Mi sobrino Alejandro Blackburn me escribió hoy a las 11:43 de la mañana el siguiente mensaje:
“Hola tío, que pena molestarte por acá, es que tengo una duda histórica. Hoy en medios están diciendo que Manuela Beltrán no existió y que en realidad es María Antonia Vargas de quien se habla cuando se refieren a Manuela Beltrán; ¿eso es verdad?”.
Yo le di una especie de respuesta preliminar a las 11:56, también por WhatsApp, en la cual subrayé la que siempre había sido mi propia reflexión personal, rebusqué en los vericuetos de mi memoria lo que le había leído al historiador José Fulgencio Gutiérrez y dejé consignada una prudente advertencia.
“Hola, ALEJANDRO.
Sí, en realidad resulta muy curioso que la mujer que arrancó y despedazó nada más ni nada menos que el edicto real haya desaparecido por completo a partir de ese momento del movimiento comunero. Si tú observas, en realidad lo único que se dice de ella es eso, que arrancó y rompió el edicto, pero de ahí en adelante nada vuelve a saberse sobre su vida”.
Le advertí que, de todas maneras, su identificación con esa otra persona era sólo “una de las varias hipótesis que se han tejido alrededor de este personaje”.
Por supuesto, y como era natural, comencé a ahondar en los pormenores de la tremenda noticia histórica y fue así como busqué, hallé y leí los tres artículos alrededor de los cuales se empezó a construírsele.
Son, pues, tres los artículos que tengo que reproducir textualmente para abordar el asunto acerca del cual me preguntó mi sobrino Alejandro Blackburn mediante un mensaje de WhatsApp: uno, escrito por Pacho Centeno y que se apoya en Pastor Virviescas; otro, escrito por Pastor Virviescas y que se apoya en Armando Martínez Garnica; y, como es obvio, otro, escrito por Armando Martínez Garnica y que se apoya en sus propias indagaciones y conclusiones.
Procedo, entonces, a la reproducción textual de cada uno.
El artículo del artista y trabajador de la cultura Pacho Centeno aparece publicado en el portal El Unicornio y dice así:
“Ad portas de una conmemoración más de la Revolución de los Comuneros (16 de marzo), el periodista Pastor Virviescas Gómez publicó en El Espectador un artículo titulado “Manuela Beltrán, la heroína que nunca existió”, basado en hallazgos documentales encontrados por el historiador Armando Martínez Garnica, quien ha sido director del Archivo Nacional de Colombia y de la Escuela de Historia de la Universidad Industrial de Santander (UIS).
La noticia de la inexistencia de uno de los dos personajes más emblemáticos de la historia santandereana, junto a José Antonio Galán, no es de menor cuantía, pues hace añicos uno de los imaginarios más relevantes de nuestro departamento, si no de los dos.
No niega Armando Martínez Garnica que la revuelta comunera haya existido, sino que afirma que ésta fue protagonizada por una mujer joven llamada María Antonia Vargas Núñez, nacida en Charalá, y no por la inexistente Manuela Beltrán, supuestamente nacida en El Socorro. También afirma que la revuelta no la iniciaron los socorranos, como nos lo enseñaron en la escuela, sino gente de Simacota.
Enorme lío.
Armando Martínez Garnica culpa en el artículo al novelista romántico del siglo XIX, Constancio Franco Vargas, de la invención del personaje de Manuela Beltrán para darle mayor credibilidad a sus novelas, de amplia circulación y venta en la Santafé de la época; además de la creación, junto a la escritora Soledad Acosta de Samper, del mito heroico de José Antonio Galán.
También afirma que encontró la información en unos archivos históricos (microfilmados de los originales que reposan en Caracas y que le pertenecieron al Precursor de la Independencia, el General Francisco Miranda) resguardados por la Comunidad Mormona de Salt Lake City (Utah, Estados Unidos).
Sobra decir que Armando Martínez Garnica es considerado una autoridad en asuntos de historia de Colombia.
Ante tamaña noticia, me asaltan varias preguntas bastante serias:
¿Qué vamos a hacer los santandereanos si aquello que nos enseñaron y de lo cual nos sentíamos orgullosos, resultó ser una mentira? ¿Qué va a pasar con todas las instituciones educativas del país que hoy se llaman Manuela Beltrán?
¿Se les cambiará el nombre por el de la verdadera? ¿Se dejará de mencionar a Manuela Beltrán cada 16 de marzo, día de los Comuneros?
¿Se obligará a corregir los textos escolares, himnos, canciones, obras de teatro y otros materiales de difusión que hoy mencionan su engañoso nombre?
¿Se mantendrá la mentira de su existencia y heroísmo, como otras tantas que circulan por ahí?
¿Cómo se llamarán ahora los parques, barrios y avenidas que hoy se llaman Manuela Beltrán? ¿Qué pasará con las estatuas de la falsa heroína que hoy se erigen en muchos lugares? ¿Serán derrumbadas?
Martínez Garnica dice en el artículo que es solo cuestión de cambiarle la placa al pedestal, pero no creo que sea suficiente. ¿Deberían erigirse nuevas estatuas de la verdadera heroína y promulgar su nombre a los cuatro vientos para que la falsa sea olvidada?
¿Quién responderá por los millones de pesos que se han gastado los gobiernos durante décadas en celebraciones y exaltaciones a la memoria de alguien que nunca existió? ¿Se considerará daño fiscal? ¿Qué dirán el Fiscal y el Contralor sobre el tema?… ¿Ya se manifestó el presidente Petro al respecto a través de su cuenta de Twitter?
¿Se mantendrá la Orden Manuela Beltrán que otorga el municipio del Socorro a personajes ilustres? ¿Se sentirán estafados quienes la recibieron anteriormente? ¿Se corregirán los pergaminos que entregaron durante décadas con el falso nombre?
¿Qué otras mentiras de lo que creemos que somos están por descubrirse?
Su opinión es importante”. (CENTENO, Pacho. La falsa Manuela Beltrán: preguntas pertinentes. 6 de marzo de 2023. Negrilla fuera de texto).
El artículo escrito por el periodista Pastor Virviescas fue publicado por El Espectador y reproducido por msn, y dice así:
“Jamaica, Londres, Francisco de Miranda, Soledad Acosta, mormones, Salt Lake City… ¿Qué tienen que ver estos nombres con la caída de un mito en Colombia?
Para los lectores impacientes, la respuesta es sencilla: Manuela Beltrán, la valerosa santandereana que el 16 de marzo de 1781 destrozó el edicto por el cual se fijaba el impuesto de Armada y Barlovento, encendería (sic) la mecha de la Rebelión de los Comuneros, no es más que un personaje de la literatura de quien se acaba de comprobar que no existió.
El responsable de este hallazgo es Armando Martínez Garnica, presidente de la Academia Colombiana de Historia y exdirector del Archivo General de la Nación, quien con pruebas en mano y fuentes fidedignas -como deben hacerlo quienes se dediquen a esa profesión- ha demostrado que Manuela Beltrán, aquella aguerrida mujer en cuyo honor fue levantada una escultura en el parque principal del municipio de El Socorro y que los estudiantes de primaria memorizan su nombre junto a Policarpa Salavarrieta y Antonia Santos como las mujeres de armas tomar de su época, sencillamente no fue un ser de carne y hueso.
De tal manera que aunque suene convincente la proclama de “Que viva el Rey y muera el mal gobierno” y que su intrépida acción pudo haber sido respaldada por más de dos mil espontáneos, de la socorrana que aseguraban que nació el 13 de marzo de 1724 jamás se volvió a saber nada, ni siquiera en qué circunstancias murió o en qué lugar, así hayan dicho que la fusilaron las tropas realistas.
Un mito hecho realidad
“Yo digo que son los novelistas románticos de la segunda mitad del siglo XIX, especialmente Constancio Franco Vargas y doña Soledad Acosta de Samper, los que crearon los mitos tanto de José Antonio Galán como de Manuela Beltrán. Toda esa mitología patriótica es de gente romántica y liberal que publica entre 1870 y 1900, pero resulta que el mito viene sin nombre desde muy temprano, desde Francisco de Miranda (1750-1816)”, asevera Martínez Garnica.
Este militar, político y humanista, considerado el precursor de la emancipación americana contra el imperio español, era consciente de ser el hombre más grande que había dado Venezuela, tanto que participó en la independencia de los Estados Unidos, en la Revolución Francesa, fue coronel en el ejército de España, perseguido por la Inquisición por tenencia de libros prohibidos y pinturas obscenas, firmante del acta de independencia de Venezuela, creador del proyecto político de la Gran Colombia, obtuvo el grado de coronel en el ejército ruso y como ningún compatriota tiene su nombre grabado en el Arco del Triunfo (París).
Pues ese Miranda armó y cuidó la que es considerada la más completa biblioteca de su tiempo, hasta la madrugada del 31 de julio de 1812 en que fue capturado en el puerto de La Guaira (Venezuela) con la complicidad de Simón Bolívar. Entonces baúles y baúles de libros, manuscritos y diarios personales fueron llevados en una goleta inglesa hasta Jamaica y de allí a manos del ministro de Colonias de Inglaterra, en Londres, quien a su vez en lugar de depositarla en los archivos oficiales la trasladó a su castillo particular.
El rastro desapareció hasta que en 1920 un investigador estadounidense de la Universidad de Berkeley (California) indagó sin éxito en la isla caribeña y luego en la capital británica donde halló al descendiente del ministro manilargo. Los ejemplares permanecían intactos, le permitieron consultarlos y así pudo escribir la biografía de Miranda. Entonces el dictador Juan Vicente Gómez Chacón (1857-1935) encomendó al jurista y editor pamplonés Caracciolo Parra León (1901-1939) que comprara la biblioteca, la cual fue resguardada en unas bóvedas de mármol verde en Caracas.
Miranda, quien fue también el don Juan que con unas diminutas tijeras doradas creó una colección de vello púbico de las damas de alta alcurnia con las que sació sus deseos mundanos y que debidamente etiquetó en 32 sobres, en su momento pidió el apoyo del premier británico para que le soportara con barcos y soldados una expedición contra el rey de España. Indagado sobre las razones para creer que esta empresa tendría éxito, Miranda mostró una relación anónima de papeles del movimiento comunero hecha en mayo de 1781 en Santafé de Bogotá, argumentando que esta era evidencia de que cualquier movimiento contra el monarca español prendería de inmediato.
Armando Martínez Garnica teme que fue el sangileño Pedro Fermín de Vargas (1762-1811), corregidor de Zipaquirá, quien antes de morir en Nueva York pudo haberle obsequiado los documentos a Miranda en los que dice que un grupo de habitantes de Simacota llegó a El Socorro, donde le lanzaron piedras a la administración de tabaco y aguardiente, luego de que una “viejecilla” -no identificada- encendiera la chispa, sin afirmar que ella rompiera el edicto.
Posteriormente aparece en escena la bogotana Soledad Acosta de Samper (1833-1913), considerada la escritora más prolífica del siglo XIX en Colombia, quien pudo haber leído el archivo de Miranda o por la tradición popular, y habla de “una viejita”, dándose la libertad de expresar que fue ella quien hizo añicos el edicto. Seguidamente el veleño Constancio Franco Vargas (1842-1917) “bautiza”’ a la heroína con el nombre de Manuela Beltrán.
Como pólvora, este relato se regó por la escuela pública que hablaba de Galán el comunero y de Manuela Beltrán, con el refuerzo de las obras de teatro que enaltecían la figura de estos próceres, más la estatuaria y las pinturas no de una mujer de edad, sino de una joven robusta a la que en 1981 le dedicaron una estampilla e incluso una universidad tiene esa denominación.
¿A quién no le contaron la historia de la mujer berraca que rompió el edicto?, cuestiona Martínez Garnica, quien además reflexiona sobre una relectura de los hechos que llevó a que el movimiento de los Comuneros se convirtiera en el momento estelar de la Independencia de Colombia, fabricado en 1940 por el historiador socorrano Horacio Rodríguez Plata (1915-1987), “quien nos vendió la idea de que la independencia nació en El Socorro”.
¿Entonces quién fue?
Pero ese olfato de sabueso que lo caracteriza llevó a que Martínez Garnica localizara una constancia dejada en 1878 por José María Quijano Otero, director de la Biblioteca Nacional, en la que asegura tener las pruebas de que la protagonista no se llamó Manuela Beltrán, sino que “aquella humilde hija del pueblo que vino a ser heroína en la historia se llamaba María Antonia Vargas Núñez. Aquella valerosa mujer halló en la tumba doble manto de silencio y de olvido”, con la anotación de Charalá (Santander) como su lugar de nacimiento.
Décadas después los mormones, que tienen su sede central en Salt Lake City (Utah, Estados Unidos), microfilmaron todos los archivos parroquiales del departamento de Santander y los subieron al repositorio Family Search, donde hoy pueden ser consultados los libros sacramentales de Charalá en los que figura la partida de bautismo en la Parroquia de Nuestra Señora de Monguí el 10 de marzo de 1760, con lo cual en el momento en que rompió el edicto -1781-, estaba a punto de cumplir 21 años y nadie es “una viejecilla” a esa edad.
María Antonia -no Manuela- vivió 56 años, se casó con Juan José Gómez, tuvo un hijo llamado Telésforo y fue sepultada en ese pueblo en 1816. Una de las tareas pendientes es buscar los descendientes de María Antonia, que se pueden localizar en los mismos documentos preservados por dicha comunidad religiosa estadounidense.
Quijano Otero también dio otras peleas por la verdad histórica. La que lo hizo más famoso fue aquella por la fecha de la Independencia de Colombia. En 1873, en pleno federalismo, el presidente dijo que había que corregir eso de que cada estado soberano tuviera una fecha nacional diferente para la unión colombiana. Quedó hasta el día de hoy que lo (sic) recomendaron unos historiadores cachacos: el 20 de julio de 1810. Pero este bibliotecario dejó otra constancia en la que señala que hay un error craso porque la independencia la declaró Antonio Nariño (1765-1823) el 16 de julio de 1813, tres años después. El acta de 1810, subraya Martínez Garnica, dice que se crea una Junta de Gobierno y el presidente de ese órgano es el Virrey. ¿Eso es independencia?, sonríe con malicia.
“Y ahora: ¿qué hacemos? ¿Nos aferramos religiosamente a una creencia literaria infundada, o levantamos el manto de silencio y olvido? La historia se escribe con documentos, en lucha contra los mitos de la ficción y de la memoria popular. Ahora sí que hablen los charaleños, si es que les importa recordar lo que estuvo oculto”, insta Martínez Garnica, quien es consciente que más de un socorrano debe estar odiándolo o al menos vociferando en su contra por haberles quitado una heroína, a la vez que en Charalá tienen un motivo real para sacar pecho, ya que el mismo historiador fue quien les demostró que la Batalla de Pienta (4 de agosto de 1819) no fue tal, sino una masacre.
Por su parte, Constancio Franco lo que hizo inspirarse (sic) en la obra del español Benito Pérez Galdós (1843-1920) y publicar “novelitas patrióticas” para los niños, pero el problema es que en Colombia hay quienes escriben novelas y saben que son novelas patrióticas o históricas, pero la gente que las lee no se da cuenta de que son ficción y repiten su contenido creyendo que es historia, recalca Martínez Garnica, quien sí tiene el diploma de doctor en la materia.
Un ejemplo con el que refuerza su posición es que en una publicación de Colcultura un novelista inventó que un niño de ascendencia parda de Riohacha (La Guajira) se llamaba José Prudencio Padilla López (1784-1828) y era almirante. A la fecha, millones de colombianos -y hasta en la Armada Nacional- repiten como loros esa fábula, que se queda en eso, porque para la época este país no contaba con ese título por una sencilla razón: no existía en ese momento la Armada colombiana, que dicho sea de paso arrancó con navíos privados. Lo máximo que pudo escalar José -quien nunca se llamó Prudencio- fue a coronel, general de brigada y en Maracaibo general de división, pero en el Ejército. El callejón sin salida se resolvió con una receta criolla: concederle póstumamente el título de Gran Almirante.
La solución salomónica para el caso de “Manuela Beltrán” es retirar la placa de sus esculturas y pinturas, sustituyéndola por una de María Antonia Vargas Núñez, a lo mejor en un par de años la heroína que no existió haya pasado al olvido”. (VIRVIESCAS GÓMEZ, Pastor. Manuela Beltrán. La heroína que nunca existió. msn. 6 de marzo de 2023. Artículo tomado de El Espectador. Bogotá. Domingo 5 de marzo de 2023. Negrilla fuera de texto).
Finalmente, el artículo del doctor Armando Martínez Garnica, uno de los más reputados historiadores del país, fue publicado por el portal “La linterna azul” y dice así:
“En sus episodios novelescos sobre la insurrección de los Comuneros, doña Soledad Acosta de Samper publicó durante el año 1870, en entregas sucesivas del periódico El Bien Público, la siguiente oración: “una mujer del pueblo, pero decentemente vestida, se abrió paso al través de la gente, y, acercándose a la esquina, se empinó, y con acción repentina arrancó y despedazó el cartel, tirando los pedazos al aire. ¡Viva el rey! —exclamó—, ¡pero muera el visitador Piñeres!”. Hasta entonces, nadie había mencionado a esa mujer en el movimiento socorrano de 1781, y nadie había dicho su nombre, ni siquiera en el largo expediente judicial que se siguió a los comuneros. Pero alguien, sin prueba alguna, inventó que se llamaba Manuela Beltrán Quesada, y la puso a nacer en Confines, en el Socorro o en Charalá. Incluso le inventó padres, Juan Beltrán y Ángela de Archila Sarmiento, y hasta fecha exacta de nacimiento: 13 de marzo de 1724. Habría sido entonces una vieja de 57 años cuando arrancó el edicto que ordenaba pagar el gravamen de la Armada de Barlovento.
Gracias a los motores de búsqueda de Family Seach, sabemos que ninguna mujer con ese nombre fue bautizada en esa época. Esto explica que José María Quijano Otero, quien fue director de la Biblioteca Nacional, dejó una singular constancia sobre este asunto:
Ningún historiador de Colombia consigna el nombre de la mujer que rompió el escudo real y despedazó el “edicto de los impuestos” en la plaza del Socorro el 15 de mayo de 1781, fecha que constituye, en mi humilde opinión, el punto de partida del movimiento insurreccionalista que emancipó a Colombia. Hoy he sabido por una rara casualidad, i puedo comprobar, que aquella humilde hija del pueblo que vino a ser heroína en la historia se llamaba María Antonia Vargas. Dejo de ello constancia en la Biblioteca Nacional, como tributo a aquella valerosa mujer que halló en la tumba doble manto de silencio i de olvido.
Pues esta señora MARÍA ANTONIA VARGAS NÚÑEZ sí existió, y era natural de la parroquia de Nuestra Señora de Monguí de Charalá:
Parroquia de Monguí de Charalá y marzo diez de mil setecientos sesenta años. Yo el Doctor Don Domingo Viana, cura y vicario, bauticé, puse óleo y chrisma a una niña que se llamó MARÍA ANTONIA, hija legítima de don Nicolás de Vargas y doña Salvadora Núñez. Su padrino don Antonio Ramírez, advertí el parentesco, de que doy fee. Doctor Don Domingo Viana.
Esto significa que en el momento en que rompió el edicto en la plaza de mercado del Socorro, el 16 de marzo de 1781, era una vigorosa mujer que estaba a punto de cumplir apenas 21 años. Contrariamente a lo que se afirma gratuitamente, que la vorágine de la insurrección y posterior castigo se la llevó consigo, realmente alcanzó a vivir un poco más de 56 años:
Parroquia de Monguí de Charalá y agosto nueve de mil ochocientos diez y seis. Yo el cura escusador di sepultura eclesiástica a María Antonia Vargas mujer de Juan José Gómez. Se le administraron los sacramentos. Doy fe. José María Sespedes.
Sabemos también que esta señora contrajo matrimonio con Juan José Gómez, y que con este procreó al menos un hijo:
En cinco de enero de mil ochocientos diez yo el Doctor Don Blas José de los Reyes, cura interino, bapticé solemnemente a un niño de un día, a quien llamé JUAN JOSÉ TELÉSFORO, legítimo de Juan José Gómez y María Antonia Vargas. Madrina doña Josefa Núñez. Advertí lo necesario. Doy fe. Doctor Blas José de los Reyes.
Como siempre he repetido, la historia se escribe con documentos contemporáneos, y siempre en lucha contra las narraciones míticas procedentes de la literatura de ficción y contra la memoria popular. Ahora dejemos que los charaleños se ocupen de recordarla e introducirla en la memoria popular”. (MARTÍNEZ GARNICA, Armando. Adiós a Manuela Beltrán. La linterna azul. 13 de febrero de 2023. Negrilla fuera de texto).
Como sutilmente lo recuerda Pastor, algunos aficionados a la Historia no son historiadores de universidad. Yo, por ejemplo, no lo soy.
En cambio, sí soy abogado – dicho sea de paso en trance de dejar de serlo – y, como tal, tengo algunas reflexiones acerca de ciertas cosas que giran alrededor de temas como este, entre ellas el valor irrefutable que suele dárseles a los documentos como fuentes de la Historia y el menosprecio que, paralelamente, suele dárseles a sus fuentes orales.
(CONTINUARÁ)