JOHN CLARO. Por Óscar Humberto Gómez Gómez

 

A John Claro lo he visto encanecer ganándose la vida con una guitarra de palo.

O, bueno, para hablar con más elegancia, a John Claro lo he visto encanecer ganándose la vida con una guitarra de madera.

O, en fin, para decirlo de manera más técnica, a John Claro lo he visto encanecer ganándose la vida con una guitarra acústica.

 

Yo no sabía de su existencia hasta que un día cualquiera William Blackburn, a la sazón estudiante de Ingeniería de Petróleos de la UIS y baterista de una banda de rock llamada “Sector 16”, llegó a nuestro apartamento con un CD, una sonrisa a flor de labios y la respiración un tanto agitada por la emoción.

“Estos ‘manes’ acaban de sacar un disco ‘bacano'”, me dijo mientras me entregaba el compacto todavía sin abrir. En la carátula decía: “Por primera vez en Colombia… Música para el pie izquierdo”.

Me lo prestó, lo escuché y me pareció novedoso. Eran temas interpretados en vivo, en un concierto, y en él se entremezclaban los apuntes de humor político, las letras picantes de las canciones, las risas y los aplausos del público, el violín de Andrés Páez Gabriunas (el otro integrante de aquel nuevo y curioso dueto), la guitarra de John Claro, y ese toque mágico especial que inevitablemente emerge de un disco. Me llamó particularmente la atención un relato del cuento de Caperucita Roja, pero diciendo las palabras al revés. Por lo demás, en los dos músicos se percibía un talento evidente en la ejecución de los instrumentos.

 

Tiempo después, conocí personalmente a John Claro en el estudio de grabación de Mario Serrano. Ya para entonces yo me había asomado al hasta entonces ignoto mundo de la producción disquera, que a mí siempre me había parecido lejano e inalcanzable.

 

Lo recuerdo tiempo después, entre las imágenes difusas y confusas que de manera ocasional y desordenada me llegan a la memoria cuando repaso mi vida, preparándose en el vestíbulo del Auditorio Luis A. Calvo, de la UIS, para ingresar a uno de los escasos conciertos que alcancé a dar con mi propio proyecto artístico.

 

Un día, precisamente en el estudio de Mario, resultamos hablando del inminente Tratado de Libre Comercio, es decir, del TLC que se avecinaba. John nos pronosticó, entre risas, que eso en lo que iba a terminar iba a ser en que nosotros los colombianos acabaríamos comprando los mismos productos que enviábamos a los Estados Unidos, pero ahora con marquillas norteamericanas.

 

Más tarde, y a partir de esa jocosa ocurrencia de John, y de otros antecedentes históricos que conocía, escribí la canción “El TLC”, que iría a formar parte del cuarto volumen de la serie discográfica creada a partir de “El campesino embejucao”.

 

John Claro entremezcla la música con el humor y así lo hizo “Música para el pie izquierdo” en su segundo trabajo discográfico cuando incluyeron dos CDs, pero uno resultó siendo virgen y la gente demoraba en darse cuenta de la broma. Algunos que no la entendieron se presentaron a las tiendas a devolver la compra y a exigir cambio aduciendo que uno de los dos CDs no sonaba.

 

John Jairo Claro Arévalo, que es su nombre completo, no nació en Bucaramanga, sino en la hermana ciudad de Ocaña, pero está tan estrechamente ligado a la capital de Santander, que incluso es el compositor de su himno.

 

¿Sabían ustedes que el compositor del Himno de Bucaramanga se llama John Claro?

 

Gracias a que una de mis hijas ingresó a esa agrupación coral, supe que el compañero de John en “Música para el pie izquierdo”, Andrés Páez Gabriunas, era el director del coro de la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB).

Después supe que John estaba dirigiendo la tuna de la UIS.

 

Me sorprendió cuando lanzó su candidatura al Concejo Municipal de Bucaramanga y más me sorprendió cuando supe que había salido elegido.

 

Y es que me resultaba bien curioso que en un país donde los candidatos a cualquier cosa se gastan sumas astronómicas para alcanzar una curul y solo ganan después de prometer esta vida y la otra, de repartir mercados, y tejas, y bultos de cemento, y trago, y billetes en efectivo, o de anunciarle a la pobrería irredenta casas sin cuota inicial, o incluso regaladas, un artista del que uno sabía que apenas contaba con la riqueza de su guitarra y de su talento hubiera podido llegar a ser concejal a punta de hablar de cosas que hoy en día no le importan a nadie, como lo es la cultura.

 

Cuando por segunda vez volvió a presentar su candidatura pensé que en esta ocasión ya no lo reelegirían.

Y lo pensé, no porque creyese que no lo merecía, sino porque sabía que en esta sociedad, en la que la política se mueve a punta de lagartos y manzanillos, el elegido que en el cargo que obtuvo no haya demostrado que tenía cómo dar puestos, o contratos, o dádivas, es rápidamente abandonado por toda la militancia y a nadie se le ocurre volver a votar por él.

 

Pero no: para mi desconcierto, a John Claro lo reeligieron.

En otras palabras, lo eligieron concejal, y lo reeligieron concejal los que, como él, viven del arte, o sea del aire; los que, como él, todavía creen en la cultura, en la música, en la lírica, en la poesía, en la pintura, en la escultura, en la alfarería, en la caricatura, en fin, en todas esas cosas que los adinerados y los poderosos —salvo muy escasas excepciones— desprecian con desdén como cosillas de poca monta, como tonterías de interés tan solo para muertos de hambre, para ilusos, para majaderos que no entienden que a este mundo a lo que se vino fue a amasar fortuna y a tener poder para así darse el lujo de pasar impunemente por encima de los demás.

 

 

John Claro no pertenecía —como dijeron algunos despistados— a la “coalición mayoritaria” de concejales que, desde el principio, se enfrentaron con el alcalde. Al contrario: John Claro formó parte, desde el comienzo de esa alcaldía, de la “coalición minoritaria” de concejales que apoyaban al locuaz alcalde en sus proyectos y en su pregonada lucha contra la corrupción. Había votado a favor de la inmensa mayoría de los proyectos de acuerdo presentados por el alcalde al concejo, pero, lógicamente, dado que es un ser pensante y no un esclavo, ni un siervo, ni un borrego de nadie, estaba en el derecho de no hacerlo si así lo consideraba conveniente.

Y es que las oscuras épocas del látigo se acabaron hace mucho tiempo, así algunos no se hayan dado cuenta. O así otros añoren esas épocas y, en el fondo, deseen que regresen.

 

Un día triste, ante una cámara gracias a la cual yo lo vi haciéndolo, un alcalde energúmeno, un hombre económicamente poderoso y que ahora es también políticamente poderoso, le ha dado a John una bofetada en público y le ha gritado en la cara que su mamá era una ramera (pues no otra cosa significa la expresión que todos oímos que le espetó a gritos, esto es, la de “hijo de puta”).

En otras palabras, dentro del despacho del alcalde de Bucaramanga, el propio alcalde de Bucaramanga lo ofendió gravemente en su honor.

 

No vale la pena ahondar en un episodio del que uno no atina a precisar de qué tuvo más: si de vulgar o de injusto.

En cuanto a que John sea un “hijo de puta”, ya quisieran muchos tener una madre como la de él. De hecho, su decencia y caballerosidad refleja la formación que recibió en el hogar. Los comentarios, pues, sobran.

 

 

Yo lo hubiera desconocido si a la sorpresiva agresión hubiese reaccionado con violencia. De él, como artista que es, no esperaba otra cosa sino que hiciera lo que hizo: no emplear palabras soeces, ni ejercer la violencia física, a pesar de los altos niveles de estrés que obviamente tenía que estar afrontando en esos momentos desgraciados. John no es boxeador callejero, ni se le conoce por su habilidad para el manejo del puñal, o por la sangre fría con que desenfunda la pistola. John es un artista y como artista que es debe comportarse siempre tal cual se comportó en aquel triste, lamentable y bochornoso episodio. Un episodio que jamás ha debido ocurrir y que si socialmente se acepta es porque somos una sociedad de valores en franca y evidente decadencia.

 

Con respecto a la posición del concejal John Claro de no comprometer su voto en ningún sentido y esperar a conocer previamente la verdad, porque “la verdad no tiene color político”, la comparto totalmente: en una democracia, cada hombre tiene derecho a su libertad de expresión y, dentro de esta, a votar como su conciencia se lo dicte, y para orientar a su conciencia debe ilustrar su conocimiento sobre aquello acerca de lo cual va a votar. En cualquier debate, un hombre honesto no tiene por qué comprometer anticipadamente su voto: debe escuchar primero los argumentos de una y otra parte, y votar por quien lo haya convencido. Y un buen criterio a seguir para arribar a ese convencimiento debe ser siempre el de la verdad. Peca contra la democracia aquel que vota obedeciendo, de manera primaria, ciega e irreflexiva, a lo que simplemente le dicta su pertenencia a determinado partido o bancada. Peca contra la democracia aquel que vota determinado tan solo por el odio que profesa contra quien ha expuesto sus puntos de vista y esos puntos de vista discrepan de los propios. Y peca contra la democracia el que vota a favor de alguien tan solo porque anda detrás de las prebendas con que ese alguien está en capacidad de comprar conciencias y doblegar voluntades.

 

John no había ido al despacho del alcalde en busca de que este le diera puestos, ni contratos, ni prebendas, como se echó a circular irresponsablemente, re-victimizando a la víctima, tal y como suele ocurrir en esta sociedad embrutecida hasta la sinrazón por la ignorancia y el sectarismo políticos.

Desde aquel episodio de violencia, sin embargo, cualquier desinformado no tiene empacho alguno en decir a los cuatro vientos, al calor de una cerveza, que John es un concejal corrupto a quien el alcalde le dio una bofetada porque le fue a pedir una coima.

El agresor, que sabe perfectamente que eso no es cierto, aún no lo ha aclarado públicamente.

 

Como te lo dije por teléfono, John, cuentas con mi solidaridad en este difícil trance por el que estás pasando.

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(CONTINUARÁ)

 

FOTOGRAFÍAS: (1) John Claro.

(2) Dueto “Música para el pie izquierdo”, integrado por Andrés Páez Gabriunas y John Claro.

(3) John Claro.

(4) John Claro.

 

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