos a diestra y siniestra en la medida en que la persona expresa con libertad su pensamiento o es fiel a su formación cristiana. Fue un hombre valiente e íntegro que siguió con fidelidad los pasos de Jesús y eso desde siempre ha traído problemas.

  2. Oscar, excelente artículo; una vez más cae un mártir católico que denuncia en el púlpito las atrocidades que se cometen desde un gobierno fallido; no es la izquierda ni la derecha; es el odio que imparten estos sistemas de gobierno; es absurdo; mientras no esté Dios en el corazón del hombre, seguiremos viendo situaciones iguales o peores; un abrazo.

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